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Superación de Babel

Tengo inmensa admiración por las que llamo lenguas universales; ninguna lo es enteramente; la inmensa confusión que significa la increíble pluralidad de lenguas (varios millares en la actualidad, ni siquiera se sabe si pensamos en la historia) se ha ido superando lentamente en algunos lugares mediante las lenguas que se hablan como propias en muy diversos países; no lo son las habladas por muchos millones pero sólo en un espacio relativamente homogéneo. En el mundo occidental son dos: el inglés y el español. En otros tiempos lo había sido, en los niveles intelectualmente superiores, el latín; durante algún tiempo, también en ámbitos reducidos, lo fue el francés, sobre todo en la política y la diplomacia. El español es algo que, si se mira bien, asombra: desde una parte muy grande de los Estados Unidos hasta el extremo meridional del continente americano, es lengua propia de cerca de cuatrocientos millones de personas. Este hecho y el de la extensión paralela del cristianismo, incluso en países tan apartados como las Islas Filipinas, muestra la actitud personal de los españoles con personas sumamente distintas, tratadas precisamente como personas, lo cual no ha sido una norma general en el mundo.

Creo que los españoles no se dan cuenta clara de este hecho, históricamente apenas creíble; en los últimos años se desconoce o se niega esta situación, en nombre de lenguas valiosas y respetables, pero limitadísimas, que no pueden sustituir a la gran lengua universal que por lo demás todos los españoles poseen como propia. En estos últimos años se ha producido en toda Europa el hecho de las inmigraciones, inevitables y necesarias. En España la situación es única, privilegiada: el número mayor de inmigrantes procede de Hispanoamérica. Los que llegan tienen como propia la lengua española, poseída con un dominio y una calidad que sorprenden, y que frecuentemente superan al nivel de muchos españoles de España. No solamente poseen la lengua, sino todo un repertorio de saberes, usos, vigencias; resultan otros tantos españoles más. Esto no ocurre en ningún país europeo: los inmigrantes son "ajenos", tienen que integrarse lentamente, con dificultades que pueden ser muy grandes, porque no tienen mucho que ver con los países que los reciben. En España, resulta que gracias a la inmigración hay "más españoles". Significan un crecimiento, un enriquecimiento, difícilmente explicable si no se recuerda lo que los españoles hicieron en América desde fines del siglo XV. Se podría interpretar esta inmigración como una "devolución" de lo que nuestros antepasados sembraron al otro lado del Atlántico durante siglos.

Lo que ahora suele llamarse Fiesta Nacional, el 12 de octubre, se llamó durante bastante tiempo Fiesta de la Raza. Era la denominación menos racista del mundo: era la fiesta de multitud de razas sin distinción, de todos los colores, de todos los orígenes, es decir, el verdadero sentido de la palabra "raza" cuando se trata de lo humano: biología historizada, lejos de toda zoología. Tenemos que volver a usar y a pensar el concepto de persona, que se está desterrando cada vez más del uso general. He recordado a veces el estupor que me produjo hace años ver que en una excelente enciclopedia no aparecía el artículo "amor"; tampoco "felicidad" o "vida" en el sentido de vida humana. Mi estupor fue todavía mayor al caer en la cuenta de que las enciclopedias modernas omitían estas palabras, que siempre habían sido tratadas con esmero en todas las épocas. Ahora se propende a hablar solamente de cosas, dejando fuera lo más importante, aquello que es estrictamente personal. Es la amenaza más grave que se cierne sobre nuestro tiempo, y de la que casi nadie se da cuenta. Esto no puede ocurrir a los españoles si no dimiten de su condición, de su verdadera realidad.

Es fundamental la posesión de nuestra lengua, sin dejarla pervertirse por el mal uso, por la torpeza, por lo que podríamos llamar su envilecimiento. Por fortuna, nuestra lengua es enormemente sólida; su fonética es excepcionalmente clara; se entiende en toda la inmensa extensión de su dominio: nunca es necesario deletrear las palabras como ocurre en otras lenguas. El deterioro del español es casi siempre deliberado y culpable.

Algunas lenguas, que habían sido enseñadas y usadas con singular esmero, han experimentado en los últimos tiempos una visible decadencia, que afecta principalmente a las generaciones más jóvenes; hasta la fonética ha experimentado cambios que hacen difícil la comprensión de lo que se dice; esto se puede comprobar a poco que se viaje o simplemente con las películas o los programas de televisión. Se dan casos de películas con subtítulos en la misma lengua, lo cual sería inconcebible en español.

Hay que preguntarse qué se puede leer en cada lengua; en unas cuantas, el número de libros, escritos en ellas o traducidos de otras, es ilimitado; esta situación se reduce en la gran mayoría de las lenguas; en algunas hasta límites angustiosos. Una amenaza que se cierne sobre gran parte del mundo es lo que podríamos llamar el provincianismo; en algunos casos el aldeanismo. Nada tiene esto que ver con la valiosa y orgullosa condición provincial de todas las porciones del mundo.

El español permite una dilatación de la condición personal extraordinariamente valiosa; creo que no puede cambiarse por el uso y el dominio de otras lenguas que se añaden al español, lo enriquecen con matices propios y significan un enriquecimiento más. El peor negocio que humanamente se puede hacer es renunciar a lo universal en nombre de parcelas reducidas que son perfectamente conciliables.

Creo que ahora puede comprenderse mejor que nunca la idea de "Mundo Hispánico". Cuando se habla de "Tercer Mundo" no se sabe lo que se dice: los diferentes pueblos que tienen un nivel de desarrollo económico y técnico arbitrariamente fijado no tienen nada que ver entre sí: no son un mundo. Un mundo significa un repertorio de creencias, vigencias, usos, costumbres, saberes, estilos, que tienen unidad y admiten una espléndida diversidad. El Mundo Hispánico es efectivamente eso: un mundo; en este sentido, entre las lenguas universales, pertenecería el primer puesto al español, aunque en otros sentidos hay que poner por delante el inglés.

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