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Mayorías y minorías

A lo largo de casi toda la historia ha sido frecuente que las mayorías opriman a minorías -étnicas, políticas, religiosas, lingüísticas-. Hay ejemplos particularmente relevantes. El mayor de todos, el de los judíos, ya desde la Edad Antigua. América del Norte fue colonizada y poblada muy principalmente por minorías de ingleses disidentes, marginados o perseguidos. En el siglo XX los ejemplos máximos, de una magnitud impresionante, fueron la Alemania nacionalsocialista, la Unión Soviética y la China de Mao; pero no se pueden olvidar ejemplos menores, pero muy significativos, como la larga revolución mexicana o la guerra civil española, en cuyas dos zonas se desataron violentas persecuciones políticas o religiosas. Ha habido ejemplos en que ciertas minorías han actuado con violencia en contra de las mayorías establecidas; es lo que se llamó, con una expresión hoy en desuso, "acción directa", cuya forma extrema fue el terrorismo. En el País Vasco hay ejemplos de todo esto en diferentes grados y formas.

Hay, sin embargo, un fenómeno bastante reciente, que es lo que vengo llamando desde hace tiempo la opresión de las mayorías por algunas minorías. Con diversos pretextos, grupos minoritarios de cualquier tipo pretenden imponerse a las mayorías, con diversos grados de presión o violencia. Fracciones diversas de la sociedad ejercen presión, con frecuencia violenta, sobre el conjunto de ella, mediante asaltos, ocupaciones, invasiones de los espacios comunes de las ciudades, intolerables cortes de comunicaciones, carreteras, a veces vías de ferrocarril. Estas actitudes se están abriendo paso, llegan a ser casi habituales, cuentan con diversos apoyos en la opinión que se manifiesta públicamente.

Las minorías pueden ser mínimas, incluso unipersonales, favorecidas y potenciadas por organizaciones o algunos "medios de confusión". A fuerza de reiteración e insistencia, se está llegando a pensar que esto es aceptable, acaso justo, por lo menos inevitable.

Lo más grave es que esto se produce en democracias reales, efectivas, que permiten que todas las minorías existan, se expresen, y sobre todo tengan el supremo derecho a intentar lícitamente convertirse en mayorías. Es decir, cuando no tiene ninguna justificación ese intento de presión o imposición sobre estas sociedades.

Estos fenómenos encierran un peligro notorio: que las sociedades en las cuales impera la libertad, democracias inspiradas por el liberalismo y fieles a lo que éste exige, se desencanten de esa situación, de que no sea ni respetada ni querida, y puedan sentir tentaciones de volver a situaciones por desgracia frecuentes en muchos momentos de la historia. Es un juego peligroso, muy especialmente para las minorías que, en lugar de usar lícitamente de sus posibilidades, invaden los derechos de las mayorías y abusan de sus posibilidades lícitas.

Esta libertad de las minorías es una conquista preciosa que no se debe comprometer. La convivencia civilizada y en armonía es el mayor avance que se ha conseguido en una parte muy considerable del mundo y se debería tratar de extender al resto. Es evidente que esta situación no existe ni de lejos en muchos países, casi en la totalidad de algunos continentes. Lo intolerable es que se pueda perder en los lugares en que ha alcanzado vigencia.

Habría que tener presentes los factores que han hecho posible la admirable situación que existe en gran parte del mundo actual, en proporción desconocida en otros tiempos, incluso bastante recientes. Nada es seguro, hay ejemplos de países que después de haber gozado formas superiores de convivencia, las han perdido en cierto momento y son difíciles de recobrar. Bastaría un recorrido somero del mundo actual para ver las pérdidas de libertad y convivencia que han sobrevenido a algunos países, tal vez transitoriamente, y cómo en otros se han perpetuado durante largos decenios.

Lo que ha permitido la situación que me parece deseable y que importa conservar ha sido la conciencia de las exigencias de la convivencia entre grandes grupos humanos. Un ejemplo particularmente interesante es la actitud actual entre las diferentes comunidades cristianas, la consideración de "hermanos separados" de los que tienen interpretaciones distintas. Es impresionante, por el contrario, la perpetuación de hostilidades con pretexto religioso en lugares como Irlanda del Norte, que discrepan totalmente de la actitud que representan las Iglesias a que se dice pertenecer. En otros ámbitos la situación es muy distinta, más grave y poco prometedora. Lo que se suele llamar "fundamentalismo" o "integrismo" son formas notoriamente arcaicas, pero que tienen enorme fuerza en algunos lugares. Se caracterizan por la tendencia a la imposición, por la hostilidad mutua, a veces por la violencia desatada. Casi nada se puede resolver si no se buscan las raíces de las actitudes incorrectas, que suelen responder a errores manifiestos, a enquistamientos en posiciones irracionales, a fanatismos o afanes de poder. Casi siempre se trata de falsedades que se podrían descubrir y superar. Esto rara vez se hace: posiciones insostenibles, incluso desde los propios supuestos, se afirman y mantienen sin ver en qué radican, cuál es su origen. La escasez de pensamiento, la falta de respeto a la verdad, es la causa principal de la mayor parte de los males que afligen a la humanidad. Haría falta un examen lúcido y riguroso de los supuestos en que se asientan innumerables actitudes perniciosas, que ponen en peligro la convivencia entre países o la vida normal, civilizada, acaso creadora, de las diferentes sociedades particulares.

La diversidad en el mundo existe, creo que por fortuna, pero no es un obstáculo para la convivencia, para relaciones mutuas que podrían ser fraternas, estimulantes, impulsos a la creación. La diversidad es preciosa, la más grande riqueza, con tal de que no sea sentida e interpretada como hostilidad. Las inferioridades existen, pero no son fatales, sino superables, por ejemplo las raciales. Hace mucho tiempo que empleo una expresión para entender lo que es la raza cuando se trata de la humana: biología historizada. La historicidad es la condición misma del hombre y es la que permite dar carácter humano a las diferencias cuyo origen biológico es radicalmente superable y aceptable.

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