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Escuela, Religión, Teología
España ha hecho en los últimos cuarenta años conquistas admirables: la recepción generosa del Concilio Vaticano II, la normalización democrática y constitucional, la reconciliación histórica, la integración en Europa, la superación fundamental de la pobreza por los sucesivos planes y procesos económicos. Junto a estos grandes logros seguimos con problemas de fondo pendientes: el decrecimiento de la población que nos obliga a depender de la inmigración, con las tareas, peligros y riquezas del mestizaje cultural; el terrorismo que no cesa por la complicidad de aquellas capas sociales y partidos políticos que anteponen su propia afirmación a la defensa de la vida y libertad de todos; la escuela como lugar concreto de formación de personas, ciudadanos y profesionales. Con el término «escuela» me refiero aquí al espacio intermedio entre el «jardín de infancia» y la «universidad», en el que la persona humana se abre conscientemente a la vida, descubriendo sus horizontes, valores y límites e insertándose de un modo u otro en la existencia. Con razón se ha dicho que uno es de donde ha hecho el bachillerato y es tal cual era el bachillerato que hizo.
La escuela es hoy el primer problema moral de España, resultante de muchas causas. El incremento de saberes, métodos e instrumentos es tal que no es fácil saber qué materias deben constituir el tronco de saberes objetivos y universales (instrucción), de valores e ideales de sentido (cultura), de actitudes y criterios cívicos (educación) que deben transmitirse en ella. (Es significativo que el Ministerio responsable haya tenido esos tres nombres sucesiva o acumulativamente). Es problema resultante también de lo que es un inmenso logro social: el acceso de todas las clases a la enseñanza. Esa universalización no ha ido acompañada por la necesaria personalización, concluyendo en algunos casos y lugares en masificación. El tercer origen de los problemas es la suplantación de la escuela como lugar personal de transmisión directa de saberes y valores por otros ámbitos, instancias y poderes anónimos, que sin responsabilizarse de los resultados y con intenciones no gratuitas emiten mensajes, reclaman atención y subyugan conciencias (partidos políticos, información mediática visual, propaganda que apela a lo primordial instintivo, dejando como impensable, innecesario o inválido el esfuerzo intelectual y la honestidad moral).
Sobre este fondo la consecuencia más grave es la impotencia sentida para educar, la desilusión y depreciación social de los profesores. Se sienten impotentes o reducidos a la insignificancia ante el acoso social de los padres, alumnos, sindicatos, partidos políticos, opinión pública. Un libro francés lleva este significativo título: ¿Es posible educar en democracia? Por supuesto que sí, pero el cómo es la cuestión pendiente. El hecho más grave, sin embargo, es la desproporción que existe entre el respeto, aprecio y agradecimiento que la sociedad ofrece a la cultura y la ciencia por un lado, y por otro el que ofrece al juego, al espectáculo y a la diversión de masas. Una sociedad y una cultura en las que los futbolistas son alguien, «ídolos» y millonarios, mientras que los educadores, investigadores y poetas son depreciados y menos reconocidos socialmente, han perdido la autoridad moral para exigir a los educadores que transmitan valores e ideales, porque niegan con hechos lo que les piden.
En esa escuela comienza el próximo curso a transmitirse enseñanza de la religión. Esta tiene dos dimensiones igualmente constituyentes: la objetiva y la subjetiva. La primera la forman: las personalidades fundadoras, relatos, libros, cultos, templos, comunidades, ideas, ideales, instituciones, arte, moral, utopías. Todo ello ha dado origen a un conjunto de ciencias: fenomenología, historia, psicología, sociología, filosofía... de la religión. La otra dimensión es la subjetiva o la religión en la medida en que es vivida consciente y libremente como verdad real determinante de la existencia personal. Ella pone al hombre en relación con un Ser supremo invocado como sagrado y nombrado Dios. Así comprendida, la religión confiere sentido a la existencia, nuevas potencias de vida, libertad crítica frente a la absolutización de este mundo, esperanza de salvación. Cuando se refiere a personas y hechos históricos, comprendidos como revelación divina, entonces hablamos de fe. Y cuando ésta, con rigor, método y a la altura del tiempo, reflexiona sobre su origen, presupuestos, contenidos y consecuencias, entonces tenemos la teología.
