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Confirmación

Me ocurre con cierta frecuencia escribir un artículo sobre algún asunto y que al cabo de unos días, tal vez un par de semanas, la realidad hace que resulte más justificado, quizá más inteligible. Pienso que hubiera sido mejor publicarlo en este momento, cuando sus razones parecerían más evidentes.

Hace poco comenté que la extraordinaria libertad que se goza en España -con una breve excepción localizada y particularmente dolorosa- permite que se haga, diga, escriba y publique lo que se quiera. Esto me parecía excelente, deseable, aunque con algunos riesgos; advertía que los efectivos riesgos de la libertad no se curan limitándola, sino al revés, con más libertad, la libertad de todos. Lo cual nos permite ejercerla enterándonos de lo que sucede, de quién es cada cual, de lo que se quiere o busca, de la medida en que se puede confiar o no, estimar o desdeñar. Este uso amplísimo de la libertad restablece lo justo, permite que la falsificación, la distorsión, la manipulación, la mentira, resulten patentes y hagan posible las distinciones, el más general saber a qué atenerse.

En estos últimos días hemos asistido a la plena confirmación de todo esto. Con recuerdo de tácticas a las que hemos estado acostumbrados durante tantos años y que parecían superadas desde el establecimiento de la Monarquía y la democracia, se han ensayado movilizaciones multitudinarias organizadas, dirigidas, patrocinadas por grupos e individuos que han vertido ante nuestros ojos y nuestros oídos lo que llevan dentro. Hay que congratularse de que la situación general lo haya hecho posible, de que se haya gozado de tanta libertad, que se haya podido abusar de ella, quiero decir ejercerla sin el menor respeto a la verdad. No debo ocultar que esos espectáculos me han producido desaliento, casi depresión, pero en un segundo movimiento mental he pensado en sus ventajas. Las cosas han quedado más claras, son muchos los que se han descubierto y han puesto de manifiesto lo que son, pretenden, desean. Esto es una considerable ganancia, porque la claridad es condición indispensable de una vida colectiva sana y no enturbiada por la confusión. Lo urgente es ahora evitar el olvido, no seguir teniendo presente lo que se ha visto y oído, incorporar a la mente de cada cual el resultado de esta experiencia. Si se la conserva y se obra en consecuencia, el porvenir quedará considerablemente abierto. La continuidad es necesaria para la buena marcha de un país. Es importante que el que engaña no siga engañando, que no se dé por abolido y nulo lo que se ha visto con claridad, que se esté empezando una y otra vez en cero. Lo que se suele llamar memoria histórica es algo decisivo en gran escala. Se podría indagar cuál ha sido su estado en cada país, en diferentes épocas, y se vería cómo esta situación ha correspondido a tiempos de esplendor o decadencia.

Pero en el detalle casi cotidiano, en lo que ocurre cada semana, cada mes, cada año, es igualmente decisiva esa continuidad que impide el vacío mental, las recaídas, la comisión de errores que han parecido evitables en cierto momento y que después pueden rebrotar. Se han deslizado en estos últimos días curiosos anacronismos que parecen inquietantes. Se han usado expresiones, fórmulas y símbolos enteramente ajenos, no ya a los contenidos concretos, aparentes, sino a la época en que vivimos. Grandes números de personas completamente ajenas a ellos, que no han conocido su significación -probablemente ni siquiera sus padres- han hecho revivir lo que habíamos olvidado hace decenios. Esto revela el origen de todo aquello, cómo ha sido puesto a la disposición de los ignorantes por gentes que vienen de sus tiempos casi remotos, de actitudes que están de hecho absolutamente superadas. Se ha hecho patente la vieja filiación de lo que pretendía pasar por la actualidad misma, casi por el futuro. El riesgo consiste en que esto no se vea, en que la palabrería ahogue la facultad de entender; es decir, que se provoque una fase de regresión. Confío en que esto no ocurra, en que la mayoría de las personas estén en su tiempo, en las condiciones efectivas que tienen, de libertad omnímoda, de recursos desconocidos hasta hace muy poco, de un país que ha alcanzado un prestigio y un peso en el mundo que no había conocido desde la tremenda invasión francesa de 1808.

Se trata, en suma, de saber dónde se está y de seguir estando. Por supuesto, la historia es movimiento, descubrimiento, avance. Pero nada de esto es automático; la idea de progreso, tan fecunda a mediados del siglo XVIII, se convirtió en una creencia en su automatismo, se creyó que la historia consiste en eso, en un progreso automático y constante. Este error se ha pagado muy caro, con estancamientos y, lo que es peor, retrocesos. Todos los extremismos, sin excepción, han sido el freno de la historia. Hay que estar precavidos, hay que analizar lo que se intenta, ofrece, promete. La capacidad de decir un sí entusiasta o un no perentorio es la condición de que con dudas, tanteos, vacilaciones, ensayos, se siga avanzando. Una consideración somera de la historia de los tres últimos siglos sería admirablemente aleccionadora, permitiría reconstruir el "argumento" de la vida colectiva de Europa y de cada una de sus naciones, y haría posible extraer consecuencias para nuestra vida actual y para el siempre inseguro porvenir.

Estamos en un momento de extraordinaria preocupación. Los sucesos del famoso 11 de septiembre, y los que han seguido aconteciendo hasta ahora mismo, con inquietante aceleración, obligan a pensar y a evitar el error. Todavía el mundo, especialmente el occidental, permite la confianza. Tantas cosas funcionan bien en él, ha acumulado un inmenso tesoro de experiencias, conocimientos, pensamiento lúcido, que la recuperación del equilibrio y la creatividad están en nuestras manos. La condición de ello es evitar todo desliz, toda recaída, todo tropiezo en las falsedades ya superadas. El hoy es decisivo, con tal de que no se olvide de que le sigue un mañana.

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