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Calidad de frase

Hace casi medio siglo, en un artículo escrito en Soria, como tantas páginas, acuñé la expresión "calidad de página", que ha tenido extraña fortuna y se sigue usando. Contraponía la calidad que corresponde a libros enteros, a veces a series o conjuntos de obras, y aquella que se condensa en breves fragmentos, en páginas sueltas, de excepcional intensidad o fulgor, independientemente del valor del conjunto. Autores admirables, como Galdós o Baroja, no muestran con frecuencia "calidad de página". No se encuentran en sus obras frecuentes fragmentos deslumbrantes. El valor pertenece más bien a libros enteros, acaso al conjunto de su obra. La "calidad de página" se descubre más bien en la poesía que en la prosa; pero no es ajena a esta; baste con citar dos nombres: Ortega y Gabriel Miró, a quienes hay que leer con una óptica capaz de retener esa calidad excepcional. Por el contrario, frente a la lectura demorada que requiere Gabriel Miró, la lectura rápida, casi acelerada, de Baroja ayuda a su comprensión y al placer que proporciona. Nuestra manera de leer y gozar de la lectura se enriquece con esa distinción; la noción de "calidad de página" da un instrumento precioso de relación con la letra escrita. Pero ahora he caído en la cuenta de que hay un nuevo concepto: "calidad de frase", casi podría decirse "calidad de línea". Hay textos tan breves e intensos que su conjunto no rebasa unas cuantas páginas; suele ser particularmente fulgurante, en prosa o con mayor probabilidad en verso; pero el fenómeno de la calidad sigue siendo excepcional: se da en algunos pasajes de esos breves escritos.

Un ejemplo extraordinario es el asombroso que a fines del siglo XV compuso Jorge Manrique, las Coplas a la muerte de su padre el Maestre Don Rodrigo. La simplicidad, la sencillez de esas Coplas, la asombrosa madurez de la lengua española a finales de ese siglo hace posible que se puedan publicar medio milenio después en un periódico, accesible a todos los que hablan español, algo imposible en las demás lenguas europeas, con la excepción del toscano. Recuérdense algunas muestras con valor apenas creíble:

Partimos cuando nacemos,
andamos mientras vivimos,
y llegamos
al tiempo que fenecemos;
así que cuando morimos
descansamos.

Este mundo bueno fue
si bien usásemos dél
como debemos
porque, según nuestra fe,
es para ganar aquel
que atendemos.

Y aun aquel fijo de Dios
para subirnos al cielo,
descendió
a nacer acá entre nos,
y a vivir en este suelo
do murió.

Ved de cuán poco valor
son las cosas tras que andamos
y corremos;
que, en este mundo traidor,
aun primero que muramos
las perdemos:
de ellas deshace la edad,
de ellas casos desastrados
que acaecen,
de ellas por su calidad
en los más altos estados
desfallecen.

Decidme: La Hermosura
La gentil frescura y tez
de la cara
la color e la blancura
cuando viene la vejez
¿cuál se para?
Las mañas y ligereza
y la fuerza corporal
de juventud,
todo se torna graveza
cuando llega al arrabal
de senectud.

(...)

¿Qué se fizieron las damas,
sus tocados, sus vestidos,
sus olores?
¿Qué se fizieron las llamas
de los fuegos encendidos
de amadores?
¿Qué se fizo aquel trovar,
las músicas acordadas
que tañían?
¿Qué se fizo aquel danzar,
aquellas ropas chapadas
que traían?

(...)

Después de puesta la vida
tantas veces por su ley
al tablero,
después de tan bien servida
la Corona de su Rey
verdadero,
después de tanta hazaña
a que no puede bastar
cuenta cierta,
en la su villa de Ocaña
vino la Muerte a llamar
a su puerta.

(...)

-"No gastemos tiempo ya
en esta vida mezquina
por tal modo,
que mi voluntad está
conforme con la divina
para todo;
y consiento en mi morir
con voluntad placentera,
clara y pura,
que querer hombre vivir
cuando Dios quiere que muera
es locura".

Estas son algunas de las prodigiosas palabras que se encuentran en las Coplas. Es difícil, casi imposible, encontrar en cualquier lengua semejante intensidad, concisión, fuerza expresiva, lirismo y dramatismo combinados. Desde la sensibilidad, el placer, la evocación de la vida, hasta el enfrentamiento con las cuestiones últimas, el balance de una vida que se acaba de evocar con placer y deleite. Y al llegar al momento de la muerte, a la despedida esperanzada de todo aquello que reclama nostalgia, esas pocas palabras aladas en que se resume la actitud final: voluntad placentera, clara y pura.

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