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Isabel «La Católica»: eslabón entre dos tiempos
La obra de Isabel «la Católica», al frente de aquella España emergente del siglo XV, se definió caminando hacia el ideal del pensamiento político del Renacimiento. Isabel I «la Católica» vivió su juventud en la Edad Media. Cuando tomó Castilla, en 1474, a la muerte de su hermano Enrique IV «el Impotente», las estructuras medievales se encontraban recias y vigorosas. Dos años de vida contaba, en 1453, cuando Mohamed II de Turquía, se apoderó de Constantinopla. Este hecho produjo un éxodo de humanistas de Oriente, que terminó por modificar la vida y la sociedad de Occidente. En cambio... ¿qué diferencia más profunda existió entre el Estado, la sociedad, la cultura y la vida entre el reinado de Enrique IV «el Impotente» y el de Isabel I «la Católica»!
Se advierte en la gobernación de esta gran mujer un viraje para encarar España con las doctrinas económicas del capitalismo que había estado emergiendo desde el siglo XIII con la alborada de la Revolución Comercial. También se advierte el latir de los movimientos culturales y científicos alumbrados por la alborada del Humanismo. Por último, se vislumbra la búsqueda de una influencia en Europa a través de una meditada política de matrimonios. Isabel I «la Católica», la más grande estadista florecida en la dinastía de los Trastámaras, ofreció a España, la estructura de un nuevo Estado, que labró sus cimientos a través de una unidad racial, de una unidad confesional y de una unidad territorial. Estos tres soportes para la creación y sostenimiento de un nuevo Estado, aunque se pueden encontrar huellas en el pensamiento de algún monarca castellano, tiene su más fuerte inspiración en la sensibilidad de Isabel I «la Católica» como una soberana que se encontraba identificada con la corriente que estaba marcando Europa dentro de las concepciones del moderno estado renacentista. Grandes monarcas medievales, como Sancho II «el Fuerte», Fernando III «el Santo», Alfonso X «el Sabio», Sancho IV «el Bravo» y Alfonso XI «el Justiciero», fueron soberanos que reinaron sobre una sociedad pluriracial, pluricultural y pluriconfesional. Estos reyes reinaron sobre judíos, árabes y castellanos; tres etnias con culturas distintas, razas variadas y religiones diferentes. Ello hacía tan compleja como difícil la labor de legislación de estos monarcas.
Por ello, Isabel I «la Católica» acudió a la acción de fortificar la estructura interna del Estado y a simplificar la arquitectura de la sociedad para conseguir una armonía derivada de un equilibrio de poderes. Desembocó en este objetivo a través de tres hechos fundamentales; unidad política de un Estado autoritario para conseguir una estructura estatal que se desenvolviera desprovista de las grietas que se observan en algunos reinados medievales; imposición de la autoridad del soberano mediante la simplificación de los estamentos de una sociedad que no admitía ya la vieja arquitectura plurirracial y expansión territorial como arboladura para conseguir una nación moderna de acuerdo con las visiones del Renacimiento occidental. El nuevo estado que diseñó Isabel I «la Católica» condensaba más visiones del capitalismo que del feudalismo.
Frente a la figura histórica de esta mujer que modernizó la estructura del Estado en una encrucijada de la vida europea, cabe preguntarse... ¿cómo era Isabel I «la Católica»...? Nació en 1451 en Madrigal de las Altas Torres, de Ávila, en el pontificado de aquel Nicolás V que encargó a Fray Angélico la decoración de una parte del Vaticano y falleció en 1504, en Medina del Campo, cuando regía la cristiandad Julio II, que proyectaba la colocación de la primera piedra de la basílica de San Pedro, de Roma. Fue el último pontífice del Renacimiento. Le sucedió León X; el más ilustre Papa de la reforma.
Hernando del Pulgar la describió con estas palabras: «Era de mediana estatura, bien compuesta en su persona y en la proporción de sus miembros, muy blanca y rubia, los ojos verde-azules, el mirar gracioso y honesto, la reacciones del rostro bien puesta, la cara muy hermosa y alegre...». Münze, que la conoció en 1494, cuando contaba con 43 años, la retrató con estas palabras: «Era de estatura prócer y un tanto corpulenta, pero de rostro muy agraciado y aparentaba bastantes menos años de los que en realidad tenía...». Isabel I «la Católica» tenía plena conciencia de que se encontraba en los umbrales de una nueva época, donde los movimientos humanistas y las exploraciones geográficas terminarían por definir unos tiempos modernos, tanto en sus esencias como en sus formas. Tal vez contribuyeron a ello la presencia en la corte de humanistas, como Pedro Mártir de Anglería, Lucio Marinero Sículo, Beatriz Galindo «la Latina» y Antonio de Nebrija.
