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San Simplicio
Hijo de Castino y natural de Tívoli, Simplicio es el espectador pasivo de los graves acontecimientos que provocaron la desaparición del emperador en Occidente. Hasta el año 472 prolongó Ricimero su poder: los sucesivos emperadores, Livio, Severo, Antemio y Olibrio fueron apenas marionetas en sus manos. Pero el «ejército romano», formado por bárbaros, era ya incapaz de dar origen a nuevas instituciones. En tales circunstancias y faltando un rey, la única solución posible era la dictadura, interrumpida de vez en cuando por luchas para asegurarse el poder, hasta que el 23 de agosto del 476, Odoacro (t 493), un hérulo, se decidió a poner fin a lo que era simplemente una ficción y envió a Bizancio las insignias imperiales. Un solo Imperio para todo el Mediterráneo, convertido ahora en un mosaico mal hilvanado de caudillos militares. Entre las funciones subrogadas que Odoacro reclamaba, figuraba también la de ejercer autoridad sobre Roma, sede del papado; y no renunció a ellas a pesar de su arrianismo.
Simplicio tuvo que luchar contra las pretensiones del patriarca Acacio de Constantinopla que reclamaba la plena aplicación del canon 28 del Concilio de Calcedonia, al que ya no iban a renunciar sus sucesores: una vinculación del primado romano a la capitalidad del Imperio se convertía en argumento para reducirlo poco a poco a una posición subordinada; máxime cuando esta pretensión venía amparada en querellas doctrinales. El monofisismo se mantenía fuerte en Bizancio y había sostenido incluso la usurpación de Basilisco entre el 475 y el 476. Tanto el emperador Zenón como el patriarca Acacio buscaban una fórmula intermedia que permitiera conciliar los puntos de vista, imponiéndola al margen de la doctrina del Tomus Leonis aprobado en Calcedonia. Lo hicieron sin tener en cuenta la voluntad del obispo de Roma, al que consideraban como representante de una comunidad marginal. El papa solicitó de Zenón que defendiera la ortodoxia, brindándole algunas concesiones, como el reconocimiento de un patriarca de Antioquía que no había sido elegido canónicamente. Ni ruegos ni protestas fueron atendidos.
Sin embargo, se advertían progresos. El papa estaba convirtiéndose en dueño de Roma: por primera vez un edificio civil fue transformado en basílica dedicada a San Andrés de Catabarbara; edificó, además, San Stefano in Rotondo. Lo más importante es que apoyaba y estimulaba la tarea de san Severino (+483) que predicaba el cristianismo en Norica y, al mismo tiempo, reanudaba la creación de vicariatos aunque sin asignarlos a sedes determinadas y sí a personas relevantes. Por primera vez el obispo de Zenón de Sevilla ostentó esta calidad en España.
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