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La Reconquista

Los acontecimientos de estos últimos días, un mes después del 11 de septiembre, han significado algo complejo y apasionante. Por una parte, el ejercicio detenido del pensamiento, el esfuerzo por entender; en suma, la paciencia con deseo de acertar. Por otra parte, el recrudecimiento de la mentira, que en rigor no se interrumpe nunca, y es el más profundo origen de casi todos los males de este mundo. En estos últimos días ha surgido un ataque a la Reconquista de España, una queja por la expulsión del dominio musulmán en Europa, cuando culminó esa Reconquista a fines del siglo XV. Conviene recordar lo que sucedió desde el siglo VII: los ejércitos árabes, bien adiestrados y de gran eficacia militar, iniciaron desde los territorios de la Península Arábiga una enorme expansión hacia Occidente. En breve tiempo ocuparon todo el Norte de África, desde Egipto hasta el Magreb, que había sido helenizado, romanizado y en gran parte cristianizado. No se olvide que la máxima figura intelectual de la época fue San Agustín, obispo de Hipona. Los pueblos que habitaban esta gran extensión fueron islamizados, arabizados, es decir, recibieron principios que les eran enteramente ajenos. Esta situación se ha prolongado hasta hoy, sigue vigente y no puede predecirse que cambie en el futuro.

Las invasiones islámicas se extendieron a comienzos del siglo VIII a España; cruzaron el Estrecho; destruyeron fácilmente el poder del Reino visigodo; solo se detuvieron en la franja Norte de la Península Ibérica. Lo probable es que España hubiese seguido el destino de todo el Norte de África, y hoy sería un país islámico y arabizado. No fue así. Los escasos españoles que conservaron su independencia iniciaron inmediatamente el esfuerzo por la Reconquista. ¿De qué? Del Reino visigodo, que había sido hasta entonces la mayor y más extensa realidad junto con Bizancio. No aceptaron la imposición que había dominado a tantos pueblos y a la mayor parte de la Península Ibérica. Los españoles que pudieron hacerlo no aceptaron la invasión: en un largo esfuerzo fueron avanzando, alcanzaron la línea del Duero, después la del Tajo, luego el Guadiana y el Guadalquivir, en el siglo XIII reconquistaron la mayor parte de Andalucía, y la Reconquista quedó terminada en 1492. La España arabizada, cuya población era sumamente parecida a la de la España cristiana -la invasión se hizo desde el año 711 con pequeños ejércitos que apenas alteraron la población real- se vio alterada por las invasiones de almohades y almorávides, procedentes del Norte de África, que alteraron profundamente la composición y la civilización de Al Andalus.

Se trató de una reconquista, de la recuperación de territorios invadidos por una fuerza militar; del intento de restauración de la Monarquía visigoda, de la condición cristiana, del carácter europeo y occidental. Es curioso que se critique ahora la recuperación de lo propio, la resistencia a una violenta imposición de lo ajeno. Las consecuencias de esto han perdurado hasta hoy en la enorme extensión del África septentrional, para no hablar de otros enormes territorios en Asia y hasta más allá de ella. La falsificación ha sido siempre compañera inseparable de la violencia. Creo que ésta se ha nutrido a lo largo de la historia de la mentira interesada, casi siempre comprobable, a veces evidente. Cuando se enfrenta uno con las consecuencias de todo tipo de violencia, sería aconsejable buscar sus orígenes, que no son a veces melodramáticos, sino que se fundan en la falsificación o el ocultamiento de la verdad. Es menester, naturalmente, ser escrupulosos y no permitir que se deslicen mentiras en la exposición de lo que en conjunto es verdad.

El Islam es una religión fundada por Mahoma para combatir el politeísmo de los árabes. Su punto de partida fue el Judaísmo y el Cristianismo. No se olvide la consideración como profetas de personas de la tradición judaica y hasta de Jesús. Pero fue polémico desde su principio: "no hay más Dios que Alá, no es hijo ni padre ni tiene semejante", formulación que engloba en forma discrepante el politeísmo y las religiones monoteístas judía y cristiana.

El Cristianismo ha tenido una larga historia de dos mil años con luces y sombras, que se han ido reconociendo cada vez más; muy especialmente en el último siglo. Ha tenido cambios considerables en sus planteamientos, al hilo de la historia general de los pueblos que se llamaban cristianos y ya no pueden denominarse así, porque en ellos hay minorías que resueltamente se oponen. Pero el Cristianismo ha estado ligado a las transformaciones históricas de los pueblos originariamente cristianos y de los muchos incorporados a esta religión en la Edad Moderna, especialmente en los hispánicos.

El Islam ha tenido una historia muy distinta, menos ligada a la historia general de los pueblos que se llamaron y siguen llamándose islámicos, porque nadie se atreve a negarles esta condición, a pesar de que no se sabe qué grado y qué formas ha ido conservando esta fe. Ha existido un considerable inmovilismo de los pueblos islámicos, que han sido valiosos y creadores en contacto con otras culturas: Grecia, la España medieval, la India, para recaer en ese inmovilismo y frecuentemente en la extremosidad cuando han quedado en situación de aislamiento. La comparación de Al Andalus, especialmente antes de las invasiones norteafricanas, con su historia ulterior después de terminar la Reconquista española, es bastante elocuente.

¿Se tiene esto presente para entender lo que está pasando, lo que podrá pasar y sobre todo lo que debería pasar? La falta de claridad no solo es dolorosa, sino además peligrosa. Se habla y se escribe con extremada irresponsabilidad. Hace falta una acumulación de pensamiento para no caer en errores que pueden ser irreparables. Se ha llegado a una situación inaceptable, angustiosa, que reclama acciones inteligentes y meditadas. Confío en que la actitud inicial continúe y se complete, pero es menester tener en claro la situación en que se está.

La condición capital es la insobornable veracidad para tratar estos delicados asuntos. Cada vez que se deslizan las mentiras o se ocultan las verdades, se aumenta el riesgo de que el mundo vaya mal. En su conjunto va bastante bien; si se hace una evaluación cuantitativa de bienes y males, se ve que los primeros son predominantes; pero la inseguridad es la condición inexorable de la vida humana.

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