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Pasiones de invernadero

La guerra civil y su prolongada, excesiva continuidad, engendraron un espíritu de discordia, partidismo, incluso beligerancia, que ha durado mucho más de lo justificable. He pensado mucho tiempo que esta actitud no se extinguiría del todo mientras quedasen supervivientes de ella. Como ya no quedamos muchos, sería cuestión de esperar. Sin embargo, ha habido un momento en que he empezado a perder ese cálculo relativamente optimista. En los últimos años ha surgido un nuevo brote de partidismo, de hostilidad renacida, de espíritu de discordia, cuyo origen no es una prolongación de la gran discordia de hace tantos años, sino un renuevo de ella. Quiero decir que es una actitud propia de grupos relativamente jóvenes, que no han vivido la guerra, ni siquiera sus consecuencias vivas y activas, sino que han recibido un complejo ya elaborado, unas hostilidades "recalentadas" que no responden a ninguna emoción real y auténtica.

Con los falsos recuerdos ha llegado su interpretación. A esto llamo "pasiones de invernadero". Se han engendrado lejos de la experiencia personal de los que la representan, exhiben y aplican. En cierto modo, se ejercen "por poderes". Aparte del coeficiente habitual de falsificación que tienen las posiciones partidistas, la exageración por lo menos, la propensión a la inexactitud y la desmesura, suenan a falso, a lección aprendida, y por eso son más difíciles de superar.

Hay que advertir que este fenómeno es estrictamente minoritario, lo que disminuye su importancia; tiene menor vitalidad, porque no viene de emociones auténticas; pero el originarse en lecciones recibidas, en consignas, le da una fijeza que hace más improbable su superación.

Con este fenómeno, por ser nuevo, hay que enfrentarse con una óptica también nueva. Con los que vivieron las situaciones originarias -la guerra misma y sus larguísimas consecuencias, en dos fases bien distintas- es posible en cierta medida entenderse. Casi todos han realizado un reajuste de cuentas, han descubierto, aunque quizá no han reconocido, su porción de error, de injusticia, en ocasiones de atrocidad; no están, ni pueden estar, donde estaban; el paso del tiempo ha establecido una dosis de comunicación entre posiciones que fueron extremadas y parecieron irreconciliables. Esto es probablemente lo mejor y más importante que ha traído a España el paso de los años, lo que ha permitido la inmensa, casi increíble mejoría de la España que acaba de comenzar el siglo XXI y que significa una maravillosa apertura del horizonte.

Temo que no se vea la amenaza que ese modesto fenómeno reciente, de origen artificial y en gran medida fraudulento, de escasas proporciones, significa para el porvenir español. Amenaza con una involución, con un retroceso en el "camino real" andado con tanto esfuerzo, una reviviscencia de lo peor de nuestra historia reciente y, lo que es más grave, sin autenticidad, sin verdadera pasión, con lo que esta puede tener de noble. Creo que la amenaza mayor que se cierne sobre los hombres, y muy en particular sobre su vida colectiva, es la falsedad. Esta no suele advertirse y por tanto no se le pone coto. Va minando todo lo que laboriosa y penosamente se crea, va vaciando de contenido los mejores esfuerzos, convierte en cáscara inerte lo que puede y debe ser sustancia viva.

De ahí la urgencia de descubrir e identificar ese fenómeno de reciente aparición y que amenaza con minar lo más prometedor del importante proceso realizado en estos últimos años.

¿Qué puede hacerse, si se repara en ese nuevo peligro, en la zona de realidad en que se engendra, en su origen concreto y lo que podríamos llamar sus vías de nutrición? Hay que descubrir quiénes lo engendran, lo difunden y permiten que arraigue. Hay medios de comunicación, impresos, auditivos o visuales, encargados de esa función, que desempeñan sin que casi nadie se dé cuenta. La realizan por debajo de su función meramente informativa o de discusión, análisis o interpretación de los acontecimientos. Cada noticia, cada comentario, cada conexión, lleva como un logaritmo, una clave interpretativa que conduce a una finalidad que el receptor rarísima vez percibe.

El único medio de defensa es la identificación del origen de cada falsedad. Cuando se lo descubre, es menester mostrarlo, ver cuál es su origen, cuál es su propósito, cuál es el designio de esa falsedad. La reiteración de éstas muestra su propósito permanente y reiterado, impide que se les conceda crédito, que se tenga confianza en lo que procede de ellas.

Cuando se cae en la cuenta de esto, por ejemplo cuando se descubre el propósito permanente de un medio de comunicación, se renuncia a recibir ingenuamente su mensaje y se espera su previsible falsificación, que llega puntualmente, como el curso de los astros. Esta es la manera de precaverse frente a la suplantación de la realidad por una u otra ficción.

Se podría emplear una fórmula breve y sencilla: estar alerta. Ortega solía citar al clásico italiano: "che saeta previsa vien più lenta". Es la previsión la que disminuye el impacto y la eficacia de la agresión con la que se cuenta. Vale la pena que defendamos las parcelas salvadoras de veracidad que España, con gran esfuerzo y no poco talento, ha conquistado.

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