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Invitación a lo mejor

Hay una tentación funesta, contra la cual toda vigilancia es poca: la de complacerse en que las cosas que parecen inconvenientes extremen sus errores, sus desaciertos, sus actitudes negativas, acaso destructoras. Por supuesto, hay que desear y fomentar que lo que parece bien se intensifique, se depure, adquiera vigor e influjo. Pero hay que guardarse de esa extraña simetría que lleva a una actitud de partidismo, que es lo que precisamente hay que rehuir.

El factor de acumulación es lo verdaderamente peligroso; cuando se está en el buen camino, en una disposición "sana", la acumulación es un factor de avance, confirmación, intensificación, en una palabra. Pero si se desliza una toma de posición negativa, la acumulación significa la cuesta abajo, la pendiente incontenible, la imposibilidad de rectificación, de marcha atrás. Los grandes conflictos, las desgracias irreparables que sobrevienen a los pueblos, no tienen otro origen. En definitiva, es la pérdida de la libertad, el abandono a la inercia. No se es dueño de uno mismo, de la propia conducta; se marcha atraído por una fuerza ciega, que puede llegar a ser un mecanismo siniestro.

Casi todos los grandes desastres, explosiones de fanatismo, enfrentamientos, guerras, se han originado así, con una previa pérdida de la libertad.

La condición de "adversarios" -aunque no llegue a ser la de "enemigos"- es la habitual justificación; pero encierra un error gravísimo. Importa la salud del adversario, aunque lo sea y se lo vea como tal. Las dificultades, oposiciones, luchas, existen, y hay que contar con ello. Lo que importa es su limitación, que todo eso se mueva dentro de los límites tolerables, aceptables, que no pongan en peligro el equilibrio propio, ni siquiera el del adversario.

En la política, en la vida económica, en la rivalidad en cualquier orden, hay que salvar la tendencia hacia lo mejor. Hay que desear que el prójimo a quien se combate, a quien se procura superar, sea "estimable". Si esto se consigue, la convivencia, que puede ser áspera, esforzada, dura, no pierde su condición sustancial de convivencia. Si esto desaparece, queda la discordia, que es perniciosa para todos y desemboca inevitablemente en la esterilidad y el desastre.

Si se consideran diversas épocas históricas, salta a la vista la enorme diferencia. El hecho evidente de que en Europa se ha luchado siempre, enmascara el hecho fundamental de que unas veces ello no ha interrumpido la convivencia, lo que llamo la "concordia sin acuerdo", y otras veces se ha roto sin posible compostura para entrar en la ciega destrucción. Este fue el caso de las guerras de religión en el siglo XVI francés, y en otros lugares; en gran escala, europea, en la Guerra de los Treinta Años. Por el contrario, la mayoría de los conflictos del siglo XVIII, anteriores a la Revolución Francesa, eran relativamente "superficiales", que no afectaban al torso de las sociedades, y podríamos llamarlos "civilizados".

En ellos, incluso en las guerras, se salvaban muchas cosas, los beligerantes sentían la necesidad de limitarse, de no ir más allá de lo necesario.

El siglo XIX español estuvo lleno de luchas, rivalidades, pronunciamientos, cambios de gobierno o de Constitución, incluso guerras civiles, dentro de las cuales se puede distinguir fases, grados de "soportabilidad" o lo contrario, desenfreno y pérdida de la libertad y el equilibrio. Algunos historiadores han hecho inteligentes esfuerzos para "distinguir", y gracias a su labor empezamos a comprender esa época agitada, no siempre despreciable, en la que conservaron, aunque no siempre, principios morales, destreza, cordura, cierto prestigio de lo mejor.

Encuentro apasionante este estudio, apenas iniciado. Sería precioso distinguir dentro de lo que no es bueno: la hostilidad, el conflicto, la lucha.

El siglo nuestro, el que está terminando, al lado de maravillosos logros, ha albergado en su tiempo algunos de los más extremados ejemplos de torpeza, error, en ocasiones de pura y simple maldad. Todavía no se ve con claridad por qué fue así, por qué se cayó en abismos que hoy nos sorprenden y aterran ¿Se pudieron evitar? Creo que sí. Hoy parecen claras muchas cosas que no se vieron, o no se quisieron ver. Lo que me inquieta es que ahora, cuando la centuria está acabando, cuando podemos contemplar su figura entera, persiste la voluntad de no entender. La repulsa se condensa y conserva en ciertos aspectos que la merecen, pero se intenta paliar u oscurecer el juicio que merecen otros aspectos. Lo cual quiere decir que persiste, al menos residualmente, el partidismo originario, el que fue germen de que se llegara adonde nunca se debió llegar.

Como la historia no ha terminado ni se detiene, siempre se está a tiempo. Para entender el pasado, ciertamente. Todavía más, para cuidar del presente y dejar que el porvenir siga abierto.

Este artículo no es, en modo alguno, político, aunque se refiere, y en primer plano, a asuntos, riesgos, tentaciones que pertenecen a la política. El título es muy general, amplio y abarcador: "Invitación a lo mejor". La política es un hecho de poco calado, y hay que buscar las raíces más hondas. Es menester recobrar los fundamentos morales de los actos y conductas que descansan en ellos.

De ahí la dificultad de la empresa, que empieza por la percepción de dónde reside la verdadera cuestión. Pero si queremos superar los aspectos negativos del mundo actual, que no son pocos, no podemos contentarnos con meras superficies. Hay que descender a los fondos de la vida, que es lo verdaderamente apasionante. Si nos atreviéramos a hacerlo, podríamos confiar en el saneamiento de la vida contemporánea, y se disiparían algunas pesadillas que nos atosigan y que no se pueden curar si no se busca el lugar más profundo en que se originan.

No es una cuestión política, ni siquiera social. Se trata de entrar en últimas cuentas con el fundamento de nuestras vidas y actuar allí donde se encuentra el núcleo decisivo. La ventaja es que si se partiera de ese análisis que puede hacerse, se lograría una mejoría general, la apertura del horizonte.

Los beneficios serían incomparables con el esfuerzo, y podrían permitir la proyección hacia el futuro, sin dejar fuera las causas de los males, con un repertorio permanente de posibilidades vitales para el siglo que está a punto de comenzar.

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