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La posesión del 98

En los últimos decenios ha variado considerablemente la visión de la generación del 98 y de sus miembros principales. Ante todo, se ha ido alejando en el tiempo. Ha sido frecuente encontrar personas que habían conocido a estos autores o los habían leído mientras vivían y escribían. Esto es ahora sobremanera improbable: se han alejado hacia un pasado todavía próximo pero ya distante. Para la inmensa mayoría de los españoles, los autores llamados "del 98" son un grupo literario, una etapa histórica, una actitud que se va haciendo borrosa, imprecisa. Los que son jóvenes los ven como algo que pertenece desde luego a otra época, con una personalidad que no es clara, resultado de interpretaciones ajenas, más o menos teóricas. Otros nombres se interponen entre ellos y la realidad actual de sus posibles lectores.

Su posesión ha quedado afectada, no sólo por la distancia, sino por la dificultad de conocer directamente sus obras. No es fácil tener en las manos la mayor parte de la producción de estos autores, cuyos libros eran casi siempre accesibles. Últimamente les ha sobrevenido una inesperada dificultad: la práctica editorial -tal vez la manía- de lo que se llama "descatalogación". Con pretexto del paso del tiempo, de la escasez de las ventas (real o inventada), se retiran de la distribución cientos de libros que componen el torso de lo más valioso de la cultura reciente. Ahora es enormemente difícil encontrar en el comercio libros de los que se han nutrido los españoles durante muchos decenios y que componen lo más vivaz de nuestra cultura. Hasta hace poco circulaban colecciones editoriales populares, en una de las cuales se encontraban veinte libros de Menéndez Pidal y veintiocho de Azorín. Hay que añadir la existencia de "disuasores", dedicados por oscuros motivos a procurar que los jóvenes no lean a los autores que aseguraban la continuidad y la posesión de lo más valioso escrito en español durante medio siglo.

He dicho que la generación del 98 solía aparecer como un equipo definido por los estudiosos. Esto aseguraba su modo de presencia, con el riesgo de introducir un elemento "didáctico" y cierta dosis de falsificación. Quedaba asegurado un cierto parentesco, que llevaba consigo una pérdida de la fuerte individualidad de estos escritores; predominaba la filiación sobre las diferencias individuales; se retenía algo verdadero e importante: un "nivel"; se perdía la sabrosa unicidad de cada uno de los autores, su carácter "único", incluso sus posibles discrepancias. Sería capital conservar la conciencia histórica y de convivencia, a veces polémica, del grupo, sin perder la unicidad de cada uno de ellos, cuya suma constituía la riqueza del 98 como tal.

La conciencia de nivel es esencial a condición de que aparezca dentro de una continuidad histórica. Los del 98 están a la vez lejos y cerca. Lejos porque todos han muerto ya y nos obligan a poseer un tiempo que ya no es el nuestro; cerca porque son plenamente accesibles sin necesidad de ninguna arqueología, porque nos permiten ver de dónde venimos, conocer nuestras raíces, ser nosotros mismos. La generación del 98 constituyó una floración de talento, una acumulación de experiencias, una visión múltiple, matizada, coherente de una misma realidad. Por eso encontramos una visión variada, desde múltiples perspectivas, de una realidad explorada con distintos métodos, en muchos géneros literarios, de una riqueza que sorprende y cuya posesión resulta absolutamente necesaria para vivir en el presente y mirar al porvenir sin falsificarlo.

Temo que, por las causas que he nombrado y algunas más, la posesión del 98 haya experimentado un peligroso descenso, un empobrecimiento que es una dolorosa pérdida. Me atrevo a esperar que no sea irreparable, que pueda volver a formar parte de nuestra realidad, que perviva entre los jóvenes. Quiero decir los que son ahora realmente jóvenes y los que lo van a ser en el futuro inmediato. Temo que para una generación, acaso dos, la pérdida haya sido definitiva y sin remedio. El mundo da muchas vueltas y no siempre lo peor es cierto. Los que creen que han acabado con innumerables cosas que constituyen lo que somos pueden encontrarse de repente con que los muertos que creen haber matado gozan de buena salud. Lo que es real y no mera ficción es tenaz y reaparece cuando menos se piensa. Una mirada a la historia sería la mejor confirmación de lo que acabo de decir. Muchas cosas que parecen haber muerto resucitan a cada paso; y es que no habían muerto más que en la voluntad negativa o en el despecho de los que no son capaces de convivir con lo excelente. Lo que conviene evitar es la consagración "escolástica" del 98. Los hombres representativos fueron innovadores, en buena medida discrepantes, dentro de una continuidad que necesitaban precisamente para discrepar. No se acartonaron, y esto quiere decir que asistieron a la puesta en marcha de la historia y se insertaron en lo que vino después de ellos. Lo propio de la historia es que no termina ni se detiene.

Se ha deslizado un error en la interpretación de la época presente por un mero desliz de denominación: se habla de la generación del 98 y de la del 27; dejando de lado la inexactitud del último de estos nombres y su vinculación a condiciones políticas ajenas, se ha "saltado" la generación intermedia, tan creadora e importante por lo menos como las dos nombradas. Si se la omite o se la desdibuja no se entiende nada. Es menester contar con las tres, con sus diferencias y su continuidad; hay que volver los ojos a todas ellas, no para repetirlas, sino para partir de ellas en su conjunto y hacer lo que ellas no hicieron, no pudieron o no quisieron hacer, lo que es nuestra tarea, nuestra empresa. Es la única manera de no falsificar la realidad, de no renunciar a lo que puede ser nuestro destino; si no lo hacemos, dejaremos un hueco en la trayectoria común española: el que nos pertenece. Es posible ya anticipar los peligros de dimisión de lo que nos pertenece y sustituir nuestro puesto en la historia por un vacío.