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El Papa verdadero
El niño Lolek, con su carita redonda y simpática, no sabía nada, pero estaba destinado a ser Papa. Con una sofisticada sabiduría fue colocado en la encrucijada espacio temporal que definía el siglo XX. Polonia, en efecto, estaba en el centro físico de la Europa que generó las dos guerras mundiales y, por otra parte, el futuro pontífice nació cuando el Imperio Austrohúngaro se deshacía (su padre fue un militar de los Habsburgo) y cuando nacía la Polonia que sufrió la ocupación nazi y que soportó el comunismo con humanidad y orgullo hasta desencadenar la caída del muro de Berlín. El niño Lolek adoraba a su familia y perdió a su madre de niño, a su único hermano de adolescente y a su padre de joven. Con un extraño método se le enseñó a ser hijo y huérfano, a valorar la familia como lo más preciado y a identificarse simultáneamente con quienes lo han perdido todo. Lolek quería ser actor. Amaba la literatura, escribió poemas y dramas, pero las compañeras que se enamoraron de él en la pequeña compañía teatral de Cracovia recibieron la noticia de que se hacía cura. Así que abordó la teología desde la mística de la poesía y desde el realismo del obrero que había sido cuando fue minero durante sus años de estudiante. Recién elegido Papa nadie imaginó que en el cardenal polaco vivían Ibsen y Cervantes, Chopin y Bono, la lucha antifascista y la anticomunista. Así era, sin embargo, y por eso el siglo XXI se ha abierto con un papado glorioso, perfectamente encarnado en el sufrimiento del siglo XX y totalmente entregado a Dios y a la Virgen, la única y definitiva alegría del hombre. En la historia de ese niño que llamaban Lolek están las claves de todo lo que pasó después: un pontificado que ha desbordado cualquier esquema. El Papa que decían inflexible reunió en Asís a todas las religiones. El Papa que tachaban de antiguo desarrolló una antropología revolucionaria y llegó a decir de la vida sexual marital que «aproxima a la esencia misma del amor Trinitario». El Papa conservador pidió perdón por los errores de la Iglesia y puso en cargos muy destacados a laicos y mujeres. Al final del camino, a los 25 años de su Pontificado, se le ha pedido que encarne definitivamente al hombre. Gravemente enfermo, limitado, desprovisto de muchos de sus talentos, acosado por quienes quieren que dimita, Juan Pablo II prueba su grandeza. Su grito más frecuente: «¿No tengáis miedo, abrid las puertas a Cristo!», está demostrándose eficaz en su persona. Ahora está enfermo como nosotros, rodeado de problemas co- mo nosotros, pobre como nosotros. Y el misterio lo hace resplandecer como nunca. Ahora Lolek, por fin, es el Papa verdadero.
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