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Vida intelectual, vida humana

Se olvida demasiado que la vida intelectual tiene su raíz, su origen y su justificación en la vida humana con sus atributos básicos, únicos que permiten su intelección. Es normal que se planteen los problemas que suscita como si fuesen comprensibles en sí mismos, es decir, de manera abstracta, sin intentar entender sus raíces vitales, concretas, mucho más complicadas y que reclaman un planteamiento diferente.

Un ejemplo particularmente claro son las relaciones de magisterio y discipulado, que suelen formularse con cierto automatismo y una concepción que podríamos llamar "hidráulica". Hace mucho tiempo advertí que el discípulo, el "hijo" intelectual, es irreductible al padre, a la vez que inexplicable sin él: "viene" del padre, pero "va" hacia sí mismo. Sin embargo falta por ver el otro lado de la cuestión: ¿qué pasa con el maestro? ¿Cómo queda afectado por esa relación? Aristóteles, ciertamente, es inexplicable sin Platón: permaneció diecinueve años en la Academia platónica, recibiendo el influjo genial de su maestro, sin el cual no es inteligible; pero ¿es inteligible Platón sin Aristóteles, sin esos diecinueve años de permanencia, convivencia, probable diálogo constante entre ambos?

Esto suele pasarse por alto, como si no hubiera existido, con lo cual ambas figuras y su relación quedan borrosas, se convierten en una interrogante, en un problema intelectual que sólo se podría aclarar acudiendo a las vidas personales de los dos interlocutores, es decir, a sus raíces vitales personales, las que explican esa vida intelectual que aislada y abstractamente no se acaba de entender. Las trayectorias intelectuales por sí solas son insuficientes; consisten en problematicidad, que remite a un fondo más complejo, menos transparente, que reclama un esclarecimiento no siempre posible. Junto a lo que se sabe hay que poner lo que se ignora, y que suele ser la clave de esa zona relativamente secundaria de la realidad que es el engranaje de las ideas, cuya justificación está más allá de ellas, en la vida misma.

Se dirá que normalmente se dispone sólo de los textos en que se reflejan los planteamientos teóricos, las formulaciones intelectuales y sus relaciones, la recepción de doctrinas, la asimilación y modificación de éstas, las sucesivas versiones de los hallazgos cuya transformación intelectual se puede investigar. El contenido problemático excede enormemente de lo que se sabe; ésto hace que la transmisión de las doctrinas quede incompleta, no sea transparente, oculte su complejidad.

La historia intelectual del mundo, incluso en un dominio particular y especialmente favorable, el pensamiento occidental en su tradición más abarcable, la que arranca del pensamiento griego, es sumamente deficiente. No digamos si se va más allá de esos límites accesibles, comprensibles en sus líneas rectoras. Esto muestra el carácter utópico de toda "historia de las ideas" si no se desciende al fondo oscuro de las vidas en que se engendraron, donde aconteció su verdadero carácter humano, dramático.

La dificultad mayor es que no se reconoce casi nunca dónde reside el verdadero problema. Rara vez se tiene conciencia clara de lo que falta, de lo que no se entiende, de las condiciones de intelección de que no se dispone. Es curiosa la propensión a pasar por alto aquellos puntos discontinuos, privilegiados, en que se poseen los elementos vitales, rigurosamente humanos, en que se articula la transmisión, modificación, aceptación de las ideas, en que su origen queda también modificado a consecuencia de su aceptación y modificación por otras mentes. Hay ejemplos notorios en que podemos perseguir la "vida" en sentido riguroso de ciertas ideas que han tenido cambios decisivos, que han experimentado el dramatismo de su comprensión ajena, de su reflejo en mentes nuevas, que han afectado a las formulaciones originarias y han alterado profundamente su realidad. En algunos casos la historia de las ideas es inteligible, precisamente porque no ha sido exclusivamente historia de las ideas, sino de ciertas vidas individuales en toda su efectiva complejidad.

¿Se aprovecha ésto hasta donde es posible? Creo que no, que predomina la concepción abstracta del pensamiento y su historia. No faltan ejemplos, sobre todo recientes, en que se ha conservado la huella de las relaciones efectivas entre personas, no sólo entre mentes definidas por sus contenidos teóricos. Podemos asistir, en casos excepcionales y de fabuloso interés, a los procesos de descubrimiento, aceptación, recepción, transformación de ideas que al pasar de una mente a otra, de una configuración vital, incluso histórica, a otra distinta, han experimentado alteraciones capitales, han tenido lo que puede llamarse "vida", que es lo que permite su verdadera intelección.

¿Se ha aprovechado esa posibilidad? ¿Se tiene presente el repertorio, ciertamente limitado, de los casos en que esa investigación real es posible? Su utilización se ha reducido al mínimo; en la mayoría de los casos se ha pasado por alto, se la ha desdeñado, o bien se ha rehuido su examen, por temor intelectual, a las dificultades de esa indagación, por el temor a atravesar esa línea inquietante y oscura que distingue el mero engranaje de ideas del fondo vital en el cual ese proceso acontece. Creo que la pérdida intelectual que esta actitud ha causado es enorme. Cada uno de los ejemplos en que esa comprensión ha sido posible, no sólo ilumina puntos decisivos, sino que aclara a su vez el mecanismo de la transmisión, posesión, interpretación de las ideas.

El aprovechamiento de las contadas posibilidades de esta comprensión dilataría de manera fabulosa la posesión de la realidad de lo que llamamos abusivamente "vida intelectual", al retrotraernos a los ejemplos en que su funcionamiento se hace transparente.

Creo que, sin salir de nuestro tiempo y de las formas más accesibles de pensamiento, se podría intentar la más profunda dilatación de nuestro horizonte. Basta con volver los ojos a lo que ha acontecido ante nuestra mirada distraída o que ha rehusado una vez y otra a descender al fondo en el cual se ha engendrado el pensamiento que, precisamente por eso, no se ha llegado a poseer y cuya vitalidad se ha resentido por ello.

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