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Fases del tiempo
Se habla con frecuencia de "este tiempo" o "nuestro tiempo" sin más precisión. A veces, algunas personas dicen "en mi tiempo" refiriéndose al de la juventud o madurez. Mientras se vive, los tiempos son nuestros, pero son varios y acaso muy distintos.
He tropezado con unas líneas de mi Introducción a la Filosofía, libro publicado en enero de 1947, pero cuya primera parte, "Esquema de nuestra situación", se escribió en los últimos meses de 1945, recién concluida la Segunda Guerra Mundial. Tenía yo entonces treinta y dos años. Hablaba de regímenes característicos de aquel momento, que habían dominado hasta entonces en la mayor parte de Europa y todavía seguían en vigor en parte de ella. Pensaba en el comunismo, los diversos fascismos, sobre todo el nacionalsocialismo alemán, las actitudes de la guerra civil española y la perpetuación de una de ellas. "Una fracción importante del país, como tal, ejerce una dominación coactiva sobre la totalidad, sin contar, ni siquiera hipotéticamente, con el asentimiento del resto de la población, sino al contrario, nutriéndose más bien de su oposición y resistencia. Conviene no confundir esto con el absolutismo o la pura dictadura; en estas formas políticas hay un dominador -o un grupo de dominadores- y la innúmera masa de los dominados; en las formas actuales, grandes porciones de hombres se sienten titulares de ese poderío. Naturalmente, estos hombres no lo ejercen en modo alguno; no tienen poder ni para mandar cantar a un ciego; no sólo eso, sino que en rigor son más mandados que nunca; pero al sentirse solidarios de ese poder vigente, adscritos a él, aceptan de buen grado su efectivo estado de sumisión y se consideran virtualmente dominadores del resto de la población, cuya oposición y repulsa del poder constituido resulta esencial. Por eso se trata de formas políticas en las que el consenso general está excluido formalmente y por principio, pues tan pronto como se produjese dejarían de existir como tales".
Casi a continuación hablaba yo de la frivolidad de la muerte que se había deslizado en Europa: "Esta especial frivolidad de la muerte está a la base de la pérdida del respeto a la vida humana, del nuevo papel que ha adquirido el suicidio en estos años, de ese hecho tremendo que se podría llamar la vocación de nuestro tiempo para la pena de muerte y el asesinato. Pero sería excesivo no sentir sino temor y desolación por todo ello, porque la vida humana no tolera a la larga las deformaciones, y recobra su figura plena y henchida de sentido".
Este anuncio había de empezar a cumplirse muy pronto. La generación que va de 1945 a 1960 aproximadamente representó, al menos en la Europa libre, un cambio sustancial. Se recobró poco a poco el respeto a la vida humana; se reflexionó sobre el horror que había significado la guerra, hasta en sus porciones inevitables y justificadas; se inició la reconciliación, de la que fue ejemplo inteligente y generoso el Plan Marshall, dirigido a vencedores y vencidos, amigos y enemigos, creo que el primer bosquejo de la Unión Europea desde los Estados Unidos. Se aceleró increíblemente la reconstrucción de Europa y muy pronto su prosperidad. Los que ahora son jóvenes no se dan cuenta de la fabulosa creación de riqueza que aconteció en estos años. La pobreza del mundo en su conjunto, durante siglos, que sólo empezó a atenuarse a fines del siglo XVIII y con la industrialización de los primeros decenios del XIX, recibió un impulso del que apenas nos damos cuenta.
Hacia 1960 empezaron a cambiar nuevamente las cosas. Empezó a dominar el partidismo, ciertas formas de demagogia; se olvidó en gran parte el pasado vivo; vientos de supuesta renovación superficial soplaron sobre el continente europeo. La fecha 1968 es representativa, y puede uno preguntarse ahora qué queda de todo aquello.
Si no me equivoco, dominaron dos factores decisivos: el miedo y la irresponsabilidad. Se creyó por muchos que todo lo que había sido Europa iba a ser barrido por ideologías que le eran totalmente ajenas y que apenas existían en la realidad. Esto hizo que en Francia, país sin ninguna decadencia en toda su historia, se volviera la espalda a lo mejor de su realidad efectiva y se buscara lo que parecía el porvenir. Éste es, creo, el origen de la escasez de creación en los últimos decenios, en todos los campos. Alemania recuperó su libertad política, su estabilidad y prosperidad económica, pero -si no me equivoco- a expensas de su creatividad en muchos campos. Inglaterra, tras la victoria, de la que había sido artífice principal el genial Churchill, sintió un desmedido afán de seguridad, social por supuesto, y abandonó en buena medida su espíritu inquieto, aventurero, inventivo.
He nombrado estos tres países por su importancia y porque habían sido desde el siglo anterior los modelos en los cuales se reconocía el resto de Europa. Además, eran los países que gozaban de capacidad de iniciativa, mientras que otros carecían de ella, o por su menor tamaño o por la persistencia de condiciones políticas deficientes. Se inició entonces un principio de "decadencia", que no ha hecho más que anunciarse como un peligro, pero que no se ha superado todavía en los últimos cuarenta años.
El peligro de las decadencias es lo difícil que resulta salir de ellas: se "cae" fácilmente en ellas, y si se confirman y consolidan pueden durar muchos años, tal vez siglos. La razón es que las decadencias no son meras pérdidas o destrucciones, como sucede con las guerras, sino que significan un descenso de lo humano, una disminución de la facultad de imaginar, proyectar, intentar. Consisten en que "no hay quien" pueda superar el escollo.
Lo peor es que esto no se advierta, no se acuda a revitalizar los impulsos siempre creadores del hombre. Las decadencias consisten siempre en una cesión, una dimisión, un abandono. Representan una crisis de la vitalidad. Si no me engaño, esto está aconteciendo en los últimos años: sin salir del espacio de una vida individual, se ve que han transcurrido diversas fases bien distintas, y estamos en una prometedora, a pesar de los evidentes problemas. España es un buen observatorio para darse cuenta de este ya largo proceso.
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