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Traducciones

Acabo de volver a ver, al cabo de unos sesenta y tres años, un libro que traduje entonces y que ahora ha conseguido encontrar mi hijo Javier. Ya había empezado a ser traductor a los veinte años, en 1934: el "Discurso sobre el espíritu positivo", de Auguste Comte. Al año siguiente, traduje del alemán la "Introducción a la Filosofía" de Lehmann. El tercer libro tiene una curiosa historia. Yo era soldado del ejército de la República; recibí de mis superiores el encargo de traducir para el Estado Mayor un libro en inglés de Richard Wilmer Rowan: "Spy and Counter-Spy (The development of modern espionage)". Era interesante y al final divertido, porque trataba de las hazañas de varios espías famosos, entre ellos Mata-Hari y Mademoiselle Le Docteur. Acabada mi traducción, la llevé con el libro al Ministerio de la Guerra, al servicio que se me indicó. Nunca supe nada más; me dijeron después que todo se había perdido.

Acabada la guerra, me dediqué a traducir numerosos libros de varias lenguas. A las tres iniciales se añadieron el latín de Séneca y el griego de Aristóteles. No podía enseñar en ninguna parte, no pude escribir en un periódico hasta doce años después, solamente escribí "Historia de la Filosofía", que apareció en enero de 1941, y me permitió empezar a vivir y casarme unos meses después. Este libro, al que tengo profunda gratitud, lleva, si no me equivoco, cuarenta y cinco ediciones, aparte de sus traducciones al portugués y al inglés.

En aquellos años abundaban las traducciones excelentes. Figuras eminentes como Manuel García Morente, Xavier Zubiri, José Gaos, Fernando Vela, Eugenio Imaz y otros más, tradujeron admirablemente libros clásicos -Descartes, Leibniz, Kant- o actuales. Morente tradujo los diez grandes volúmenes de la "Historia Universal" de Walter Goetz, "La decadencia de Occidente", de Spengler; en colaboración con Gaos, las "Investigaciones lógicas" de Husserl y tantos libros más. Se tradujo al español, en España y en México, la obra entera de Diltey; otro tanto sucedió con la obra de Freud.

Conviene decir que se pagaba muy poco la labor de traductor. En los durísimos años de la posguerra, recuerdo haber cobrado 1.200 pesetas por la traducción del alemán de un volumen bastante grueso. Una importante editorial me propuso, ya con el contrato redactado, la traducción de un voluminoso libro alemán, de vidas de grandes médicos: "Hombres contra la muerte y el diablo". El contrato estipulaba una retribución de 800 pesetas: a pesar de mi escasez, renuncié. Al cabo de unos meses, vi el libro traducido por un psiquiatra muy notable cuya situación política y económica parecía ser peor que la mía; y recordé los versos de Calderón "Cuentan de un sabio que un día..." Es asombroso el enriquecimiento del horizonte intelectual español desde 1920 y durante varios decenios.

Traducir no es faena sencilla, y a veces es sumamente penosa. Traduje la "Teoría del lenguaje" de Karl Bühler- espléndido estudio del que no conozco traducción a ninguna otra lengua- y me costó meses de lucha con el dificilísimo texto. Ahora se pagan mejor las traducciones, algunas excelentes, otras muchas no tanto. Se podrían citar casos increíbles, que parecen inventados pero son reales. Y ha surgido recientemente un uso que me parece inquietante. Cada época tiene que traducir de nuevo viejos libros famosos, que existen en versiones que hoy resultan arcaicas. Pero se están publicando "traducciones" de libros admirablemente traducidos por algunos grandes maestros de nuestro tiempo. Se cambian algunas palabras, para que no parezcan la traducción existente; esto significa por lo general alguna pérdida; pero estos libros aparecen con un nuevo traductor que es el que percibe sus derechos. Por cierto, hasta hace pocos años el traductor percibía una retribución por su traducción y nada más. En los últimos años se ha introducido una justa rectificación, y el traductor percibe derechos por nuevas ediciones. Esto es un avance considerable, que debería servir de estímulo para la calidad de las traducciones. No siempre ocurre así.

Las traducciones son necesarias porque la mayor parte de los posibles lectores no conocen las lenguas originales, siempre preferibles. Aun los que poseen algunas lenguas, desconocen otras. Me pregunto a veces qué se puede leer en las diversas lenguas; en algunas, como el español, muchos millares de libros de cualquier época y de muy variadas lenguas. En otros casos, el número es muy reducido; en algunas, angustiosamente limitado. Existe actualmente una tendencia suicida a atenerse a lenguas que pueden ser valiosas y entrañables, pero que reducen enormemente el horizonte mental. Hay países europeos muy pequeños, en los cuales el uso de otras lenguas es habitual; esto permite que sus habitantes amplíen enormemente sus posibilidades, pero esto no basta: hacen falta traducciones para los muchos que no pueden leer los originales. Se tiene la idea errónea de que en algunos países todo el mundo sabe, por ejemplo, inglés. Esto no es así: se trata de minorías que pueden ser considerables, pero siempre minorías.

La traducción es siempre, en alguna medida, creación; si se prefiere, recreación. Es esencial el dominio de la lengua original, pero todavía más de la lengua a la que se traduce. Y hay que tener en cuenta las exigencias de los diversos géneros: el pensamiento requiere rigor y un uso preciso de los términos; en la literatura, sobre todo en la narración, deben reflejarse los diversos registros del lenguaje y los modismos. La cuestión es todavía más delicada si se trata de poesía, que siempre plantea problemas difícilmente solubles; en todo caso, el resultado es sensiblemente distinto del original. Son recomendables las ediciones bilingües, en que la traducción es una ayuda para penetrar en el texto originario del poema; algo que en algún sentido se parece a una película subtitulada.

Las traducciones, si son buenas, significan una aportación decisiva para las grandes mayorías de lectores en todos los países; y en aquellos cuyas lenguas tienen un ámbito limitado, artículo de primera necesidad, condición de la participación en la realidad del mundo en que se vive.

Me aterra el progresivo desconocimiento del griego y el latín para el estudio de la Teología y el desarrollo de la Liturgia. Es evidente que en esas dos lenguas se ha escrito lo más importante para estas disciplinas. Lo que todavía fue posible en el Concilio Vaticano II, hoy es simplemente impensable.

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