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Malversación

No se trata sólo de dinero; a veces parece que es lo único que importa y se tiene en cuenta. Malversar es algo más amplio y por ello más interesante. El Diccionario lo define así: "Invertir ilícitamente los caudales públicos, o equiparados a ellos, en usos distintos de aquellos a que están destinados". Los ejemplos son múltiples y desgraciadamente frecuentes. Pueden tener una vertiente económica, una repercusión en asuntos de dinero, pero esto no es necesario y por supuesto no es lo más importante. Suele tratarse de prestigio; se aprovecha el prestigio existente, conseguido tal vez por el trabajo esforzado durante años por grupos de personas, para respaldar propósitos bien distintos y que pueden ser contrarios a lo que podríamos llamar el punto de aplicación legítimo y originario. Lo más grave es que esta malversación original y primaria se prolonga en una serie de malversaciones en cadena que van produciendo una corrupción cuyas ramificaciones perturban la vida intelectual y en definitiva la convivencia dentro de una sociedad. El primer paso es una serie bien organizada de silencios y omisiones. Se olvidan cuidadosamente los hechos; se trasladan a lugares injustificados las acciones realizadas, a veces durante muchos años, con lo cual se produce una desfiguración total de la realidad. Éste es el punto de partida. A continuación empiezan a desarrollarse y proliferar las deformaciones parciales de la realidad, en provecho de intereses y puntos de vista ajenos a aquello que podría justificar el prestigio conseguido por personas individuales o grupos sociales. Al cabo de algún tiempo, la malversación está consumada y se ha conseguido una tergiversación completa de la realidad.

El hecho de que este proceso afecte primariamente a cuestiones intelectuales no es azaroso. Se parte casi siempre de la desfiguración de la verdad expresada en ideas, tesis, afirmaciones, desde las cuales se interpreta el conjunto de las dimensiones de la vida. Lo intelectual es casi siempre la puerta por la cual el caballo de Troya de la falsedad penetra en las diferentes porciones del mundo. Sería apasionante perseguir este proceso a lo largo de los mayores deterioros de las diferentes porciones de la humanidad en los últimos decenios. El auge de los totalitarismos de todo signo, los quebrantos de la moral colectiva, la aceptación de las mayores violaciones de lo que es exigido, han tenido ese origen y desarrollo. En la actualidad, los nacionalismos son el ejemplo más claro y enérgico de esta contagiosa enfermedad social. Es curioso cómo se desarrollan con extraña preferencia al abrigo de prestigios que por su apariencia religiosa tienen asegurada una pretensión de validez. Esto les confiere una abusiva e inmerecida eficacia social, al socaire de la cual usurpan una fuerza que les es ajena cuando no manifiestamente contraria a la realidad efectiva.

Las muy recientes manifestaciones de Juan Pablo II acerca del terrorismo y su total ilicitud muestran con plena evidencia el carácter de absoluta malversación que tienen las peores manifestaciones de esa peligrosa e inaceptable tendencia.

Bastaría con examinar a la luz de esta evidencia un número creciente de interpretaciones de la vida contemporánea para descubrir la falsedad, la inaceptabilidad de lo que se está convirtiendo en moneda tan corriente como fraudulenta. Estoy intentando mostrar el denominador común de muchos fenómenos cuya conexión no se descubre, que se miran desde perspectivas diversas y cuyo origen común no se tiene en cuenta. Lo primero que hay que hacer es descubrir su común origen, su raíz intelectual que permite la corrupción de la visión, la falsedad de las perspectivas aparentemente distintas y que se consideran independientes. El tratamiento aislado de lo que está estrechamente conexo impide que sea conocida su verdadera realidad y haga ineficaz lo que intenta combatir ese sistema de perversiones.

Hay que hacer un esfuerzo, sin duda penoso, para situarse en el punto de vista de la perversión intelectual. Hay que entender por qué y para qué se miente deliberadamente, qué finalidad se persigue al usar la mirada y a continuación la lengua, no para comprender, sino para perturbar, oscurecer y suplantar la realidad. Es doloroso adoptar provisionalmente una actitud que significa la torsión, la inversión de la función normal y recta del pensamiento. Pero el ejemplo nos lo debe dar la medicina. El médico tiene que abandonar momentáneamente la perspectiva normal acerca del organismo sano para comprender las innumerables afecciones de las que puede ser y con frecuencia es víctima. Es la única manera de anticipar, reconocer e intentar superar las situaciones morbosas. De ahí la curiosa combinación de pesimismo y esperanza en que consiste toda acción médica. Sin una conciencia clara, sincera, absolutamente fiel a lo real ante las deformaciones patológicas del organismo, no hay nada que se pueda hacer. Sin una actitud de no aceptar la enfermedad, de tener ante los ojos el ideal posible de la salud, la acción médica es ineficaz y carece de sentido. He dicho a veces que el médico no puede tener asco a ninguna realidad, actitud que puede ser lícita a los que tienen otras vocaciones y profesiones. Pues bien, los que examinan la realidad humana colectiva y tratan de enmendar sus deformaciones y corrupciones, no pueden echarse atrás ante la repugnancia que suscitan muchos fenómenos sociales. Imagínese cuál hubiera podido ser la historia de grandes porciones del mundo, en definitiva del mundo entero, si la mirada aguda y competente de los capaces de ello se hubiera enfrentado de verdad con los síntomas que aparecían inequívocamente antes de que los grandes males quedaran consumados. He hablado muchas veces de cómo siento profunda gratitud por el infortunio evitado. No me consuelo de los infortunios consumados, de aquellos cuya evitación ha sido posible y a los cuales se ha dejado llegar y consumarse.

¿Por qué no mirar al porvenir, a ese que se puede prever y anticipar, por qué no intentar cuando se está todavía a tiempo frenar los infortunios anunciados? No tendremos disculpa si no intentamos por lo menos, enérgicamente, cerrar el paso a esos males que pueden dar al traste con las esperanzas de la humanidad. Es cuestión de agudeza visual, de fidelidad a lo que se puede ver, de apertura a la realidad; y también de cierta dosis de valor, de atreverse a mirar y a decir lo que se está viendo; sólo así se evita la entrega, la complicidad con lo que acaso se dice temer y execrar.

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