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San Simaco

Cisma. La división del clero en dos facciones que se venía registrando desde la muerte de Gelasio I, quedó reflejada el 498 en un nuevo cisma. Los clérigos eran ya quienes desempeñaban el papel decisivo en la elección. La mayor parte se decidió por el diácono Simmaco, un corso que había nacido en el paganismo, y que fue inmediatamente consagrado en San Juan de Letrán. Pero los partidarios de Anastasio II que, aunque eran minoría, contaban con el apoyo de la aristocracia senatorial romana, nostálgica del Imperio, procedieron a elegir al archidiácono Lorenzo, inmediatamente consagrado en Santa María la Mayor. Las dos facciones acudieron a Teodorico, que poseía la autoridad delegada por el emperador, y él se inclinó en favor de Simmaco porque había sido elegido antes y por la mayoría. Simmaco tuvo que viajar hasta Rávena para alcanzar este resultado favorable. Apenas instalado, el nuevo papa convocó el sínodo (499) para elaborar las normas a que, en adelante, debía someterse la elección del pontífice: dicha elección correspondería exclusivamente a los clérigos, quedando excluidos los laicos. Lorenzo se sometió y fue compensado con el obispado de Noceria, en Campania, que desempeñó hasta su muerte.

Teodorico visitó Roma el año 500, siendo recibido por Simmaco. La aristocracia romana, fuerte en sus grandes propiedades y en su condición de senadores hereditarios, que no estaba dispuesta a consentir la exclusión prevista en el sínodo del 499, aprovechó esta oportunidad y el enfriamiento de relaciones entre Rávena y Constantinopla para acusar a Simmaco ante el rey de graves delitos: no celebraba la Pascua en la fecha debida, malversaba las rentas, incluso cometía pecados contra la castidad. Simmaco se negó a comparecer ante el rey en su calidad de magistrado del Imperio, atrincherándose tras los muros del Vaticano. Teodorico dispuso entonces que un obispo, el de Altinum, se encargara provisionalmente de la administración de Roma hasta que los obispos de Italia, en un sínodo, tuvieran la ocasión de pronunciarse. El papa, que negó legitimidad al administrador, Pedro de Altinum, sí aceptó el concilio. Éste, el 23 de octubre del 502, decidió en forma taxativa que ningún tribunal humano puede juzgar al vicario de Cristo, una vez consagrado como tal; sólo Dios podía juzgarle.

Un papa no puede ser juzgado. La continuación de este concilio tuvo lugar el 6 de noviembre del mismo año, en San Pedro y bajo la presidencia de Simmaco. En él se renovaron las disposiciones del 499 acerca de la elección y se aprovechó la oportunidad para declarar nula la ley que invocaran los acusadores para atribuir a Simmaco malversación, con el argumento de que dicha ley había sido promulgada por Odoacro y ningún poder laico puede legislar en la Iglesia. El texto de dicha ley se convirtió en un canon que aprobaron el papa y los obispos reunidos.

Teodorico comprendió que estas disposiciones eran una amenaza para el poder temporal que representaba: sus tropas permitieron a Lorenzo regresar a Roma e instalarse en Letrán. Durante cuatro años se produjo la extraña división, pues Simmaco pudo mantenerse en San Pedro y la zona del Vaticano, mientras Lorenzo, con ayuda de los senadores, administraba la mayor parte de las propiedades de la Iglesia. Ennodio y Dióscoro, diáconos de Roma y de Alejandría respectivamente, negociaron con Teodorico hasta convencerle de su error: nada podía perjudicarle tanto como esta división. El rey ordenó al senador Festo que expulsara a Lorenzo enviándolo de nuevo a su diócesis y así concluyó el cisma. Nunca lograría Simmaco la aceptación unánime: parte de su clero y de los senadores se mostraría recalcitrante.

Algunas obras importantes se asignan a este pontificado. Confirmó a san Cesáreo de Arles en sus poderes como vicario, haciéndolos extensivos a cuestiones de fe y a las relaciones con los reyes merovingios y con los visigodos de España; le fue remitido el pallium como signo de autoridad. Fueron dictadas disposiciones contra los maniqueos, ordenando su expulsión de Roma. En las misas solemnes se cantaría en adelante el Gloria. Fue construida la nueva residencia pontificia en el Vaticano. En relación con Bizancio, mantuvo Simmaco la misma firmeza que sus antecesores, obligando al emperador Anastasio a capitular: estaba previsto que el papa presidiera un concilio en Heracleon de Tracia, pero la muerte se lo impidió. A su vez, el antipapa Lorenzo había muerto el año 508. Sus últimos meses se desarrollaron en medio de ejemplares ejercicios de piedad.

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