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Personas y conductas.

Hace sólo unos pocos años, cuando los primeros intentos de dotar a las uniones homosexuales del estatuto matrimonial, era unánime entre las organizaciones políticas y sociales el rechazo, en todo caso, a que este tipo de parejas adoptase niños ante la imposibilidad de generarlos.

Hoy ya no es lo mismo: la sensibilidad social se ha ido degradando progresivamente, y ha contribuido a ello también la presión sostenida de las organizaciones de homosexuales sobre toda clase de instituciones (políticas, educativas, médicas, legislativas, artísticas, etc.) para obtener lo que llaman la "normalización" de la homosexualidad. La clave de esta presión reside en transmitir la idea de que la homosexualidad no es una anomalía (sea congénita o adquirida), sino una forma alternativa de normalidad, que no ha de preocupar ni menos avergonzar a nadie.

Un ejemplo plástico de este modo de pensar lo tenemos en la expresión gay pride ("orgullo gay"), a cuyo abrigo se organizan en todo el mundo desarrollado mascaradas callejeras provocadoras y rebosantes de la chocarrería más repugnante, que producen náuseas a cualquier persona seria aunque sea homosexual, y más aún precisamente por serlo.

Pero como no parece razonable pensar que nos hemos vuelto todos locos hasta el extremo de negar la evidencia de que la homosexualidad entre humanos (y entre cualquier ser vivo sexuado) es una anomalía, habrá que preguntarse la razón de esta situación que nos toca vivir. A mi entender, hay dos factores que influyen poderosamente en esta perturbación: por un lado está la tendencia creciente a reaccionar por impulsos sentimentales, con abandono progresivo del recurso a la razón. Los homosexuales han sufrido, y sufren, discriminaciones intolerables por el hecho de serlo en materias y aspectos de la vida en los que su condición debería ser irrelevante, y el sentimiento de piedad por estas injusticias manifiestas tiende a extenderse hacia otros territorios en los que la homosexualidad sí es relevante, y aun decisiva, de suerte que lo injusto sería precisamente el no tenerla en cuenta.

Además de esto, hay otro error muy extendido que puede explicar, al menos en parte, este fenómeno de claudicación a la presión del lobby homosexual: consiste en no saber distinguir entre las personas y sus comportamientos. En tanto que personas todos tenemos igual dignidad y merecemos igual respeto; pero no ocurre así con nuestras conductas, que no tienen por qué merecer igual consideración que sus contrarias.

Las personas homosexuales merecen respeto; pero su conducta no tiene por qué ser automáticamente respetable, en materia sexual o en cualquier otra. Está por estrenar en nuestras sociedades un debate serio sobre el comportamiento homosexual, porque las organizaciones de este signo, tan errónea como interesadamente, lo impiden a toda costa considerándolo una agresión personal.

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