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A los 70 años de «Camino»
Valencia es la ciudad donde se publicó por primera vez Camino, la obra más conocida de San Josemaría Escrivá de Balaguer. Fue el 29 de septiembre de 1939 cuando este libro vio la luz en Gráficas Turia, una imprenta situada en la calle Salvador Abril, muy cerca de la Avenida Reino de Valencia. A fecha de hoy se cuentan más de 4 millones y medio de ejemplares difundidos por todo el mundo, y prueba de ello es que ha sido traducido a 43 idiomas.
Camino contiene 999 consideraciones de carácter espiritual. Cada una había salido de la oración personal de San Josemaría. Sus propias vivencias y su amplia experiencia pastoral entre jóvenes universitarios pasaron por su meditación ante Dios. De ahí extrajo orientaciones prácticas para su propia vida, que anotaba y que posteriormente compartió en esta publicación.
El estilo de Camino resulta muy apropiado para la gente joven. El libro interpela incisivamente al lector. Así lo manifiesta el autor en el prólogo, donde además nos revela la intención del escrito: «Lee despacio estos consejos. Medita pausadamente estas consideraciones. Son cosas que te digo al oído, en confidencia de amigo, de hermano, de padre. (...) Voy a remover en tus recuerdos, para que se alce algún pensamiento que te hiera: y así mejores tu vida y te metas por caminos de oración y de Amor. Y acabes por ser alma de criterio».
En estas últimas palabras se condensa la misión de Camino: ser alma de criterio. Esto es muy diferente de ser un hombre o una mujer «de criterios». No se trata de saber lo que está permitido o no está permitido hacer en cada momento. Los criterios pueden servir para algunas circunstancias concretas, pero resultan insuficientes para la proyección de toda una vida.
Tener criterio es otra cosa. Consiste en saber discernir por uno mismo a partir de una referencia válida. Para ello, la principal maestra que tenemos es la propia experiencia. Por eso San Josemaría apela a los propios recuerdos, a una memoria que esté dispuesta a aprender y a corregirse, aunque duela.
El destino del itinerario que se delimita en Camino se señala en el punto 2: la identificación con Jesucristo. Para alcanzar esa meta, el camino que propone San Josemaría recorre en primer lugar el sendero arduo de las virtudes. De ahí que incluso el lector no católico puede aprender mucho de las páginas de este libro.
Viene muy a propósito de la actualidad educativa de este inicio de curso el punto 368 de Camino: «¿Te aburres? —Es que tienes los sentidos despiertos y el alma dormida». Si esto fue escrito en el año 1939, ¡qué no se podría decir ahora! Nuestros jóvenes se encuentran envueltos por un torbellino digital que continuamente reclama la atención de sus sentidos. Quizá por ello se observa que muchos de ellos confunden pensar con sentir. Esto resulta crucial para saber tomar decisiones. Decidir implica pensar previamente para valorar las posibilidades. Ahora bien, la gente joven suele buscar la seguridad para decidirse en el hecho de si lo sienten, de tal forma que, si dejan de sentir, dejarán de hacerlo.
El problema es que las cosas no son buenas simplemente si uno las siente. No todos los sentimientos son buenos, y además los sentimientos suben y bajan. Este planteamiento se revela como falso cuando nos damos cuenta de que se ha invertido el orden de las cosas. Hoy se funciona de acuerdo con esta pauta: sentir, saber, ser. Y realmente debería ser al revés: ser, saber, sentir. Primero las cosas son, yo las conozco, y fruto de ese conocimiento daré forma a mis sentimientos.
En la novela de Dostoievski titulada El idiota, el protagonista comenta el criterio que nos dignifica como personas a propósito de Rogochin, un personaje pasional cuyo corazón se va endureciendo progresivamente: «La piedad instruirá al mismo Rogochin. La piedad es lo esencial y acaso la única ley de la vida de todo el género humano».
Si hemos sabido cultivar la compasión hacia el otro, tendremos un criterio válido para nuestra actuación. La piedad supone tratar a los demás como querríamos ser tratados. Para ello no sirven fórmulas matemáticas ni criterios de conducta ni protocolos de actuación. Sólo es posible si tenemos el alma despierta, porque hay que juzgar la realidad con una visión profunda, algo que de ningún modo pueden dar los sentidos. Cuando el alma está despierta, la persona mira de un modo diferente: lo que para unos puede ser una llamada a la piedad, para otros no sería más que un incordio que les complica la vida.
El primer punto de Camino invita a dar lo mejor de uno mismo: «Que tu vida no sea una vida estéril. Sé útil. Deja poso». El punto continúa, pero estas tres frases interpelan para que el lector deje una huella en este mundo, un poso que no sea inútil ni estéril. Con jóvenes que sean de verdad almas de criterio podremos revitalizar aquello que hace al hombre auténticamente humano: un corazón piadoso, capaz de compadecerse del mal del otro y de obrar para el bien del otro.
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