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San Félix II (III)

Impropiamente, en aquellas relaciones que otorgan legitimidad al rival de Liberio, aparece mencionado como Félix III. Pertenecía a la aristocracia romana y su padre había sido ya sacerdote. Viudo y con dos hijos, uno de los cuales sería a su vez el abuelo de Gregorio Magno: tuvo que recibir sobre la marcha todas las órdenes antes de ser consagrado. Odoacro, a través del prefecto Basilio, primera autoridad en Roma, intervino en esta elección. Félix II se apoyaría, para su gobierno, en el archidiácono Gelasio, que sería además su sucesor: de ahí que se hayan considerado ambos pontificados como dos etapas en un mismo gobierno cuya tarea más importante consistió en fijar el ámbito de autoridad de Roma con respecto a Bizancio.

Vista desde Constantinopla, la caída del Imperio de Occidente reducía Italia al rango de una mera provincia, gobernada además por usurpadores bárbaros (desde el año 487 el rey de los ostrogodos, Teodorico (454-526), recibiría de Zenón un título de «patricio» que le capacitaba para su gobierno) y, en ella, Roma podía ser tratada como una sede metropolitana, no distinta de las otras patriarcales. Acacio, por encargo de Zenón, preparó un documento, Henótico, reinterpretando la doctrina de Calcedonia a fin de que pudiera ser aceptado por monofisitas y nestorianos, y trató de imponerlo como si tuviera la supremacía doctrinal. Paralelamente un monofisita, Pedro Mongo, era admitido como patriarca de Alejandría. Félix no fue ni siquiera informado: tuvo conocimiento de lo sucedido a través del patriarca alejandrino depuesto, Juan Talaia, que buscó refugio en Roma. El papa, todavía en el comienzo de su gestión, envió sus legados a Constantinopla para dar cuenta de su elección, reclamar la confirmación del credo de Caldedonia y la restauración de Talaia en Alejandría. Fallaron absolutamente en su cometido; admitieron ser tratados como inferiores y dieron a entender que podían plegarse a todas las decisiones de Acacio y de la corte imperial.

Félix convocó un sínodo (28 de julio del 484) para excomulgar a sus legados y también a Acacio de forma solemne. Algunos monjes bizantinos, exaltados defensores de la ortodoxia, hicieron pública la excomunión colgando el documento en las vestiduras de Acacio cuando éste se hallaba celebrando misa. El patriarca ordenó que se borrara el nombre de Félix de los dípticos y, durante 35 años, se prolongaría una ruptura que algunos historiadores consideran ya como el primer cisma. El papa, mostrándose absolutamente seguro de su posición, se negó a hacer concesiones: exigía el retorno puro y simple a la fe de Calcedonia y la deposición de los patriarcas de Antioquía y Alejandría, considerados monofisitas. Muerto Acacio y llegado al trono imperial Anastasio (491-518), hubo un giro a la ortodoxia, pero matizada con concesiones al monofisismo moderado. El papa nunca quiso modificar sus condiciones, a pesar de que sus detractores le considerasen demasiado duro. Su sepulcro, junto al de su padre, su esposa y sus hijos, se encuentra en la basílica de San Pablo.

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