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Trabajos de amor ¿perdidos?

Pienso en mi larguísima atención a Cataluña, con bastante conocimiento y más entusiasmo. Mis primeros artículos se remontan a los años de la guerra civil y los que siguieron a su final. De 1963 data mi descubrimiento, edición y comentario de un manuscrito del admirable barcelonés Antonio de Campmany, núcleo de mi libro La España posible en tiempos de Carlos III. Dos años después publiqué en El Noticiero Universal de Barcelona, incitado por su director, José María Hernández Pardos, quince artículos bajo el título Consideración de Cataluña, reunidos en 1966 en un libro que tuvo en Barcelona dos ediciones sucesivas. Otras dos, junto con Nuestra Andalucía, en Alianza Editorial, y también en la colección El Alción, y en la incompletísima edición de mis Obras en Revista de Occidente. Desde 1974 escribí múltiples artículos sobre Cataluña, su realidad, sus problemas, sus figuras relevantes, durante todo el período de la llamada transición.

Todo ello fue ampliamente leído, bastante comentado, incluso, con gran elogio, por Tarradellas, desde el exilio en Francia, luego desde Barcelona, como presidente de la Generalidad. La respuesta fue amplia y generosa, catalana y en menor medida del resto de España.

Esto ha cambiado en los últimos años. Como mis textos se han reeditado sin cambiar una palabra -Consideración de Cataluña en Acervo, Barcelona, los artículos posteriores en la gran edición conjunta de La España real, Espasa-Calpe-, la variación no procede de mí. Ahora se evita escrupulosamente toda mención de ellos, no digamos cualquier utilización para entender multitud de cuestiones interesantes. De ahí la interrogante que acompaña a la última palabra del título de este artículo.

Siempre me he dado cuenta del valor, la enérgica realidad de Cataluña, su variedad y riqueza -no sólo en sentido económico, en el que se piensa demasiado-. Como toda realidad humana, es asunto delicado y complejo, que requiere atención, y la atención no es perspicaz ni fecunda si no es amorosa. Por eso es esencial el entusiasmo, que se refleja en tantas páginas que he escrito, que me ha permitido tantas veces ponerme en el punto de vista de una realidad distinta, aunque sea muy próxima y hecha de innumerables elementos comunes. Por eso mi consideración de Cataluña, desde muchos aspectos, mesurada, casi siempre gozosa, significó un extraordinario enriquecimiento. Y, como siempre sucede, esa visión más amplia y demorada que las anteriores refluyó sobre la comprensión de las porciones de la realidad española que conocía más adecuadamente; y de la realidad sin más. Es evidente que a medida que ingresan en nuestro horizonte perceptivo nuevas zonas y aspectos del mundo se incrementa el acierto de nuestra visión total, que se hace pálida, desvaída y borrosa a medida que se estrecha el campo visual, que puede llegar a una angostura patológica.

Lo humano cambia, es siempre variable; más aún, consiste en variación, que puede ser "argumental", proyectiva, brotada desde dentro, auténtica, o bien caprichosa, anárquica, desorganizada, o también suscitada desde fuera, resultado de azares o manipulaciones. Si se examina la variación de la sociedad española en el último cuarto de siglo, sorprende su magnitud; pero habría que filiar sus diversos aspectos, el origen de cada uno de ellos, su grado de verdad, su balance de ganancia o pérdida, de dilatación o angostamiento.

Los cambios parecen casi siempre mayores de lo que son. He comentado en ocasiones que la guerra civil en las dos zonas, pareció la desaparición de casi todo lo existente, barrido con dos violentas y contrapuestas escobas. Y, sin embargo, al cabo de unos años se descubrió que gran parte de lo desaparecido seguía existiendo, vivo, más que lo recubría con una extraña superficialidad.

En el maravilloso libro de Pedro Salinas La voz a ti debida se leen estos versos: Ay, cuántas cosas perdidas que no se perdieron nunca: todas las guardabas tú.

Cuántas cosas guardaba la realidad española, encubiertas, escamoteadas por la violencia y la imposición, que iban emergiendo, de las cuales habíamos seguido viviendo soterradamente y que volvían a la superficie. Los biólogos hablan de pseudomorfosis; también se dan en lo humano, en la historia. "A distinguir me paro / las voces de los ecos", dice otro poeta, Antonio Machado. Otro tan grande como ellos, Joan Maragall, pedía a Dios que nos permitiera ver las cosas "amb la pau vostra a dintre del ull nostre".

La razón más profunda que me ha hecho conservar sin un cambio lo que he escrito hace tantos años sobre Cataluña es mi convicción de que casi todo lo que he ido viendo en diversas épocas sigue siendo verdad. Muchas cosas han cambiado, hay algunas pérdidas y otras novedades; pero no me atrevo a renunciar a lo que vi, aunque se lo olvide o lo niegue, por no perderlo. El filósofo Gratry, a quien dediqué uno de mis primeros libros, decía: "Tout ce qu'un homme a vu est vrai" (Todo lo que un hombre ha visto es verdad). La palabra decisiva es "visto"; no simplemente lo que ha creído ver, o lo que se ha inventado en una alucinación, o lo que le han dicho. Tiene que haberlo visto. Si es así, es verdad, y la verdad es irrenunciable.

Llevo muchos decenios mirando a Cataluña, "considerándola", con amor y respeto, con entusiasmo siempre que es posible, a veces con inquietud. Por supuesto, con esperanza, con más confianza que la que descubro en algunos catalanes. También con un conocimiento, ciertamente limitado, pero que llega a aspectos que me parecen desconocidos entre los más notorios, sobre todo si son relativamente jóvenes. Tengo la impresión de que los poetas catalanes, a algunos de los cuales leí en mi ya remota juventud, no son familiares. ¿Se lee adecuadamente a Maragall, a quien he dedicado tantas horas y bastantes páginas de escritos? ¿No se ha olvidado extrañamente a Salvador Espriú, a quien conocí en 1933, en el Crucero Universitario del Mediterráneo, y volví a ver en Barcelona, que estaba siempre presente allí? Prefiero no indagar las causas de ese olvido, que acaso me entristecerían.

De todos modos, con permiso de Shakespeare, creo que los trabajos de amor nunca están perdidos.

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