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Parasitismo e impunidad
Creo que son los dos principios dominantes o "vigentes" en el mundo occidental en la segunda mitad del siglo XX, que está terminando. "Parasitismo" es un concepto biológico, aplicable a lo vegetal y a lo animal; consiste en que un organismo viva a expensas de otro, al que se llama "huésped". Los ejemplos son incontables; cuando hay beneficios para ambas partes se habla de "simbiosis". En lo humano, la cosa es distinta; se trata de "personas" y su modo de realidad es radicalmente distinto. El parasitismo, si no me engaño, germinó en Inglaterra -en la Gran Bretaña, para ser más exactos-, y le costó la elección al genial Winston Churchill: ganador muy importante de la Guerra Mundial y genial político, orador y escritor. La novedad fue una inmoderada pasión por la "seguridad", que significó una inversión de la tradicional actitud inglesa de preferencia por la inseguridad, la aventura y el riesgo. Se pensó que es justo que el hombre esté "protegido", no "abandonado" a su suerte; que tiene derecho a "algunas cosas" que le proporcionan los demás, individualmente o mediante instituciones; el origen de esta actitud había sido religioso, y la habían realizado mejor o peor las diversas Iglesias. El laborista Attlee, con la seguridad social, venció a Churchill e inició una nueva época, dominada por la "ilimitación". A estas alturas, el hombre contemporáneo está persuadido de que tiene derecho "a todo", y si algo le falta se siente "despojado" y, en definitiva, infeliz. Esta es la situación parasitismo, que tiene ese evidente inconveniente, aparte del de ser, a la larga, imposible.
La noción de "impunidad" tiene otro origen, también noble en principio. La justicia, a lo largo de siglos, había sido inmisericorde, cruel y expeditiva. Con algunos antecedentes más antiguos, el siglo XVIII empezó a corregirlas y mitigarlas. Se distinguió entre delitos graves y otros que no lo eran; se pensó que los delincuentes eran personas y tenían derechos; que merecían un trato "humano" -la confusión entre "humano" y "humanitario" es una de las plagas de nuestro tiempo-.
Se han dado incontable pasos en esta dirección; han intervenido en ello, aparte de impulsos generosos, propósitos políticos, sociales, partidistas, sin excluir los que se proponen la destrucción de la Justicia sin más y la indefensión de los individuos y las instituciones. El uso de la palabra "presunto" resulta cómico. Se llama "presunto delincuente" al que es detenido chorreando sangre de su víctima y que confiesa su crimen. Es "presunto" si no hay sentencia firme tras múltiples recursos. Esto se podrá justificar por una legislación vigente, pero es una afrenta a la lengua y al sentido común.
El delincuente tiene derechos, lo cual es evidente, pero ¿cuáles? Ahí interviene el otro principio, el parasitismo, y los extiende ilimitadamente. Desde la vieja noción, tan avanzada, del "derecho a la pena" por parte del delincuente, visto como persona, se ha llegado a una negación de todo sentido al concepto de "pena", lo que equivale a declarar injusta a la Justicia sin más, por civilizada que sea.
Esto ha llevado a la desaparición de un derecho que siempre había parecido sagrado: el de "legítima defensa". Hoy es casi imposible defenderse sin ser acusado y condenado. Recuerdo el caso de un joyero que disparó contra un atracador que lo estaba apuñalando y fue encarcelado porque no esperó a que se consumara su propia muerte para defender la vida amenazada.
No digamos si se trata de algo menos que de la vida, aunque no se excluya su peligro y amenaza. Si se trata "solamente" de incendiar la casa, el taller, el coche o el autobús, nada de eso se puede defender. Turbas encapuchadas lo hacen todos los días sin que se les oponga resistencia, ni por las personas afectadas ni por las autoridades encargadas de su defensa.
En algunos lugares esto es cotidiano y particularmente intenso y escandaloso, pero la tendencia es general. Han surgido asociaciones poderosas, que tienen incontables recursos económicos -poseen buques y aviones, se desplazan a los lugares más remotos y costosos, manejan poderosos medios de comunicación, disponen de "expertos" en casi todos los menesteres-. Aparecen en los lugares adecuados, con asombrosa celeridad, y nunca ante otros donde tendrían quehacer constante.
Estas asociaciones son potentes y eficaces, pero no son muchas. Esto se ha remediado con un invento reciente: las O.N.G. (Organizaciones no gubernamentales). Como lo negativo es infinito, esa N permite todo lo imaginable. Dije hace ya varios años que puede llamarse O.N.G. a las Monjas Reparadoras, a la Mafia o a ETA, o a tantas cosas más; un grupo de filatelistas, o de donantes de sangre, o de cultivadores de tulipanes, o de partidarios de cualquier doctrina, hasta de las que han reclutado más altruistas o más sangrientas. En suma, no quiere decir nada.
Esto no obsta para que sean reconocidas, censadas, retribuidas, subvencionadas, con muy escasa y casi siempre desconocida justificación. El famoso principio hitleriano del "hecho consumado" es aplicado ilimitadamente. Una espesa red de abogados entabla procesos inverosímiles. Casi todo lo que "pasa" suscita reclamaciones para conseguir atribuciones o indemnizaciones, aunque se trate de acciones libres y voluntarias, de riesgos personalmente aceptados o buscados; o bien de acontecimientos naturales que escapan a toda previsión.
Mueren bomberos, vigilantes de incendios -casi siempre provocados e impunes-, equipos de salvamento de personas que se han puesto en peligros innecesarios. Desde hace meses, turistas europeos se quejan amargamente de estar secuestrados por bandas de "terroristas islámicos" en un remoto confín de Joló, una de las islas Filipinas. Me pregunto por qué no han hecho turismo en la Selva Negra. Se quejan de la ineficacia del Gobierno, pero no quieren que intervenga el Ejército, lo que sería "peligroso". ¿Qué parecería bien? Y si algún día se detiene a los secuestradores, surgirán otros problemas de difícil solución, probablemente lamentable en un sentido o en otro. No descarto el exterminio; tampoco la impunidad. El tiempo lo dirá.
Asuntos como éstos ocupan los recursos, el trabajo y la atención de innumerables personas, y por supuesto son el contenido de la casi totalidad de la Prensa, la Radio y la Televisión.
¿Es esto aceptable? Más aún, ¿es posible? ¿se piensa en ello? Tengo la impresión de que extremadamente poco: lo único que se ahorra en esta época de despilfarro.
Del director
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