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Lo atractivo

El prestigio de lo negativo es tan alto y está tan arraigado, que es mucho más fuerte que la evidencia inmediata y cotidiana. En esta época de muy difundida prosperidad, la existencia de amplísimos recursos, increíble número de automóviles privados, universalidad de vacaciones y estación veraniega, la mayoría de los españoles viaja sin cesar y tiene ocasión de contemplar personalmente la realidad de nuestro país.

Casi desaparecidas las zonas de pobreza, reducidas a límites desconocidos en época reciente, debidas en gran parte a decisiones voluntarias que permiten su conservación parcial, la impresión inmediata es de agrado. El que recorre España con los ojos abiertos y admite lo que está viendo tiene una impresión inequívoca de que casi todo es atractivo. Sorprenden las facilidades de desplazamiento, alojamiento, utilización de los recursos naturales y de las disposiciones que hacen grata la existencia. La impresión de bienestar, la dilatación de las posibilidades reales extendidas a la inmensa mayoría de la población es evidente. La elevación del nivel de vida respecto de un pasado muy reciente es notoria pero casi siempre se pasa por alto. Una mirada mínimamente atenta se da cuenta de la belleza física de casi todo el territorio. La España física es de extremada variedad. Los desplazamientos, que hoy se multiplican y están al alcance de casi todos, muestran cambios cada pocos kilómetros que descubren la aparición de sucesivas formas de belleza que componen una realidad casi nunca reconocida.

Esta impresión de lo rico, variado, agradable, debería ser la envolvente de la manera de sentirse en la época en que se vive. Añádase un fenómeno análogo que se extiende a los usos habituales: las costumbres, los alimentos, las variedades de una cocina imaginativa y variadísima. Otra envolvente general es la lengua, instrumento de comunicación, de interpretación de la realidad, que se está descubriendo, ahora más que nunca, como transespañola, compartida por millones de hispanohablantes de un inmenso continente que aparece con fuerza antes desconocida en nuestro horizonte: estamos haciendo más que nunca la experiencia inmediata del "Mundo Hispánico".

Si existiera alguna sensibilidad para lo que todo esto significa, se vería que esa realidad actual, en gran proporción muy reciente, ha sido el resultado hasta hoy de una larguísima historia en continuidad, sin rupturas, que resulta coherente e inteligible a pesar de las grandes variaciones a lo largo de muchos siglos. Si se tiene algún conocimiento de la realidad de otros pueblos comparables, en primer lugar los demás europeos, se ve que esa historia, tomada en su conjunto, ha sido excepcionalmente plácida, atractiva, comprensible, sin los episodios de extremada violencia que en otros lugares han resultado frecuentes y gravísimos.

Me he referido a la realidad lingüística como elemento atractivo. ¿Qué quiere decir esto? Hay un hecho, enorme y apenas percibido: la lengua española ha sido comprensible, incluso en su realización literaria escrita, desde épocas remotísimas, mucho más que la demás lenguas europeas si se exceptúa el toscano; y esa lengua desde fines del siglo XV ha ido más allá de los límites estrictamente españoles, se ha convertido en una lengua hispánica, con un alcance transnacional, instrumento de comunicación no ya nacional sino casi universal. No es necesario señalar el elemento de atractivo que tiene esta realidad en la cual estamos inmersos, de la cual vivimos, que es constitutivo capital de lo que somos, de nuestra realidad inmediata.

Si nos damos cuenta de lo que significa esa realidad con la cual nos encontramos que es propiedad inmediata de todos nosotros, de la que partimos para vivir, proyectar, realizar nuestros proyectos, que es el horizonte inmediato y efectivo de nuestras vidas, descubrimos la existencia de incontables elementos atractivos, de los cuales simplemente partimos, con solo tomar posesión de nuestra realidad inmediata.

¿Se hace el balance de los ingredientes atractivos de que partimos? Hay que hacer ciertamente la cuenta, precisa, rigurosa, considerable, de los elementos negativos del presente, de la pervivencia de las dificultades pretéritas, de lo que tienen de inevitable y de lo que es superable. Pero siempre he pensado que si se hacen cuentas hay que hacerlas bien, con rigor, sin desfiguración. En la época actual, el balance es abrumadoramente positivo: lo atractivo, valioso, enriquecedor, puesto a disposición de casi todos, excede incomparable a todos los elementos negativos, desagradables, que constituyen las limitaciones de nuestras posibilidades. El punto de partida de cada español muestra un predominio increíble, nunca antes conocido, de lo atractivo, agradable, estimulante. Naturalmente, la vida humana ha de realizarse por cada uno de nosotros, en libertad, utilizando el repertorio de nuestras posibilidades reales; lo decisivo es por supuesto nuestra vida personal: lo que hacemos y lo que nos pasa; de eso somos responsables; es el resultado de nuestra acción humana, pero tenemos que partir de lo que encontramos, de lo que está a nuestra disposición, de lo que nuestra circunstancia concreta nos ofrece.

¿Se tiene esto en cuenta? ¿Se parte efectivamente de aquello de que, queramos o no, partimos por la mera condición española al nivel de la época en que vivimos? Nuestro punto de partida efectivo podría y debería ser el que acabo de recordar, compuesto de un abrumador predominio de elementos atractivos. Temo que, por prejuicios inveterados, por una malsana predilección hacia lo negativo, se eche en olvido el carácter atractivo, estimulante, favorable, de la realidad dada; lo cual quiere decir que no se parte de lo efectivamente real, sino de una realidad deformada, mutilada, amputada, de una porción decisiva de ingredientes que significan la renuncia a su parte mejor.

Si se hacen bien las cuentas, si se toma posesión de aquello con lo que se puede efectivamente proyectar, si se toma en consideración lo negativo, inquietante, peligroso, y se procura limitarlo a lo inevitable y superarlo en lo posible, se encuentra un horizonte que permite la proyección de un futuro que podría ser de excepcional riqueza, fecundidad y esperanza.