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Librerías de ocasión
Desde los diez años he sido incansable frecuentador de las librerías de ocasión, o de lance, o de viejo, tres bellos nombres llenos de sabor. Las he explorado incansablemente, en ellas se podía entrar y husmear por todas partes; he conocido a innumerables libreros a lo largo de casi setenta años. Estas librerías, las más atractivas, las más divertidas, en las que se podían hacer inesperados descubrimientos, han tenido un papel decisivo en la realidad efectiva de la cultura española. Ha habido una queja frecuente y casi constante por la deficiencia de las bibliotecas; se pensaba en las públicas, en las de diversas instituciones. Siempre he pensado que las verdaderamente importantes son las privadas, los libros que cada uno tiene en su casa y lee, hojea o relee a cualquier hora. No solo los intelectuales, sino innumerables personas cultivadas han tenido en España muchos libros, con frecuencia de calidad. En ciertos niveles los españoles, que tenían muy poco dinero y por tanto escasas posesiones, se gastaban casi todo en libros.
Cuando morían, las familias solían vender a un librero la modesta biblioteca. Esto parecía doloroso, pero según se mire era una bendición: aquellos libros se reintegraban a lo que podríamos llamar el "torrente circulatorio" y eran comprados por estudiosos, profesionales y aficionados. Se operaba entonces una redistribución de esos libros, que volvían a ser fecundos, estimulantes, con otras disposiciones dependientes de los intereses y gustos personales; y así pasaban de una generación a otra.
La familiaridad con las librerías de ocasión ha sido la razón de que haya tenido desde muy joven una impresión de España bastante mejor que la que usualmente circula. Se ha dado por supuesto que los españoles ignoraban demasiadas cosas, que en los últimos tres siglos vivían bastante aislados, desconocían lo que fuera de España se escribía. He encontrado -y con frecuencia comprado- en librerías españolas, sobre todo en Madrid, muchos libros que no se esperaba hallar entre nosotros. Extranjeros, de muy diversas épocas, en varias lenguas, algunos de extremada distinción. Tengo una preciosa edición de las obras de Descartes, en latín, impresas en Amsterdam en los años finales del siglo XVII y el volumen décimo en 1701. Este contiene la edición príncipe de las "Regulae ad directionem ingenii", lo cual hace de esta edición la primera efectivamente completa. Hace años, en una sala especial de una universidad americana, vi dos volúmenes que por su apariencia me hicieron pensar que pudieron ser de esa edición; así era; en Madrid estaban los diez, que alguien había poseído y usado. Por cierto, en la parte inferior de los tejuelos se puede leer en letras muy pequeñas: Ulloa. Pensé que era el nombre del encuadernador; después se me ha ocurrido que podría ser el propietario, tal vez don Antonio de Ulloa, el gran marino y hombre de ciencia del siglo XVIII, compañero de Jorge Juan. Quién sabe.
También una magnífica edición de los "Philosophiae naturalis Principia mathematica" de Newton, y su "Optica". Libros de Filosofía medieval, de Ricardo de San Víctor, y en la misma encuadernación un texto de Venecia de 1505; y los tres gruesos volúmenes del "Dictionnaire historique et critique" de Bayle; y alguna edición de la "Encyclopédie"; y tantos libros más.
Recuerdo que una vez, en mis tiempos de estudiante, interesado por filósofos franceses del siglo XVIII y la primera mitad del XIX, hice una larga lista de autores; distribuí copias de ellas a mis queridos libreros, con encargo de ver si tenían algo de alguno de ellos. Un par de semanas después hice el recorrido de las librerías, como el pescador que inspecciona sus redes. En aquella ocasión compré unos ochenta volúmenes.
Se supone que hasta mediados del siglo XIX no se estudiaba alemán en España; tengo un excelente libro en que podría estudiarse perfectamente hoy, publicado en Madrid mucho antes del final del siglo XVIII. Sin duda había suficientes estudiosos de la lengua alemana para que se justificara esa edición.
También encontré las obras de Fénelon; y el famoso "Tratatto delle deliti e delle pene" de Beccaria, que revolucionó la jurisprudencia de su siglo. Y -esta vez en Valladolid- la "Scienza Nuova" de Vico en la última edición publicada por su autor; y "The Spectator" de Addison; y múltiples ediciones de Byron; y yo que sé.
A don Marcelino Menéndez Pelayo, que había leído innumerables libros en sus 56 años de vida, había reflexionado sobre ellos y escrito interminablemente y con gran talento, lo sacaba de quicio el que despreciaran la cultura española los que no se habían acercado a ninguno de esos libros. A veces exageraba un poco el valor de lo español, mezclando con lo egregio lo que no pasaba de normal; pero le sobraba la razón, estaba mucho más en lo cierto que sus adversarios, tenía una visión más amplia y sobre todo más justa. Incluso en épocas de cierto decaimiento como fue en gran parte el siglo XIX, se sabían muchas cosas que se han olvidado y que de vez en cuando se encuentran en las librerías de viejo. El prodigioso Diccionario Geográfico de Pascual Madoz, dieciséis grandes volúmenes que contienen un conocimiento inverosímil de la realidad española.
Los veinticinco grandes volúmenes del Diccionario Enciclopédico Hispano-Americano, entre 1887 y 1899, de una riqueza de conocimientos de todo tipo, históricos, literarios, científicos, industriales, españoles y extranjeros, todo ello en fechas tempranísimas, difíciles de encontrar en otras obras. Todo esto se sabía en España; quiero decir, se podía saber, con tal de buscarlo y leerlo; estaba al alcance de cualquiera.
Por todo esto tengo imperecedera gratitud a las librerías de viejo; me han permitido conocer, y en pequeña porción poseer, algo de lo que existía en España sin interrupción. Sobre todo, me han hecho tener una idea más completa y más justa de lo que hemos sido, de lo que somos, de lo que acaso podríamos seguir siendo en el futuro.
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