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Veracidad como programa

Aunque no pocos hechos parecen desmentir la impresión que se está decantando en mí, creo que en España empieza a despuntar una actitud favorable a la veracidad. La falsificación ha sido, y todavía es, demasiado frecuente. No se trata del error que siempre acecha al hombre y puede ser inevitable: se puede "caer" involuntariamente en el error, aunque siempre es posible intentar evitarlo, esforzarse por no sucumbir a él, defenderse de él. Lo grave es la mentira, la suplantación de la realidad por otra cosa. Verdad es "descubrimiento" -alétheia en griego-; lo que no está patente o manifiesto está "cubierto"; lo falseado o falsificado, el dominio de la mentira, está "encubierto". Esta es la gran tentación que amenaza al hombre, en muchos campos y aspectos, desde la intimidad personal hasta la vida pública, con un frecuente dominio de la política. La mentira ha llegado a ser considerada como un instrumento capital de la política, acaso su instrumento por excelencia. No hay que esforzarse demasiado para encontrar su presencia, en ocasiones avasalladora, en nuestra experiencia reciente. Si hubiese una mayor dosis de memoria histórica, se tendría claridad sobre este hecho, se vería cómo la veracidad y la mentira se han repartido desigualmente; para mí ésta es la diferencia radical, la que debe guiar la preferencia o el desvío.

Se ha creído por parte de algunos grupos o "tendencias", por algunos individuos sobre todo, en la eficacia de la mentira. Con motivo: es eficaz, consigue gran parte de sus fines, se impone fácilmente, allí donde no hay defensas adecuadas: claridad, tomar en serio lo que se ve o, más en general, vive; desde luego, el hábito del pensamiento, la decisión de someter a su examen lo que se enuncia o propone. La mentira es eficaz, ayuda a conseguir el poder o a conservarlo.

Entonces, ¿cómo se puede tener la impresión de que su poder está declinando o puede declinar en adelante? Es evidente que se sigue mintiendo, pero acaso con "menos fe".

La razón es que la mentira consiste en sustituir lo real por algo que no lo es, que es su vacío. No se puede apoyar en sí misma, carece de coherencia, y por ello de consistencia. Destruye la propia realidad del que miente. Al cabo del tiempo, la mentira opera en el vacío, no está sustentada por la realidad del mendaz, no es creíble. El "imperativo categórico" de Kant, que impera sin restricción, sin condiciones, se funda en la necesidad de que se pueda querer que su contenido sea "ley universal de la naturaleza". La norma "no se deben devolver los depósitos recibidos" no es practicable, porque si fuese ley universal, nadie dejaría depósitos, y no podría cumplirse. Para que puedan no devolverse, es condición necesaria que normalmente se devuelvan.

Esto sucede con la mentira: es eficaz si es creída; si se miente sistemáticamente, no se la acepta y se vacía, deja de ser eficaz. Las mentiras, además, chocan entre sí, se excluyen y contradicen. Es el destino de todas las versiones que los nacionalismos dan de la historia; si se admite una porción otras son insostenibles. Si un pueblo se presenta como eminente y superior, dotado de excelencias y virtudes, ¿cómo se puede admitir que haya estado "oprimido" durante siglos, tal vez durante toda su historia? Se trataría de un pueblo radicalmente "inferior"; o bien la supuesta opresión es una falsedad.

Otro tanto ocurre con las políticas que han engendrado falta de libertad, de prosperidad, de cultura. ¿Cómo creer en las fórmulas "salvadoras" que han llevado a grandes porciones de la humanidad a la esclavitud, la pobreza, el terror, en suma, al fracaso? Hace algún tiempo di un curso sobre "Visión transversal de Europa".

Traté de examinar cuál era la realidad de las diversas naciones en cada una de las épocas, a la vez que acontecía la historia en ellas. Habría que intentar ese análisis para todo el mundo conocido, no sólo para la Europa de la Edad Moderna. Lo decisivo es que esta visión del pasado, de la historia, permitiría descubrir los aciertos y los errores, y esto se podría trasladar al futuro. Si se contempla el estado actual del mundo, hay que preguntarse por qué es así. Se habla incesantemente de "países ricos" y "países pobres". Casi nadie se pregunta por qué lo son. Son ricos los que llevan trabajando de manera general, continua e inteligente, tal vez durante varios siglos, partiendo de condiciones muy duras. Salvo casos excepcionales, muchos países "pobres" han preferido matarse entre sí, oprimirse, cazar esclavos para consumo interior o venderlos a negreros. ¿Puede esperarse como resultado la riqueza y la prosperidad?

Pienso que la veracidad podría llegar a ser un programa para individuos, grupos, partidos, las diversas formas o fracciones de humanidad. ¿Es verosímil que renuncien a la mentira los que la han cultivado con evidente éxito en ciertos aspectos y durante bastante tiempo?

Mi esperanza, que no es excesiva, ni inmediata, se funda en que la mentira se agota. Conserva sus "clientelas" durante algún tiempo y dentro de ciertos límites, pero ¿hasta cuándo? Se vive del crédito, pero éste se agota cuando carece de credibilidad. La falsificación deja de ser un buen negocio. Hay casos de extrema limitación, de obcecación, y en ellos no cabe la menor esperanza; pero no siempre es así. El uso y abuso de la mentira se ha basado en la creencia que "traía cuenta". Si deja de ser así, la utilidad se desvanece. Cierta dosis de inteligencia, de sentido de lo real, puede aconsejar un cambio de orientación.

Creo que la veracidad es aconsejable. Si llegara a predominar, se produciría un saneamiento prodigioso del conjunto de la vida que compartimos. Sería conveniente también para los que han practicado la suplantación de lo real por diversas ficciones interesadas. Al volver los ojos a lo que las cosas efectivamente son, pisarían tierra firme. No temerían estar a cada paso desmentidos por lo que efectivamente ha sido o es, no pondrían el pie en el vacío.

Lo que propongo no encierra ningún misterio. Se trata de "mirar" la realidad pretérita y actual y respetarla. La futura depende en gran medida de nosotros, de lo que hagamos, y es lícito que se proyecte con libertad, con fidelidad a los deseos, siempre que al contrastarlos con lo real aparezcan como viables. Lo absolutamente necesario es prohibirse caer en toda tentación de mentira, aunque pueda encerrar promesas que siempre son engañosas.

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