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Víctor Hugo

Hace justamente dos siglos, en 1802, que nació Victor Hugo (en España Víctor Hugo, con acento y pronunciación española, lo mismo que Alejandro Dumas o Julio Verne, como algo propio). En el prólogo de mi último libro he recordado los dos concisos y admirables versos en que identificó esa fecha:

Ce siècle avait deux ans. Rome remplaçait Sparte.
Déjà Napoleón perçait sous Bonaparte.

Era hijo del general Hugo, llenó casi el siglo entero, con una irradiación que entonces era posible y en nuestra época no. Para encontrarle un equivalente español habría que recordar dos nombres: Zorrilla y Castelar. Víctor Hugo fue poeta, como Zorrilla, que "vivía en verso", sin olvidar la prosa de sus "Recuerdos del tiempo viejo". Leí casi toda la obra de Zorrilla desde los doce o trece años: poesía lírica, leyendas, teatro -"Don Juan Tenorio", "El zapatero y el Rey", "Traidor, inconfeso y mártir"-.

Tengo, por un curioso azar, las obras completas de Víctor Hugo, que hace muchos años ofrecía en su catálogo una librería de París, a un precio tentador; las pedí, pero me contestaron que se trataba de una errata de imprenta, que el precio era otro, bastante mayor, pero no inaccesible; me había hecho a la idea de poseerlas y renové mi pedido; recibí diecinueve gruesos volúmenes encuadernados. Tenía diversas obras de este autor, en ediciones a veces antiguas; desde entonces tuve a mi disposición la totalidad de su obra, en gran parte sus novelas, en prosa inundatoria, y sus escritos de intención política. En este aspecto, la semejanza española sería Castelar, figura de inmensa popularidad en su tiempo, no sólo en España, con su prosa oratoria, exuberante, de gran calidad, hoy casi olvidada.

Víctor Hugo era ante todo poeta, lírico o épico, a veces con intención política:

Waterloo, Waterloo, Waterloo,
morne plaine,

y luego sigue el relato del cambio de la batalla al entrar el ejército alemán en vez del francés esperado, y finalmente la derrota francesa.

He dicho que la enorme irradiación del nombre y la figura de Víctor Hugo no es posible en nuestra época; esto se debe a la estructura de las sociedades europeas en el siglo XIX, sustituida por otra bien distinta, fundada sobre todo en la publicidad, en cierta medida falsa, que hace circular artificialmente nombres que no son realmente conocidos y seguidos, sino que alcanzan una fama artificial y poco duradera. Hoy nos sorprende el que tantos españoles e hispanoamericanos supiesen de memoria tantos versos de Zorrilla, que formaron parte de su patrimonio personal, con los cuales se decían a sí mismos.

Las novelas de Víctor Hugo, como "Les Miserables" o "Les Travailleurs de la mer", eran largas, discursivas, con un propósito social, pero llenas de personajes vivos, relatos dramáticos de vidas humanas representativas. Una figura enorme, que pronto fue patrimonio general de Europa. No se olvide que el francés era una lengua universalmente difundida en grandes minorías, lo que ha dejado de ser así. En mi ya lejana juventud, cuando citaba un texto inglés o alemán, daba la traducción; si se trataba del francés, no, porque parecería una ofensa al lector medio. Mídase lo que significa el cambio a la situación actual. Por eso Víctor Hugo ha sido en muchos sentidos símbolo de su época; nada equivalente ha sido ya posible en el siglo XX, y temo que no pueda serlo en el incipiente XXI.

La vigencia de Víctor Hugo ha descendido sin desaparecer. Va contra ella la inmensidad de su obra, su carácter "excesivo", su falta de concisión salvo en lo mejor de su poesía, la dificultad de retenerla. Con el tiempo, se produce a veces una especie de antología espontánea de los autores, de los que se salva la parte más viva y concisa de su obra. Pero en este tiempo se propende a lo contrario: a publicar todo lo que un autor ha escrito, sobre todo si es "inédito", cualquier papel sin importancia ni interés o puramente privado, algo que no se pensó nunca en publicar. Se está ahogando en papeles la obra de autores que han escrito poco y cuyas "obras" resultan inmensas.

Sería lástima que se perdiera la huella de Víctor Hugo, tal vez en nombre de "lo exquisito", por considerarla indigna de Baudelaire, Verlaine o Mallarmé, como si se desdeñara a Zorrilla en nombre de su paisano Jorge Guillén, por ese prurito exclusivista que siempre amenaza. La conservación del tesoro vivo de la cultura está en peligro; se prefiere la fama automática que no deja huella al depósito acumulado de lo que ha sido eficaz y puede seguir siéndolo en parte. Hay libros que perduran años, a veces siglos; son nuestra riqueza, nuestra verdadera realidad permanente, pero esto requiere una selección espontánea, que retenga lo que por sí mismo tiene valor de perduración.

El concepto de "espesor del presente", que introduje hace ya bastantes años, me parece capital. Lo que es actual, incluso tras la muerte de autores que empiezan a ser lejanos, constituye nuestra riqueza, lo que últimamente somos. Si esto se dilapida, ocurre lo contrario de lo que Ortega señalaba cuando se leía el Poema del Cid: "Nuestro peso moral aumenta". Conviene hacer cuentas claras y precisas, dejar que unas cosas pasen y otras queden; que vayan resbalando y desapareciendo de la memoria o se adhieran enérgicamente a lo que constituye nuestra realidad. Temo que la proliferación de textos injustificados, consecuencia de la erudición o de la vanidad de herederos, ponga en peligro la continuidad de lo que en realidad ha acontecido y puede ser el punto de apoyo para proyectar el futuro. A fuerza de sostener artificialmente lo destinado a pasar, se arriesga la continuidad creadora que es posible si uno se apoya en lo sólidamente consolidado hasta nuestro presente.

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