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Simenon y Maigret

Llevo más de medio siglo leyendo y releyendo la inmensa obra de Simenon. Releyendo, porque, además de su extraordinario atractivo, me sucede con él, como con otros novelistas, algo extraño: recuerdo muy bien los ambientes, casi tan bien las figuras de los personajes, pero olvido los desenlaces, lo cual mantiene el interés y la tensión. Creo que Simenon es uno de los mayores escritores del siglo XX, cuyo éxito fue y sigue siendo extraordinario, pero que no fue adecuadamente reconocido. No tuvo el premio Nobel, a pesar de su evidente superioridad sobre más de la mitad de los que lo han recibido. Algo semejante ocurrió con Alejandro Dumas, que nunca ingresó en la Academia Francesa. La fecundidad de Simenon fue asombrosa; millones de ejemplares de sus libros, en todas las lenguas, divirtieron y conmovieron a innumerables personas; algunas le guardamos imperecedera gratitud.

Además, creó un personaje literario de esos, tan escasos, que se incorporan a la realidad, con los que se cuenta, que nos dan compañía: el comisario Maigret. La fama y prestigio depende en buena medida de la época; más aún, de los géneros literarios; Maigret no puede estar junto a Don Quijote, Hamlet, Fausto o Don Juan, sino más bien al lado de Sherlock Holmes o Hercule Poirot, que no son mala compañía. Pero Maigret merece una atención aparte, en curiosa relación con su autor. Simenon escribió acaso centenares de novelas; gran parte de ellas son "de Maigret", su protagonista; las otras no tienen nada que ver con el personaje y su condición de comisario de la Policía Judicial. La diferencia entre los dos grupos es muy grande, y no solo por sus asuntos, que en uno de los casos son enormemente diversos.

Las novelas no policíacas de Simenon son en su mayoría excelentes: interesantes, densas, con singular relieve de escenarios y personajes. Son difíciles de abandonar una vez comenzadas. Suelen tener gravedad, analizan aspectos recónditos de ciertas vidas humanas, con frecuencia modestas, "vulgares", a veces bien distintas, o con fuertes contrastes en la convivencia. En su mayoría son tristes, a veces dolorosas, sórdidas.

Las novelas de Maigret son muy diferentes. Novelas "policíacas", tratan de crímenes y de los esfuerzos del comisario para descubrir a los autores, detenerlos y -esto es una obsesión suya- no juzgarlos, tarea reservada a los jueces. En todo caso, se trata de delitos, en su mayoría asesinatos que merecen y suelen recibir castigo. Sin embargo, estas novelas, a diferencia de las otras, son casi siempre luminosas, alegres, llenas de aguda observación, complacencia en diversas formas de humanidad, comprensión, compasión. ¿Cómo es posible?

La razón de ello es la personalidad de Maigret, y en cierto modo de su mundo próximo. Maigret es de una bondad extremada. De pulcritud moral sin falta, de conducta escrupulosamente recta, de absoluta limpieza económica, de ejemplar castidad, de fidelidad sin excepción a la encantadora Mme. Maigret, de poco relieve aparente en los libros, pero bien conocida y entrañable para todos los lectores. Maigret tiene simpatía por las personas, le parecen en principio estimables, aunque es implacable ante el crimen, que no debe quedar impune.

Trata de comprender todo, se interesa por la humanidad con la que ha de habérselas, vive intensamente los lugares en que se mueve, no solo París, sino una enorme diversidad de lugares. En cuanto a París, lo que ha aportado a su conocimiento e interpretación: el París del siglo XX, sobre todo en su parte central, es único, comparable al de Balzac, sin duda más rico e inmediato.

Su riqueza y vigor, su relieve y detalle, no admiten comparación con la obra de ningún otro escritor de nuestro tiempo. Podríamos pensar en el Londres de Dickens y el de Conan Doyle, y se podría dudar. Para Madrid hay que quedarse con Galdós, y recordar a lo sumo a Mesonero Romanos, que le prestó no poca ayuda desde otro punto de vista.

Esta dualidad entre las dos grandes porciones de la obra de Simenon quizá podría aclararse si se piensa en un tercer grupo de libros, escasos en número pero muy reveladores: los autobiográficos. Simenon escribió Pedigree ,Un Homme comme un autre ,Quand j'étais vieux -de afortunado título- y finalmente uno muy extenso, Mémoires intimes. Todos son interesantes y ricos de contenido, saturados de las diversas circunstancias. Simenon nunca dejó de ser novelista, y en todos ellos evoca una fauna humana compleja, pintoresca, conmovedora o divertida. Para mi gusto, la excepción es el último,Mémoires intimes. No lo he releído, y no por su extensión. La imagen que presenta me resulta desalentadora. No faltan sobras en los anteriores, la persona que en ellos aparece no es un modelo de perfección, pero en ellos se reconoce al autor de tantos libros que nos han hecho verlo como un amigo, por el cual se siente una extraña y afectuosa relación. No encuentro esto en la minuciosa crónica de El detalle de este libro es extremado. Hay demasiadas cosas, viajes, cambios de residencia, escritos fecundísimos, éxitos. Casi inverosímil relación de aventuras sexuales, a las que no es fácil ver como amorosas.

Los hechos, las proezas, las riquezas, ocultan al autor, al sujeto de todo ello. Lo que no se encuentra -lo que no he encontrado- es la persona del hombre llamado Simenon. Tengo la impresión de que algo se interpone entre ella y los hechos narrados. Ni siquiera la relación con su hija y la muerte de ésta llegan a la cercanía que sería necesaria. Esto me ha hecho pensar en la relación entre Simenon y Maigret. Pienso si acaso éste fue el ideal de Simenon, la figura admirada y querida, la que acaso hubiera querido ser; tal vez la que hubiera debido ser. Acaso Simenon tomaba de vez en cuando vacaciones de sí mismo, del personaje que a fuerza de dotes, talento y éxito había llegado a ser y refugiarse en su criatura genial, aquella en la que había puesto lo que le parecía más estimable, más deseable.

No siempre es posible realizar aquello que más honda y verdaderamente se es. Es la medida del grado de realidad de cada persona, probablemente la mayor diferencia que existe entre los humanos. A veces la distancia es pavorosa; hay casos en que, casi milagrosamente, es mínima y casi coinciden, con la esperanza de lograr la identidad en la otra vida. El genial novelista que era Simenon pudo superar esa dramática distancia, que puede ser angustiosa, en una criatura de ficción nacida de lo más profundo de su realidad. (

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