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La prehistoria y la Biblia
En los medios de información general aparecen con cierta frecuencia noticias que pretenden romper todos los moldes y conceptos clásicos. Mediante artículos o reportajes, brillantes y a la vez escandalosos, arremeten contra todo lo establecido aunque eso tenga una raigambre y autenticidad merecedoras del mayor respeto. Voy a enumerar tres ejemplos recientes haciendo especial hincapié en el tercero: son la Sábana Santa, la hipotética tumba de Jesús y la Creación del Hombre.
Primero: la Sábana Santa es la pieza arqueológica más intensa y profundamente estudiada de todo el mundo. Su devenir histórico, la textura de su lino, los granos de polen de su superficie, las huellas de sangre que la salpican, la figura impresa en ella, junto con otros mil datos perceptibles, la acreditan, sin lugar a dudas, como el testimonio más fidedigno de la Pasión y Muerte de Jesús de Nazaret. Tanto es así que se la suele considerar como el Sexto Evangelio de la Pasión (el Quinto sería la Profecía de Elías sobre el Siervo de Yavé). Pues bien, bastaron los resultados discordantes del análisis del C-14 para que los racionalistas en bloque ignorasen todas las demás evidencias y la considerasen «una falsificación medieval» ¡porque era algo más radiactiva de lo previsto!
Estudios concienzudos posteriores permiten deducir que la radiactividad que presenta, junto con otros detalles del propio análisis del C-14 y las chamuscaduras (de proyección tridimensional) que grabaron la figura del crucificado, son pruebas adicionales, no sólo de la Pasión y Muerte de Jesús, sino también de su Gloriosa Resurrección de entre los muertos.
Segundo: Hace unos meses encontraron en Jerusalén un sarcófago en el que estaba escrito, en hebreo antiguo, «esta es la tumba de Jesús, hijo de José». Sin acordarse de que los dos nombres eran comunes en aquella región y época, esto les bastó a los enemigos de la Iglesia para negar la resurrección del Señor y de paso la virginidad de María. Poco les importaban los incontables testimonios de lo relatado en los Evangelios, confirmado por la pertinaz conducta de los miembros del Sanedrín que jamás se atrevieron a negar esa resurrección (soborno a los guardias, prohibiciones de mencionar el tema, etcétera).
Pues bien, acaba de demostrarse que la susodicha tumba era una falsificación moderna ideada precisamente para combatir y desprestigiar la fe cristiana.
Tercero: Tengo ante mis ojos un recorte de prensa que contrapone la Prehistoria al Paraíso Terrenal, negando, por supuesto, la existencia histórica de Adán y Eva (El Correo, 10/07/03). Se aduce para ello el proceso evolutivo de la hominización, iniciado en los últimos 6 millones de años hasta la aparición de nuestra especie, el Homo sapiens, hace unos 160.000 años. Como biólogo, no sólo acepto como hecho científico probado ese proceso y el que nuestro cuerpo es pariente muy próximo del de los demás animales, en especial de los primates, sino que creo en la unidad biológica de todos los seres vivos, desde las pequeñísimas bate- rías hasta las levaduras, las plantas y los animales superiores. Pero la Biblia, en las narraciones del Génesis, no pretende enseñarnos Historia Natural y no sólo no se opone a los avances científicos sino que los complementa y justifica, aunque se mueve en otro ámbito. Voy a explicarme con cierto detalle.
En primer lugar, la investigación aporta datos que el científico no siempre tiene derecho a extrapolar. Por ejemplo, la Evolución de las Especies fue demostrada a la vez por Darwin y por Wallace. El primero negaba gratuitamente la existencia del alma humana mientras que el segundo la defendía. ¿A cuál de los dos hacen más caso los racionalistas y es el más famoso? Del mismo tenor fue el caso de los soviets, cuando voló el primer sputnik fuera de la atmósfera y no encontró a Dios, concluyeron que Dios no existía. ¡y se quedaron tan satisfechos!
La Biología no tiene como objetivos demostrar que existe el alma y tampoco que no existe. Es un problema de fe. Lo cierto es que entre el hombre y el chimpancé (un pariente más próximo a nosotros que a su primo, el gorila) hay unas diferencias de tipo intelectual (capacidad de pensar, hablar, resolver problemas nuevos, hacer arte...) que no se explican ni comprenden por las diferencias que existen entre nuestros respectivos cerebros (en cambio, el chimpancé y el gorila actúan de modos muy similares entre sí). Cuando alguien desde fuera de la Biología nos dice que eso se debe a que nuestro hermano, el chimpancé, carece de alma inmortal y nosotros sí la tenemos, entonces se explica y entiende todo.
