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Una mezquita inquietante
La semana pasada, en Granada, se abrió al culto la mayor mezquita de Europa y en la ceremonia de inauguración se pronunciaron hermosos discursos. El emir de Sharjaj hizo votos para que la mezquita se convirtiese en un «ejemplo de hermandad» entre los diferentes credos y que cuando el muecín llamase a la oración su canto fuese «interpretado como una llamada a la fraternidad». Todo muy ejemplar. Pero como uno sabe que los musulmanes practican la «taqilla» -disimulo o encubrimiento de las propias creencias- suele poner en cuarentena este tipo de manifestaciones, pues de lo que se trata es que nos traguemos que en ese lugar no se va a indoctrinar sino, sólo que se va a desarrollar una labor educativa con cursos sobre ciencias del Corán.
Este emir que pronuncia tan conmovedores discursos es la cabeza de uno de los siete emiratos que componen una de las dictaduras mas férreas -y ricas- del mundo: los Emiratos Árabes Unidos, pequeño estado árabe, situado en la entrada del Golfo Pérsico, que forma una especie de cuerno de Arabia, donde se vive del petróleo y de las perlas, por ello antiguamente su costa se denominó «Costa de los Piratas». Los emiratos, políticamente, son un estado mas retrógrado, incluso, que Arabia Saudí, lo que ya es decir, donde los partidos políticos y los sindicatos están rigurosamente prohibidos y donde impera la interpretación mas dogmática y feudal del Corán, que se aplica al pie de la letra en forma de Ley. Me comenta el diputado Gustavo de Arístegui, gran conocedor de la región, que es el único país de la zona donde «no se ha iniciado el mas mínimo y deseable proceso de democratización y tolerancia». ¡Y quienes así gobiernan a sus súbditos vienen a España a construir mezquitas y a hablarnos de tolerancia! En suma, no nos engañemos, esa -la fundamentalista- es, seguramente, la interpretación «correcta» del Corán que van a enseñar en Granada, con nuestra boba complacencia. Me dice un rabino catalán que no entiende cómo los católicos no hacemos algo para parar el fundamentalismo islámico, y me pregunta por qué «vendemos» tan mal nuestra espléndida religión católica. El papanatismo occidental -le contesto- nos lleva, incluso, a dar dinero recolectado en nuestros templos para construir mezquitas desde donde se infecta odio religioso a millones de musulmanes que viven en Europa.
Nadie ve en una templo cristiano o en una sinagoga un peligro para la libertad del individuo o para la paz. Sin embargo, las mezquitas y las escuelas coránicas producen enorme inquietud. El diálogo con el Islam, por su propia idiosincrasia, es casi imposible y el radicalismo laicista, ése al que apelaba tan inteligentemente en su pasada columna Sánchez Cámara, sólo arremete contra todo aquello que huele a católico, permaneciendo mudo ante la expansión de la intolerancia islámica, sobre todo en Andalucía. Sinceramente, cada vez veo mas necesario, seamos o no creyentes, que la futura Constitución europea se cuelgue de la percha del cristianismo. De lo contrario no me extrañaría que un día, no muy lejano, tengamos que iniciar una nueva Reconquista.
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