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Responsabilidad

Hace muchísimos años, en los ya lejanos tiempos de mi juventud, me atreví a proponer una definición de la filosofía: la visión responsable. Quería decir que la filosofía responde a las preguntas que se hace o le hacen, y que justifica sus respuestas. Al cabo del tiempo, esa definición me sigue pareciendo justa, y creo que la noción de responsabilidad tiene extremada extensión y no menor importancia. Es, si no me engaño, la condición misma de la vida humana, cuando ésta conserva su condición de tal, es decir, la de ser personal. En la medida en que renuncia a la responsabilidad degenera, se convierte en otra cosa. Degenera en uno de dos sentidos: hacia la "cosa", el mero objeto, o hacia lo meramente biológico, el rebaño: los dos peligros que nos acechan.

Lo inquietante es que la responsabilidad no se exige, ni siquiera se la echa de menos cuando falta. Se habla de la responsabilidad moral, económica, intelectual; lo decisivo es la responsabilidad como tal, previa a sus diversas formas. Si se mira con atención, se cae en la cuenta de que la mayoría de los males son casos de irresponsabilidad. La más notoria, probablemente la más grave, es la intelectual, porque condiciona la visión de todo lo demás y la corrompe o pervierte. Se habla y escribe sin sentir la necesidad de justificar lo dicho. A veces, lo primero que pasa por la cabeza (o por otros lugares), lo que se supone que conviene, o con mayor frecuencia que daña a otros. Una de las causas de la irresponsabilidad intelectual es la ignorancia, a la que no se pone remedio porque interviene la pereza. El fanatismo es la fuente más probable de esa irresponsabilidad; se toma una posición a la que se adhiere obstinadamente, y se la afirma hasta sus últimas consecuencias, que suelen ser de extrema gravedad, con lo que entran de lleno en la irresponsabilidad moral. Casi todas las grandes atrocidades de la historia han tenido ese origen, y no faltan en el presente. Al cabo de los años -o de algunos siglos-, lo que ha tenido plena aceptación y reconocimiento, ha sido defendido, respetado, legislado, parece simplemente una monstruosidad. Así, la esclavitud o la tortura judicial. En nuestro tiempo, el ejemplo más claro y notorio es la aceptación social del aborto, con caracteres muy semejantes -y espero que con un destino parecido, tal vez no muy remoto.

Por su próximo parentesco con la evidencia, la responsabilidad intelectual es la más fácil de comprobar, estimar o echar de menos. Pero rara vez es eficazmente exigida. Se falta a ella, por acción, desfiguración u omisión, con asombrosa frecuencia, y casi siempre con impunidad asegurada. Las mayores distorsiones se cometen ante la impasividad de los receptores, con absoluto desprecio de la realidad. No puede esperarse que intervengan los poderes públicos, que rechazan la irresponsabilidad económica y en cierto grado la moral; pero sería menester que la irresponsabilidad intelectual tuviese la inmediata consecuencia del desprestigio, la eliminación de lo que se llama, con expresión irritante para mi gusto, "la comunidad científica internacional". El día en que esa clase de irresponsabilidad tenga consecuencias inmediatas será el punto de partida de la salud mental de la humanidad.

El campo en que se falta más a la responsabilidad es sin duda la política. Se da por supuesto que en este dominio la mentira es lícita o, lo que es peor, inevitable. De vez en cuando se hacen reproches o descalificaciones globales, que se atribuyen al partidismo, es decir, a otra forma de irresponsabilidad. Esto es absolutamente inoperante. Lo eficaz sería el análisis veraz de lo que los políticos dicen, de sus declaraciones, discursos o propuestas, para mostrar en concreto y con la mayor precisión posible que algo es falso y se puede comprobar así. La consecuencia sería la pérdida de lo que se llama, con alguna ligereza, "credibilidad", prestigio, influjo, en suma, poder. Sería menester rectificar esas pérdidas. Si esto se hiciera con alguna constancia -y, por supuesto, con responsabilidad-, conductas muy frecuentes y que no traen malas consecuencias serían impracticables. Acabo de leer unas declaraciones de una figura política de relieve y a la que muchos toman en serio, y que consisten en una serie de afirmaciones evidentemente falsas; si esto se pusiera de relieve, las consecuencias serían inevitables, al menos para los que no han perdido el sentido de la verdad, es decir, que no han caído en el fanatismo o lo practican activamente. Sería apasionante medir el sentido de la responsabilidad según los países, épocas o partidos -y, por supuesto, personas individuales-. Sueño con un restablecimiento de la veracidad y la responsabilidad. Hay escritores que viven en perpetua zozobra pensando que les pueden citar lo que han dicho en alguna época. Imagínese lo que sería el estado de ánimo de los que tuviesen el temor de que sus manifestaciones políticas volviesen a la luz.

He procurado durante toda mi vida distinguir de personas y de sus agrupaciones varias, atendiendo sobre todo a este criterio. Gracias a ello, mi pequeño, casi insignificante mundo personal ha tenido una calidad infrecuente. A pesar de ello, he tenido decepciones, a veces muy dolorosas, en algunos casos inesperadas y hasta imprevisibles, pero reducidas si se tiene en cuenta la duración de la vida y la habitual frecuencia de tales eventualidades.

Queda una cuestión en pie: el origen o causa de esas decepciones. Casi siempre hay que encontrarlo en la variación de las cosas. Me he preguntado siempre, con angustia, cómo fue posible, durante la guerra civil y después de ella, tal número de asesinos de hecho o en potencia, en complicidad o aprobación. Estoy persuadido de que si la guerra no hubiese existido, la mayoría de esas personas hubiesen tenido vidas "normales", "decentes", sin las atrocidades que las mancharon. Se hubieran librado de lo peor y más grave en que cayeron: cobardía, pereza, confusión mental, pasividad, aceptación automática de lo que "se dice", sentido de la conveniencia. Queda en pie un elemento de azar, que resulta escalofriante. Sin Hitler y sus efectos, innumerables alemanes no hubieran sido, al menos por participación y asentimiento, los monstruos que nos parecen. El lado oriental del "telón de acero", que tal cosecha produjo de lo más repulsivo de la humanidad, habría sido bien distinto.

Produce un estremecimiento considerar las posibilidades humanas y lo que, en unos casos o en otros, se realiza. Lo que parece seguro, evidente, es el papel que en ello ha tenido, tiene y tendrá eso que se llama responsabilidad. Y estremece, finalmente, ver qué reducido e incierto es su papel en la vida humana.

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