El desarrollo «intelectual» de nuestros antepasados fue muy lento al principio. Tallaron la piedra para rasgar la piel de los animales y poderlos comer (nuestros dientes no siempre podían acceder a sus carnes) y esto se transmitió por imitación. Utilizaron el fuego como defensa, protección y calor. Enterraron a sus muertos como medida de higiene (tal como hacen otros animales). Pero ninguna de esas cosas garantizaba que ya tuviesen alma inmortal.
En cambio, el hombre de Cro-Magnón (H. Sapiens), hace unos 35 mil años, inicia un despegue cultural espectacular. No sólo talla y pule la piedra con fines utilitarios sino que esculpe figuritas humanas y de animales (capacidad de generalizar e interpretar la naturaleza). Pone alimentos en las tumbas para nutrir al que se fue al más allá, reparte las funciones y trabajos dentro de la tribu... La hipótesis más verosímil es que este hombre acaba de recibir un alma inmortal.
Paso a la interpretación filosófica que compatibiliza y complementa los conocimientos científicos y los bíblicos. Sabemos que Dios crea un alma para cada ser humano en el momento oportuno (no las fabrica en serie). Cuando dice en el Génesis «Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza» obviamente como Dios es espíritu lo que hace es dotar al hombre de un alma espiritual, aunque la infunda a un cuerpo perfecto ya fabricado y vivo. Y no tiene obligación de elevar a ese plano superior a toda la especie humana entonces existente, sino que concede este privilegio a una pareja escogida por Él: la formada por Adán y Eva. Poco después dice el Génesis que los hijos de Dios (lo interpreto como los descendientes de Adán) encontraron hermosas a las hijas de los hombres (hermanas biológicas de Eva) y se casaron con ellas. Dios se enfadó, porque el hombre no era más que carne y limitó su vida a 120 años... Todos los descendientes de la primera pareja serían hijos de Adán, heredarían el Pecado Original, y, por decisión divina, poseerían un alma inmortal (esto justificaría la tesis de Francisco Ayala en el sentido de que la Humanidad siempre ha sido numerosa y que, por su variedad genética, no puede descender únicamente de una sola pareja).
Para comprenderlo bien, yo comparo la Creación del Hombre con la Creación del Pueblo Elegido. Veámoslo: Cuando Dios decide la creación de los hebreos, no los fabrica ex novo con barro, sino que elige a un mesopotámico, Abram, a quien cambia el nombre Abraham, y a su esposa Saray que se llamará Sara, y les da una misión trascendente: «deja a tu padre y a tu madre que te haré padre de un gran pueblo». Esta pareja sigue cumpliendo las leyes mesopotámicas (escritas por Hammurabi), por ejemplo, propiciar la descendencia de la esclava (cuando la mujer es estéril), el castigo a la esclava altanera (se deja en manos de la esposa legítima), el sacrificio del hijo primogénito, etcétera. Pero tienen una misión trascendente que los diferencia y aisla de los demás mesopotámicos. De un modo similar pudo ser la Creación de la Humanidad, la concesión de una vocación nueva (la filiación divina y el destino trascendente) a una pareja de hombres modernos, iguales a los que no recibieron esta vocación (los hijos de los hombres a que alude la Biblia).
Recordemos que al Pueblo Elegido se incorporaron mujeres totalmente ajenas a él; sólo entre las antecesoras del Mesías conocemos a Ruth, moabita, Rahab, meretriz de Jericó, Betsabé, mujer de un hitita, etcétera. Lo verdaderamente importante es aceptar el dogma del Pecado Original, transmitido por generación, que heredamos todos los hijos de Adán que poblamos la tierra. Las especies de homínidos anteriores que nos precedieron han desaparecido del planeta.
Si nos fijamos en la Creación de la Iglesia Católica veremos que se repite un proceso semejante: un grupo de judíos, sin dejar de serlo, recibe una misión trascendente y se forma la Iglesia (siguen rezando en el Templo, van a la sinagoga, acatan los ritos judaicos... pero van constituyendo una entidad nueva y diferente a la que se incorporan los gentiles.
Si nuestra Madre, la Santa Iglesia, definiera, en declaraciones futuras, algo que contradijese a estas mis suposiciones ni qué decir tiene me retractaría de mil amores de cuanto hiciese falta, pero, hoy por hoy, todo lo aquí expuesto muestra la absoluta compatibilidad y complementariedad entre lo que sabemos por la Revelación y lo que van descubriendo las Ciencias profanas.
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