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Valle-Inclán
Se acaba de publicar, en dos gruesos volúmenes, la Obra Completa de don Ramón del Valle-Inclán, por primera vez, después de muchas dificultades. Al ver los larguísimos índices, he comprobado que, aparte de los artículos de prensa incluidos, había leído la mayor parte de estas obras. Fui lector entusiasta de Valle-Inclán desde mi primera juventud; tuve la fortuna de conocerlo en el Mediterráneo, a fines de julio de 1933. Valle-Inclán era director de la Academia Española de Bellas Artes de Roma; quiso volver a España con sus hijos, y fue a encontrar en Nápoles el buque de nuestro Crucero universitario, el "Ciudad de Cádiz". Viajó con nosotros de Nápoles a Palma de Mallorca, y de allí a Valencia; hacía su tertulia en la toldilla, y tuve ocasión de oír su ceceo ingenioso, malicioso, inventivo. Ramón Gómez de la Serna, escritor "químicamente puro", genial como Valle-Inclán, dijo de él que era "la mejor máscara a pie que cruzaba la calle de Alcalá". He sido buscador incansable de sus libros; una vez pregunté a un librero si tenía "Voces de gesta"; me dijo: "No, de Valle-Inclán sólo tengo una ópera". Se trataba de un volumen de su edición "Opera Omnia". Conseguí también una preciosa edición de los cuatro tomos de las "Sonatas", limitada a cien ejemplares, que no se había agotado; tengo el 97, con la firma autógrafa de Valle-Inclán, con su larga rúbrica vertical que parecía una estilización de su barba. Escribí sobre Valle-Inclán un artículo en el Diccionario de Literatura Española de la Revista de Occidente (1949); en 1966, un largo ensayo: "Valle-Inclán en el ruedo ibérico". Después del modernismo de las "Sonatas", de los temas "heroicos", de las "Comedias bárbaras" y "La guerra carlista", de su genial invención del "esperpento", en el cual se han quedado la mayor parte de sus comentaristas, Valle-Inclán alcanzó la mayor perfección en los últimos años de su vida, poco antes de su muerte en Santiago a comienzos de 1936, cuidado por mi amigo el doctor Domingo García Sabell. Siempre he lamentado que Valle-Inclán no viviera la guerra civil, en las dos zonas, y nos dejara dos libros que hubieran sido prodigiosos.
En "Tirano Banderas", modelo insuperado de todas las novelas sobre dictadores americanos, hizo Valle-Inclán una recreación imaginativa de la lengua en ese continente, sin limitarla a un país determinado, pero fiel a la inspiración del conjunto. "El ruedo ibérico" es el título de una larga serie de nueve libros, agrupados en tres trilogías; la primera, "Los amenes de un reinado", comprendería "La corte de los milagros", "Viva mi dueño" y "Baza de espadas". La segunda y la tercera, con el mismo título, "La restauración borbónica", debían incluir "España con honra", "Trono en ferias", "Fueros y cantones", "Los salones alfonsinos", "Dios, Patria, Rey" y "Los campos de Cuba". Sólo publicó la primera, incompleta porque no terminó "Baza de espadas". Estos libros recogen, superados, sus estilos anteriores, con nostalgia, ironía, sarcasmo, siempre honda invención. La España de Isabel II, la revolución de 1868 y sus consecuencias inmediatas, aparecen allí de una manera creadora, basada en la realidad histórica pero transformada con lo que he llamado "interpretación intrínseca". Valle-Inclán conoce con gran precisión los hechos, las figuras, los personajes decisivos. No teoriza, no razona, no hace propiamente reflexiones; se limita a contar, a narrar. Pero lo hace con una óptica propia, con una mezcla increíblemente interesante de realismo y de desrealización. Todo aparece reflejado en su realidad histórica, pero mirado de una manera tal que muestre un escorzo sorprendente. Muchas veces resueltamente deformador, satírico, pero al mismo tiempo con un reconocimiento dolorido de su posible belleza, con nostalgia de lo que pudo ser y no acabó de ser. La deformación es constante, conseguida simplemente con la narración, con la manera de presentar las cosas, con una visión de las personas en una forma de caricatura que muestra sus rasgos propios distorsionados por la visión personal del autor.
Valle-Inclán va mucho más allá del esperpento. Su obra es un enfrentamiento total con la realidad española de una época de enorme desorientación, con un vigor extraordinario que viene a ser un comentario implícito, que nunca se formula como tal, de las posibilidades de cuya frustración se duele, cuyo resultado es muchas veces lamentable, irrisorio.
Al final, Valle-Inclán ensaya una visión abarcadora, que no llegó a realizar plenamente. Y digo visión porque considera el duelo que se produce entre los rojos y amarillos, violentos, y los verdes y azules, apacibles, serenos; entre Goya y Velázquez. Estas páginas estremecedoras hacen pensar en una posible última fase de la obra de Valle-Inclán. Son, una vez más, una promesa de lo que hubiera podido ser y no llegó a ser. Pienso que Valle-Inclán murió antes de tiempo, que su creación no había terminado, que todavía quedaba una posibilidad que hubiera sido la recopilación de su obra entera, la trasmutación de sus sucesivas visiones conservadas, llevadas a su plenitud.
Hay autores que terminan en cierto momento, que están conclusos. Hay otros que siguen siendo siempre una promesa, una posibilidad abierta, una empresa que la invalidez o la muerte detienen y frustran. Creo que el caso de Valle-Inclán corresponde a esta última situación.
Esa inmensa Obra Completa, que ahora podemos leer, nos deja el deseo de lo que no llegó a existir pero era posible, estaba apuntado, esbozado en esas pocas páginas estremecidas y estremecedoras en que considera lo que se puede ver, partiendo de toda la historia, desde los balcones del Palacio Real, al ponerse el sol, mirando hacia uno y otro lado.
Ha faltado la realiza
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