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Recuerdos
La mayor parte son estrictamente personales: lo que a uno le ha pasado, lo que ha hecho, las experiencias, logros o fracasos, las decepciones; es decir, el conjunto de las vivencias de cada cual. Muchos de estos recuerdos afectan a la vida personal, en altísima proporción a la privada, y en definitiva son los más importantes. Otros recuerdos se refieren a hechos ajenos a la persona o que van más allá de ella: los que corresponden a los acontecimientos públicos, a los cambios de situación general, tal vez de época, acaso de fase histórica.
Muchos de estos recuerdos son recibidos externamente, como contenido de la información general, del conocimiento de lo que ha pasado y en qué están las cosas, y esto se puede extender al pasado lejano, incluso remotísimo, a lo que la historia nos muestra y nos permite saber dónde estamos.
Pero hay una parte de los recuerdos que son asunto colectivo, que exceden de lo personal, que constituyen el envolvente temporal en que se encuentra instalada cada una de nuestras vidas. Se trata del tejido histórico en el que se alojan y donde cobran sentido las vidas individuales.
El estado del mundo o de una parte de él, por ejemplo el país propio, es el punto de partida de la visión del futuro, si es que puede llamarse visión a lo que es mera conjetura, a lo sumo probabilidad, y que es la manera real de vivir el porvenir.
Un concepto decisivo y en el que no se repara demasiado es el de probabilidad. El tiempo transcurre entre el recuerdo y la anticipación, y se cuenta con que su marcha acontecerá dentro de lo que se considera «normal», y por tanto probable. Claro que ese tiempo, por la constitutiva inseguridad de lo humano, no siempre cumple las condiciones que se le atribuyen. La vida está llena de sorpresas, de cambios inesperados, de expectativas frustradas, de novedades que han hecho irrupción en la realidad sin que se contara con ellas. En esto consiste la inestabilidad y a la vez la fascinación del acontecer histórico, esa extraña combinación entre lo previsto y lo imprevisible.
Los recuerdos de la vida propiamente personal suelen ser inteligibles; la vida misma da razón de ellos, los engarza, permite entenderlos y establecer una coherencia que en la mayor parte de las épocas se mantiene. Otras veces no ocurre así; el factor de imprevisibilidad es decisivo, sobre todo en épocas de grandes cambios, de alteraciones del conjunto del mundo.
Sería interesantísimo algo que rara vez se intenta: comparar la expectativa normal -repito, probable en cierto momento- con lo que efectivamente ha sucedido. Por lo general se atiende a los cambios ocurridos, especialmente si son de gran alcance. En 1914 se rompió la convivencia pacífica de las naciones europeas, se desencadenó una tremenda guerra que costó millones de muertos y alteró las condiciones de vida de todo el continente europeo y algunos países más. ¿Era esto previsible? No había sido previsto. Aquella tremenda mortandad fue inesperada; cada vez parece más evidente que no fue necesario y pudo muy bien no ocurrir. Sin embargo, si se piensa un poco se descubre que se habían preparado las condiciones que provocaron la Primera Guerra Mundial. Al cabo del tiempo vemos que el verdadero origen de aquel tremendo desastre fue precisamente la voluntad de las naciones europeas en asegurarse, en tener garantías, en no estar expuestas a los azares imprevisibles. Me refiero al sistema de alianzas que dominaba en la Europa de 1914. No se olvide que el origen de todo fue el crimen de Sarajevo, que se pudo tratar mediante unas investigaciones policíacas que hubieran conducido al descubrimiento de lo que ahora se sabe muy bien. Pero allí funcionaron los orgullos nacionales, la decisión sobre a quién correspondía la indagación del crimen.
¿No era esto previsible? Esto ocurrió cuando yo estaba demasiado ocupado en la operación de nacer. No pude opinar nada sobre aquel desastre, pero ahora que tengo muchos años caigo en la cuenta de que, si no yo, otros pudieron haberlo previsto. Se fueron encadenando las alianzas -como se dice popularmente, «de las cerezas»-, y esto costó varios millones de muertos y una alteración increíble del mapa de Europa. Mi inveterada afición a los atlas me hace tener muy presente el mapa europeo hasta 1914 y los cambios sucesivos que lo han afectado desde entonces.
Lo curioso del caso es que, paradójicamente, fue el impulso de seguridad lo que provocó la extensión de la guerra. Lo que hubiera podido quedar reducido a un atentado y las medidas tomadas en visto de él, algo limitado, local, obra de unas cuantas personas concretas hoy bien conocidas, desencadenó un inmenso proceso que literalmente «se fue de las manos».
Esto nos llevaría a reflexionar sobre el inmenso papel del azar en la vida humana, individual y colectiva. De lo primero me he ocupado con bastante atención hace ya mucho tiempo; el azar es naturalmente imprevisible, pero la vida lo aloja en su trayectoria total, en su memoria y en sus proyectos y hace con ese azar que irrumpe desde fuera algo que adquiere un sentido biográfico. En la vida colectiva las cosas no son exactamente así; no hay un equivalente de lo que llamamos biografía; el sentido es esencial en la vida individual; en lo que se llama sin total exactitud vida colectiva, las cosas suceden de otro modo. No hay propiamente un sujeto, no existe un «yo». Solamente de un modo figurado, casi metafórico, se puede proyectar esa condición sobre un país o un grupo de países. Trátese de aplicar estos conceptos a lo que parece particularmente accesible e inteligible: un país concreto. Tenemos fresca en la memoria la guerra civil española; para la mayoría de los vivientes es un acontecimiento relativamente remoto; yo la he vivido en su integridad y con plena conciencia; en el fondo me sigue pareciendo algo incomprensible. Recuerdo muy bien haber dicho a los dos o tres días de que empezara, cuando vi que era una guerra y no otra cosa: «¡Señor, qué exageración!». Veía claramente lo desmesurado que era una guerra civil dentro de España para resolver -quiero decir para complicar- cuestiones no excesivamente graves.
Cuando se mira hacia atrás muchas cosas parecen evidentes. ¿No sería posible usar este método cuando se mira hacia el porvenir, hacia lo que puede ser y va a ser nuestra vida mañana?
Del director
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