Mujer de recio carácter
Existe una frase acuñada que define la existencia de un carácter recio y fuerte; muy difícil de doblegar. Cuando se levantó la ciudad de Segovia, ratificó a un grupo de segovianos que le solicitó no entrase en ella, acompañada del Conde de Benavente y de Andrés de Cabrera: «Olvidáis que soy la reina de Castilla y no es mi costumbre someterme a condiciones impuestas por súbditos rebeldes».
También dejó latente las dimensiones de su carácter en las instrucciones que pasó, en 1501, a Fray Nicolás de Ovando sobre el comportamiento y trato que se debían observar con los indios de La Española al imponerle: «... que fuesen tratados con mucho amor y dulzura sin consentir que nadie le hiciese agravio porque no fuesen impedidos en recibir nuestra santa fe y porque sus obras no aborrecieran a los cristianos».
En el año 1475 se planteó a Isabel I «la Católica» la problemática de la renovación del nuevo estado que encarnaba; el encuadramiento de la figura de Fernando V de Aragón dentro de la nueva estructura estatal. Para ello, recurrió al dictamen de dos grandes hombres de la época: Alonso Carrillo de Acuña, arzobispo de Toledo, y Pedro González de Mendoza, obispo de Sigüenza. En aquella reunión alcanzaron unas conclusiones que contribuyeron a ofrecerle vida y forma al nuevo estado a través de aquel lema: «Tanto monta, monta tanto Isabel como Fernando».
Ello dejó evidente que existían dos reyes con igualdad de poderes en las dos grandes vértebras que habían formado la España emergente de los Reyes Católicos. La España de los Reyes Católicos se extendió desde 1474 en que Isabel I «la Católica» recibió en Segovia la corona de Castilla, hasta 1516, en que falleció Fernando V «el Católico» en Madrigalejos. El segundo avance en la creación de este nuevo estado se encuentra en el proyecto isabelino de controlar la capacidad de mando y decisión de las órdenes militares. En 1478, la orden de Santiago, en 1487, la de Calatrava y en 1494, la de Alcántara, pasaron a quedar vinculadas en la figura de Fernando V «el Católico». Fue un paso decisivo hacia el robustecimiento de la musculatura del estado isabelino. En 1492, culminó la arquitectura del nuevo estado con la conquista de Granada y la expulsión de los judíos. Tanto los judíos como los árabes que no aceptaran el agua bautismal se verían obligados a ausentarse, definitivamente, de las tierras españolas.
Expansión española ultramarina
También en este año, tuvo lugar el descubrimiento de América por la expedición que mandaban Cristóbal Colón y Martín Alonso Pinzón. Trazaron aquellos modernos argonautas una poética singladura sobre las aguas tornasoladas del océano Atlántico. Con este hecho se inició la expansión de España y lo español por las tierras ultramarinas. El pontífice Alejando VI otorgó a España el Patronato de Indias. Las bulas alejandrinas ofrecieron una arboladura misionera a la actividad expansiva española por América. En el orden cultural, Isabel I «la Católica» sintió que ese Estado tenía que propulsar la expansión de la cultura occidental. Tres grandes universidades nacieron en este ciclo histórico. A las universidades florecidas en la Edad Media siguieron la de Zaragoza, creada en 1474; la de Mallorca, en 1483; la de Valencia, en 1500; y la de Alcalá de Henares, en 1502, que cerró este proceso.
En 1474 comenzó a extenderse por las ciudades de España la imprenta como instrumento de expansión de la cultura occidental. Sevilla, Valencia y Alcalá de Henares contemplaron cómo la imprenta florecía en sus entrañas, con el sueño de servir a la cultura, a la civilización y al pensamiento. Destacaron humanistas tan brillantes como Hernando Alonso de Herrera, Antonio de Nebrija, Bartolomé Carranza de Miranda, Pedro Ciruelo, Fray Francisco Ramírez, Miguel Pardo, Demetrio Douckas, Hernán Núñez «el Comendador Griego» y Alonso de Zamora. En este ciclo histórico se escribieron el «Cancionero de Stuñiga», en 1458; «Coplas de Mingo Revulgo», en 1465; «Corbacho», en 1470, del Arcipreste de Talavera; «Coplas a la muerte de su padre», de Jorge Manrique, en 1476; «Libro de los claros varones de Castilla», de Hernán Pérez del Pulgar, en 1485; «Cárcel de amor», de Diego de San Pedro, en 1492, y «La Celestina», de Fernando de Rojas, en 1499, entre otras.
En la vida de Isabel I «la Católica», Miguel Ángel labró en 1499 la imagen de «La Piedad», Pedro de Berruguete terminó, en 1500, el retablo de la Catedral de Oviedo, y Bramante terminó en 1502 el Templo de San Pedro en Montorio. Por esta capacidad para crear un estado de arboladura renacentista, gran latido de la España unificada, y por apoyar la iniciación de una expansión territorial sin precedentes en la historia occidental, merece ser comprendida Isabel I «la Católica» como una de las figuras históricas más grandes de Europa. De esta forma Isabel I «la Católica» fue eslabón de conexión entre el institucionalismo medieval y las visiones estatales renacentistas. l
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