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Ofensiva gay

Hace tiempo que sostengo la tesis de que el lobby gay es uno de los fenómenos más parecidos a la Komintern de los que hemos tenido que padecer en las últimas décadas. A semejanza de la Komintern, el lobby se ha autoarrogado la representación exclusiva de un colectivo —en el primer caso, los obreros del mundo; en el segundo, los homosexuales — que es más que dudoso que posea. De la misma manera, ha decidido imponer un programa político que no sólo es discutible que beneficie a los que dice representar sino que resulta una verdadera plaga bíblica para la sociedad en la que se aplica. Finalmente, para lograrlo recurre a una serie de maniobras que, en ocasiones, hacen pensar que don Vito Corleone era una ursulina comparado con el citado lobby. Igual que la Komintern colocó la etiqueta de «fascista» — lo fuera o no — a todo el que se oponía a Stalin, el lobby gay se ha inventado la de «homófobo» como sambenito para el que no capitula ante sus pretensiones. La fórmula ha tenido éxito. Empezando por los medios de comunicación y siguiendo por el mundo de la cultura y de los partidos políticos, buena parte de la sociedad ha ido doblegándose ante las pretensiones del lobby gay no por convicción sino por verdadero miedo. Hasta las fuerzas armadas han tenido que aceptar comportamientos que causan sonrojo a la aplastante mayoría de sus miembros. De hecho, el único segmento social que se ha resistido a comulgar con rosas ruedas de molino es el de las iglesias y sobre ellas está disparando el lobby gay con especial saña. La semana pasada, sin ir más lejos, en España varios centenares de homosexuales declararon públicamente su apostasía de la iglesia católica y en Suecia fue condenado a prisión un pastor evangélico por el delito de predicar que la Biblia considera pecado — lo que es irrefutable — las relaciones homosexuales. Basadas en el deseo de ser fieles a una revelación, las iglesias constituyen para el lobby gay un enemigo que hay que abatir y en una clara disyuntiva kominterniana o capitulan o les espera el Gulag. A este paso arderán en piras Suetonio, Tácito, Dante, Quevedo, Shakespeare o la misma Biblia por condenar las relaciones homosexuales. Hitler — que, por cierto, era homosexual — no lo hubiera hecho mejor.

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última actualización del documento http://www.conoze.com/doc.php?doc=2184 el 2005-03-10 00:25:46