En la actual configuración de Europa, además del judaísmo y del Islam, ha sido decisivo el cristianismo. De él, en diálogo incesante con el mundo de Grecia y Roma, la Ilustración y la modernidad, han surgido las categorías de persona, libertad, comunidad, prójimo, historia, esperanza, vocación, misión, responsabilidad, derechos humanos y hasta la propia ciencia y democracia. El reconocimiento de todo hombre como imagen de Dios llevó consigo el reconocimiento de su valor absoluto. Ello ha hecho posible y necesario el ordenamiento jurídico y social que tenemos hoy. Olvidar, excluir, cegar o no cultivar ya esas fuentes de orientación para la vida humana equivale a serrar la rama del árbol sobre la que estamos sentados, pensando que separados del tronco podremos crecer con mayor autonomía y fecundidad.
La escuela queda abierta a estas realidades para integrarlas en la forja personal de los españoles. La religión, pensada en su forma y en sus deformaciones, debe ser enseñada con el mismo rigor, seriedad y exigencias que las demás disciplinas. Cada ciencia tiene luego su orden de realidad y de racionalidad propios, pero todas deben estar abiertas a la verificación y confrontación con los demás saberes. La arqueología, la bioquímica, la literatura, la teología, la ética, el derecho, tienen en común el ofrecer saberes objetivos, con voluntad de universalidad, queriendo ensanchar y enriquecer la vida humana, pero cada una colabora a esos fines con sus contenidos, racionalidad y método propios.
La religión tendrá dos formas de enseñanza en la escuela: una la correspondiente a la mayoría de la población que la solicita en el ejercicio de sus derechos primordiales y que luego la legislación articula. Otra la que por responsabilidad propia la autoridad educativa establece, ya que tal saber resulta esencial para comprender lo que ha sido la historia humana general y nuestra particular historia hispánica, a la vez que necesaria para que el trato entre grupos religiosos distintos sea real convivencia y no mera tolerancia en espera del resarcimiento. Si en 1970 llegó a parecer indiscutible que política y economía eran los dos poderes determinantes de la vida humana, en 2003 es evidente que culturas y religiones son potencias más originarias y radicales. Ignorarlas es, primero, desconocer al hombre y, después, despreciar a la sociedad.
La nueva situación educativa es una oportunidad histórica para la maduración cultural de todos, superando radicalismos fundamentalistas y laicistas. Correspondiendo por un lado y respetando por otro la libertad de todos, en un caso se estudia la religión como hecho humano general (cultura) y en el otro como hecho vivido en la fe, que -como en el caso cristiano- sitúa en el centro de esa historia la revelación de Dios en Cristo (teología). Admitida la diferencia hay que subrayar lo que ambas tienen en común (contenido, rigor, método, seriedad, lenguaje, aportación formativa, responsabilidad social). Lo decisivo es la forma de enseñarla: la cualificación y la dedicación del profesorado, que en ningún caso hará proselitismo ni juzgará la fe personal. Lo mismo que en derecho, filosofía y ética el profesor no juzga el sentido de la justicia, la sabiduría interior o la vida moral del alumno sino los saberes y técnicas objetivos de cada uno de esos campos igual ocurre con la enseñanza de la religión.
Conocimiento de lo universal y humanamente significativo, construcción de la concordia social dentro de la diferencia reconocida, fundamentación y cultivo de lo que son logros ya irrenunciables de la humanidad (libertad, derechos humanos, solidaridad con el prójimo...): esas son las grandes tareas que tiene delante de sí la escuela siempre y, en su orden propio, son las que tiene que asumir también la nueva enseñanza de la religión. Ella puede ser un bello y eficaz puente tendido hacia una España más cualificada y moderna. Tristísimo sería que, por recelos, discordias o sencillamente incapacidad e indolencia al asumir esta tarea, este nuevo puente no llegara a la otra ribera.
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