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Soria de nuevo
Este mes de agosto he tenido la suerte de tener un tropiezo de salud en Soria. La suerte se refiere no al tropiezo, sino a haber acontecido en Soria, donde he pasado una semana en el Hospital del Insalud y he recibido una atención perfecta, con médicos competentes y atentísimos, enfermeras diligentes, hábiles y cordialísimas, y una admirable coordinación de todos los servicios.
Había llegado a Soria con la idea de pasar allí el mes de agosto, de "vivir" de nuevo en la ciudad donde he pasado más de treinta largos veranos, donde he escrito cientos de páginas y dirigido extraños cursos de estudios hispánicos, sin apenas recursos, pero donde conseguí que hablaran y enseñaran innumerables figuras españolas de primer orden. Soria está profundamente ligada a mi vida, y cuando vuelvo los ojos al pasado la encuentro por todas partes.
Todo esto, desde 1946, había sido con mi mujer, Lolita, y los cinco hijos que fueron naciendo. Al morir ella no pude seguir viviendo varios meses al año en esta ciudad, a la que he vuelto algunos años unos pocos días. Ahora he vuelto a ver la ciudad, a estar en ella, a recorrer parcialmente la provincia que había conocido como el pasillo de mi casa.
He encontrado una Soria bastante distinta, crecida, llena de nuevas edificaciones, llena también de coches, que hacen difícil el tránsito y el estacionamiento; próspera, con un nivel de vida sumamente alto, un comercio incomparable con el antiguo, restaurantes nuevos, hasta uno chino excelente -recordé que mi conocimiento de la cocina china se inició hace medio siglo en Lima, y ha sido luego prolongado en gran parte del mundo-. Soria está llena de vida, alegre, bastante distinta de la antigua, pero sigue siendo la misma, y he encontrado mis innumerables recuerdos de todas sus partes: la Dehesa, el Castillo, es decir, las casi inexistentes ruinas de lo que fue; el Duero, la rocosa ermita de San Saturio, el Mirón, Valonsadero con el Pico Frentes. Y la Venta de Cidones, Calatañazor, que comenté en 1976 en el artículo "Viaje al año 1000", con el asombroso paisaje y el recuerdo de Almanzor. Y tantos lugares, Molinos de Duero, San Polo, los sitios tantas veces recorridos, cargados de pasado, el mío y de tantas personas con las que he ido conviviendo, con las que sigo conviviendo a pesar de que muchas no están ya en este mundo.
Soria había sido para mí un lugar de convivencia. Su tamaño reducido, la posibilidad de llegar a todas partes en unos minutos de marcha, el hecho de conocer, al menos de vista, a tantas personas y ser conocido de ellas -ahora lo he comprobado-, la facilidad de trato, de conversación, todo esto permitía un tipo de relación humana imposible en las grandes ciudades. Es asombroso el cúmulo de recuerdos que han ido almacenando mis hijos desde su primera niñez: un tesoro difícil de conseguir y que ahora estiman y reviven.
Lo primero que se me ocurre decir de Soria es que está muy bien, eso que los españoles se resisten tanto a reconocer, como si no lo vieran, muchos creen más en lo que se dice, en lo que leen, en lo que "tiene que ser", impermeables a toda evidencia. Soria es un caso particular de la situación actual de España entera, con alguna mínima y dolorosa excepción. El nivel de vida ha aumentado increíblemente; casi todo está cuidado, bien mantenido, con algo que no había sido frecuente: esmero, lo que antes era sumamente modesto o resueltamente pobre -con todo el valor que esto puede tener- ya no lo es. Sin llegar a opulencia, hay holgura, bienestar, posibilidades. Los recursos de que se dispone son satisfactorios; y hay que alegrarse profundamente de ello. Lo importante es que los proyectos sean superiores a los recursos; si sucede lo contrario, puede surgir una disminución del tono vital, una atención predominante a las cosas, a lo que se puede adquirir y poseer, a lo que se puede emprender, los viajes, y esto puede engendrar algún tedio, alguna inercia y al final el aburrimiento. Éste es el gran peligro del mundo próspero, sobre todo europeo y en gran parte americano.
Esta consideración hace que algunos añoren la antigua penuria, lamenten la fabulosa creación de riqueza que en esa porción del mundo se ha creado desde el final de la segunda guerra mundial. Hay gentes llenas de rencor contra los creadores de riqueza; en estos años, bien organizados y financiados, se dedican a destruir ciudades en cualquier continente para impedir que se siga creando riqueza y llegue a los que todavía no gozan de ella. Es un siniestro error, cuyo origen y métodos habría que indagar, una forma de parcial suicidio de la humanidad.
Es lástima que no se mire el reverso de la cuestión: la escasez o bajo nivel de los proyectos, en una palabra, la deficiencia de la imaginación. Esto es lo urgente, lo que habría que hacer, fomentar, estimular. Cuando se habla de países ricos y países pobres se pretende ignorar que los "ricos" lo son porque llevan siglos trabajando todo el mundo, de manera inteligente y coordinada. Hay otros países dedicados principalmente a matarse entre sí y en el mejor de las casos a brincar y cantar, de lo cual no se puede esperar demasiada riqueza. Cuando en España empezó a haber cierta holgura, alguna riqueza, muchos señalaban la desigualdad de su distribución, el que estaba reducida a ciertas porciones de la sociedad; yo pensaba que en todo caso eso era bueno y que con el tiempo llegaría a todas partes. Así ha sido y me confirma en la idea de que la riqueza es buena, se la debe cultivar, a condición de que no sea sólo económica, sino vital, de que se produzca una intensificación de la vida, de su sentido, de su profundidad, de manera que surjan proyectos atractivos y, sobre todo, personales.
He asistido durante un mes, con el recuerdo de muchos años, con los ojos en lo que se ve, con la imaginación en el futuro, a un ejemplo particularmente querido, conocido, propio: Soria y su provincia. Esa realidad ha cambiado mucho, pero es la misma. En ella se puede asistir a lo que está pasando en toda España y en gran parte del mundo; y se puede prever lo que podría ser el porvenir si no se renuncia a lo que es inexorablemente la vida humana.
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