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Los destructores

Destructores ha habido siempre, y frecuentemente en número crecido; pero en nuestro tiempo han venido a convertirse en una profesión. Esta palabra, sin embargo, podría inducir a error: se podría pensar que los destructores están dedicados a lo mismo, a una empresa unitaria. No es así: se aplican a muy diversas tareas, casi incontables y que difieren enormemente. Lo que los unifica es más bien una actitud, un propósito general, de tal manera que su multiplicidad resulta convergente. Por debajo de todas las diferencias, se trata de un asalto a lo que hay, a lo que se supone que existe, y desde luego a lo que debe haber. Es una ofensiva bien diversificada contra la realidad.

Si se preguntara a los destructores qué se proponen, y tuvieran la lucidez de saberlo y un mínimo de veracidad, responderían: simplemente destruir, quebrantar porciones de realidad, aniquilarlas si es posible. Más difícil sería contestar a la pregunta por qué. ¿Odio? Tal vez temor, miedo a enfrentar las diversas realidades con la propia. He hablado muchas veces de "rencor contra la excelencia". Su estrato más hondo es un extraño rencor contra lo que es real; esto es lo que difícilmente se perdona. Hay quienes se sienten heridos o amenazados por lo que existe, tal vez por comparación con lo que encuentran cuando se miran a sí mismos.

Esto explica la pluralidad de aplicaciones que adopta esta actitud. Durante gran parte de la historia y con cierta grandeza, el espíritu de destrucción ha sido primariamente revolucionario. Unamuno recordaba en el siglo XIX el lema de los ingenuos revolucionarios españoles: "Derribar en medio del estruendo lo existente". El estruendo era parte esencial de la ingenuidad; en épocas más duras y serias el silencio tuvo mayor papel. Otras formas de destrucción son el equilibrio social, las ideas aceptadas y establecidas, sobre todo si se sospecha que son verdaderas, es decir, si tienen auténtica realidad; asombra la escasa resistencia, la casi nula rebelión contra las ideas falsas, risibles, ridículas; la oposición suele estar en razón inversa de su realidad. El espíritu destructor se aplica con gran preferencia al equilibrio de la vida humana; se intenta minar por todos los medios las formas de instalación; si se examinan con cuidado las alteraciones sociales de este tiempo, se advierte cómo se está procurando por todos los medios quebrantar la solidez de la manera de ser hombre; y, como un capítulo distinto y particularmente importante, de ser mujer. La destrucción se está aplicando con particular esmero a las dos formas radicales, inseparables e irreductibles de lo humano. Una forma aparentemente trivial, pero de mucho alcance, es la que afecta a las edades y su relación mutua.

Lo más interesante, y quizá lo más inquietante, es la escasez de los que se dan cuenta de todo lo que acabo de nombrar, aunque su volumen es inmenso. Se pasa por alto este hecho decisivo, que pretende sacudir, si es posible quebrantar, el equilibrio de la vida en todas sus formas y fases. Parece extraño que esto sea posible. ¿Cómo se puede no advertir un cambio que está poniendo en cuestión los elementos y principios de toda vida? Una hipótesis sería que esto se pasa por alto, que no se tiene claridad sobre las condiciones que hacen posible esa vida y su realización normal; o que se da por supuesto que ésta carece de fundamento, de justificación, de equilibrio, que es un puro azar o que no tiene importancia.

No es fácil combatir el espíritu destructor. Sobre todo, porque ese combate suele ser parte de lo mismo. Lo normal es una palabra que ahora se usa constantemente: enfrentamiento. Es curioso que frente a los grupos más destructores, tal vez salvajemente destructores, que invaden el mundo, la palabra predilecta es enfrentamiento; casi siempre se trata de meras agresiones de grupos, organizaciones, partidos, mafias, que atacan al torso de la humanidad pacífica, cuyo único enfrentamiento consiste en una escasa resistencia.

He comentado muchas veces a lo largo de ciertas indagaciones históricas cómo el reverdecimiento de la "leyenda negra" en el siglo XVIII coincidió con la época en que España había dejado de ser peligro o amenaza para nadie, en que vivía en extraña paz y tolerancia. Hubo un momento en que caí en la cuenta de que significaba solamente, por su enorme extensión y realidad, una gran inercia, que sin hacer nada en particular se había convertido en una resistencia al espíritu revolucionario fomentado por algunas importantes minorías de ciertos países. Esto es lo que parecía intolerable a los que veían dificultado su propósito de transformación del mundo en un sentido muy particular y que, por cierto, había de encabezar una serie de fracasos y desastres. Es el ejemplo máximo de lo que estoy intentando comprender y mostrar.

Todo lo que acabo de decir tiene carácter minoritario; sería un gravísimo error creer que eso es el mundo actual o que el mundo marcha en esa dirección. Lo que pasa es que hay ciertas fracciones sociales que "cunden mucho" y parecen ocupar una porción del mundo que es bien distinta y tiene realidad muy superior y, por supuesto, incomparablemente más duradera. Sería urgente una cuantificación de la historia: ver cuánto han durado sus diversos ingredientes, cuánto han invertido en establecerse sus formas más particulares, cuánto han durado, cómo han venido a un pronto fracaso y acabamiento. El paso de la historia es bastante desconocido, y esto altera radicalmente su imagen, la escala de las importancias, la diferencia entre lo permanente, que suele ser creador, y lo efímero, casi siempre inestable y con gran frecuencia desastroso.

Conviene no dejarse engañar por las apariencias. Los destructores, llevados por su propósito, que sería excesivo llamar vocación, por su diversidad e inconsistencia, representan una menguada porción de lo real. En nuestra época, la acción de los medios de comunicación, que es decisiva, los magnifica y hace que la mayor parte de la gente les atribuya una importancia desmedida. Baste con mirar unos periódicos o atender a las emisoras de radio o a los programas de televisión. Una forma de cuantificación más, particularmente importante, es la proporción con que se atiende a todo ello, más desproporcionada todavía si se compara con la atención que se dedica a casi todo lo que es interesante. A última hora, se trata principalmente de un error de óptica, que urge superar y restablecer una visión más adecuada.

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