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El balance de la vida

La expresión "balance vital" o "balance de la vida" tiene cierta ambigüedad. Se puede entender las cuentas generales de la vida, al menos en su mayor parte; desde el momento en que se anticipa su configuración y eso que es tan importante, su "sabor". Pero hay otro balance, que no carece de importancia y que se practica desde la juventud o en la primera madurez. En el primer sentido cuenta decisivamente el pasado, el camino recorrido, sin que por ello pierda la vida su condición futuriza, que persiste hasta la vejez. En el segundo, más antiguo, se tiene la impresión de que la vida ha empezado, se anuncia con una figura determinada, pero pertenece sobre todo al porvenir, tiene mucho que descubrir y realizar. La acompaña una impresión de inseguridad, que puede estar templada por la confianza. Ambas cosas son las que establecen un equilibrio dinámico en la vida, del que depende su estabilidad y la tonalidad con que es vivida.

Creo que las diferencias entre las épocas y las sociedades son enormes, y la falta de claridad sobre ello hace que entendamos bien lo que ha sido la vida y en muy diferentes circunstancias.

En nuestra época, el número de "ingredientes" en cada momento es tal, que la atención está absorbida por ellos y apenas se percibe la configuración total. Esto hace que el proyecto de conjunto se desvanezca muchas veces y se pierda la posesión del argumento. Este es un factor capital de desorientación en la vida, más allá de la inseguridad de los sucesos que la integran.

No sé si se advierte que este carácter de las normas vitales probables y frecuentísimas en nuestro tiempo tiene una consecuencia inesperada: la dificultad de captar la contextura de la vida humana y por tanto de contarla. Sería interesante analizar las formas de ficción en las diversas épocas. El siglo XIX fue la gran creación de la ficción novelesca. Si se compara con el teatro, que tuvo su fase de esplendor en el XVII, se puede medir el enorme avance de la narración, la exploración literaria, con recursos bien distintos de los dramáticos, de la recreación de la vida en otra perspectiva.

En el XIX se logra una enorme aproximación a la vida misma, a su inmediatez, a su fluencia sin las articulaciones de la escena y de la fragmentación y articulación a la vez en la multiplicidad de escenas. No se olvide que en el XVII se conservaba expresamente esa articulación, que sería impensable en la novela. Durante un siglo, desde el Romanticismo hasta 1900 aproximadamente, la literatura se sintió en claro respecto a la manera de narrar, porque se apoyó en formas que parecían "naturales" de contar. Hay que buscar la explicación de la riqueza de técnicas narrativas ensayadas con éxito en aquel tiempo, y en la creciente dificultad que ha existido después.

Si se mira desde esta perspectiva la novela anterior, asombra el inmenso talento que fue menester para hacerla posible en diversas direcciones. Cervantes sería el mejor ejemplo, porque creó o inició muy diversos géneros, desde las Novelas ejemplares hasta el Quijote, sin olvidar el Persiles. Una mirada atenta descubriría en su obra diversas maneras de acercarse a la mismidad de la vida y a las diversas estructuras que presenta.

La genialidad de Shakespeare, en la presentación dramática de esa misma vida se vería en el carácter intrínseco de la expresión, que adivina, si vale decirlo así, lo narrativo en el uso mismo del lenguaje desde otros supuestos.

En el último siglo, las dificultades crecientes de la narración han tenido su origen en algo más hondo: la vacilación en la aprehensión de la vida real. La novela, a mediados del XIX, había alcanzado una perfección que engendró una dosis de descontento. Tal vez por algunos ataques de pedantería, por encontrar "vulgar" la manera usual de narrar, realizada con extraña perfección y sin darle demasiada importancia. Se empezó a buscar algo que fuese menos frecuente, lo cual llevó a retorcimientos poco eficaces desde la eficacia narrativa.

Empezaron las novelas-ensayo, que en muchos casos fueron ensayos de novela. Lo que intento decir es que es en la literatura, especialmente en la novela, donde puede verse esto con claridad, pero que la raíz de esto no es propiamente literaria, sino que su origen se encontraría en la manera de entender e interpretar la vida real. Por debajo de las formas dramáticas o narrativas se tropieza con el descubrimiento de las estructuras de la vida, usadas para su comprensión espontánea y después para su interpretación intelectual. Lo más importante es sin duda la comprensión de la vida.

Lo que podría ser interesante, y acaso fecundo, es la unión de las dos actitudes; la que trata de entender cómo se vive y la que aprovecha esa experiencia para extraer de ella recursos y descubrimientos literarios. Se trataría de ampliar y dilatar la visión, para buscar las diversas dimensiones en que la vida resulta inteligible. No solo las grandes posibilidades literarias, exploradas por lo menos desde Grecia, sino los muy diversos géneros, cada uno de los cuales ha descorrido un tanto el velo que oculta la realidad, quiero decir esa tan huidiza que es nuestra vida.

Cada época, cada lengua, cada visión individual, ha descorrido un poco ese velo difícil de penetrar. Lo triste es que se han ido desatendiendo y olvidando muchos de los hallazgos, perdidos por su aislamiento. La visión de conjunto es decisiva: tal vez lo más valioso depende de ella. Si se mira bien, esto no es misterioso. Desde hace milenios, algunos hombres han visto con claridad que el sistema es la forma superior de conocimiento. Hace ya largo tiempo que esta evidencia se ha perdido, con pocas excepciones. Y lo más curioso, y lamentable, es que la crisis del pensamiento sistemático domina en aquellos dominios en que es indispensable, en aquellos en que nació y se cultivó, y permitió descubrir lo más importante que se conoce de la realidad.

Lo que puede salvarnos es que la realidad, ella, es sistemática, y por mucho que nos obstinemos en desconocerla acaba por imponerse y obligarnos a reconocer su condición. Por fortuna, lo más interesante es que lo más sistemático de todo es precisamente esa vida humana que puede ser nuestra tentación.

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