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Elecciones en Francia

Antes de las elecciones que han culminado el 5 de mayo había observado con alguna sorpresa el escaso interés que suscitaron fuera de Francia. Este país ha sido siempre muy importante, con una fuerte irradiación sobre toda Europa; una nación sin ninguna decadencia, salvo la que empezó a amenazar hace unos cuarenta años; una elección al presidente de la República era algo interesante. La actitud que advertía en el resto de Europa me parecía reveladora de la nueva situación, del descenso del prestigio y la atracción de Francia. Era un caso más de la menor expectativa que se produce cuando no se espera lo inesperado. En la primera vuelta se presentaron dieciséis candidaturas, algunas sumamente extrañas; esto indicaba una dosis de frivolidad, de no tomar en serio lo que se ventilaba. La gran abstención de casi un treinta por ciento era la confirmación de esto; los resultados fueron sorprendentes, sobre todo el hundimiento del presidente del Gobierno, Jospin, lo cual hizo que Le Pen adquiriera un inquietante relieve. A continuación hubo grandes manifestaciones contra éste, no muy justificadas, puesto que había tenido muchos votos en unas elecciones libres y limpias; el que los "demócratas" protesten de un resultado electoral hace dudar de su presunta condición. Sería más justo protestar de su apatía o de su desacierto.

Todo esto me parecía motivo de preocupación, porque Francia ha sido siempre parte importante de Europa, y debe seguir siéndolo; no puede uno alegrarse de cualquier descenso de su realidad, de su peso en el mundo. Es frecuente que este tipo de fenómenos se deba a una pérdida de poder militar o económico; creo que lo probable es que se deba a causas menos visibles pero más hondas. He recordado que la mayor irradiación de Alemania en los últimos decenios del siglo XVIII y los primeros del XIX aconteció cuando estaba fragmentada en casi un centenar de Estados sin poder militar ni gran riqueza, y ocupada en parte por las tropas napoleónicas. La razón era la irradiación de una larga serie de figuras literarias y filosóficas espléndidas, que ejercieron un influjo sin igual sobre el conjunto europeo. Esto es lo que me parece inquietante en la actual situación de Francia, lo que espero que sea un fenómeno pasajero.

La segunda vuelta ha sido muy distinta. La abstención ha sido menor, en los límites de lo normal. Había quedado reducida a dos nombres: el todavía presidente Chirac y el muy votado Le Pen, cuyo programa y actitud significaban una perturbación de lo que había sido usual en la política francesa. Esta situación había suscitado cambios de posición en una gran parte del electorado, que ha votado contra su gusto, a favor de algo que no parecía excesivamente atractivo, pero parecía razonable, una evitación de mayores males. El resultado, la gran victoria de Jacques Chirac, ha tranquilizado la situación, inquietada por las vicisitudes y anormalidades de la primera vuelta. Se ha puesto término a la extraña "cohabitación" que ha dominado en los últimos años y que siempre introduce una dosis de paralización en la vida pública. Se vuelven los ojos a las próximas elecciones legislativas de junio, que mostrarán el sentido profundo de la no muy clara elección que acaba de acontecer. Serán el descubrimiento de lo que realmente ha pasado ahora mismo. Me pregunto cuál será el resultado de la reflexión de los franceses en este compás de espera. Será como cuando, después de haber hecho una fotografía, se aguarda el revelado. La condición de que el desenlace sea positivo será que se reflexione a fondo sobre la situación, que se pongan en claro los deseos profundos, la voluntad real del pueblo francés, superados los partidismos, los caprichos, la propensión al negativismo; quiero decir, a votar contra algo o alguien y no a favor de algo que parezca estimable, deseable, esperanzador.

Cualquier descenso de uno de los grandes países en que consiste Europa, que son en cierto sentido la expresión de ella, es un revés para la totalidad; no se puede ver con indiferencia, menos aún con complacencia, el que uno de ellos pierda importancia, fulgor, influencia sobre los demás; es como si se perdiera una voz en un coro irrenunciable. Es de desear que Francia, en el plazo que la separa de la nueva decisión, recobre su plenitud y vuelva a ser lo que ha sido casi siempre, lo que debe seguir siendo. He lamentado muchas veces que la necesaria y justa unión europea esté empañada por el relativo desconocimiento mutuo de sus naciones, cuya realidad y personalidad son la condición misma de su cooperación fecunda. Un síntoma positivo y esperanzador es la muy reciente incorporación activa de España a ese conjunto europeo; el que su voz se haya añadido a las demás orientadoras. Sería un error que esto no se advirtiera o que España renunciara a ese incremento de su realidad.

Nada es más peligroso que la pérdida de brillo y capacidad de orientación de cada una de las partes, sobre todo de las que han sido durante siglos rectoras, en uno u otro sentido, de la totalidad. El valioso concepto de "equilibrio de poder" no debe significar el que sea borrosa la personalidad de las naciones, el que todo se diluya en un conjunto relativamente abstracto en que desaparezcan las variantes, los programas de lo que puede ser la admirable orquesta europea.

Espero interesado lo que pueda pasar dentro de poco tiempo en Francia. Siento inquietud por ciertas vacilaciones, desmayos o faltas de rigor que se advierten en algunas naciones de Europa; por supuesto, esto sucede acrecentado en otros lugares del mundo, de los que tenemos una visión deficiente e imperfecta; en algunos casos es difícil tener esperanza. Respecto a Francia, de momento hay que reconocer cierta falta de entusiasmo, que me parece absolutamente necesario; por lo menos, no ha renunciado al "bon sens", la primera palabra del "Discours de la Méthode" del gran Descartes, que debe velar siempre por la agudeza y la cordura de Francia en todos los tiempos.