» Baúl de autor » Cristina López Schlichting

Una judía en Bilbao

He colgado el teléfono con pena. Tengo una amiga que lleva diez años trabajando en Bilbao. Nos conocemos desde la adolescencia, en Madrid. Se casó con un policía nacional, un aragonés al que le ha costado Dios y ayuda obtener un traslado. Ahora tienen dos hijos y buscan colegio para el próximo curso. Mi amiga no quiere que los niños estudien euskera. Se ha educado a caballo entre Asia, Nueva York y España y no sólo no le da importancia al vasco como lengua internacional, sino que recela de que, a través del euskera, se les inculquen a los niños ideas nacionalistas. Pero es imposible encontrar un colegio, público o privado, sin el euskera como asignatura. Por otro lado, todavía no les ha dicho a los pequeños que su padre es policía. Les han aconsejado que no lo hagan hasta que tengan nueve o diez años y «sepan ocultarlo adecuadamente». De otro modo se exponen a sufrir burlas e insultos de los amiguitos y compañeros. Pero es difícil mentir a los hijos y casi imposible ocultarles el uniforme del padre. De repente he caído en la cuenta de que mi amiga Carmen vive como una judía en la Alemania de 1940. Me pregunto si Ibarreche es consciente de ello. Supongo que no. La experiencia histórica nos revela que, cuando un hombre está enfrascado en lo que cree, la gloriosa batalla por la liberación de un pueblo no se para en los sufrimientos de judíos, católicos, homosexuales, no nacionalistas, hispanoparlantes, policías, guardias civiles o ertzainas. ¿Con qué sueña Ibarreche? ¿Qué emocionantes timbales le anuncian Dios sabe qué glorioso amanecer de la patria vasca, hermosa, verde, una, grande y libre? Parece mentira que los hombres no aprendamos. Que nos creamos una y otra vez semejantes tonterías. No existe el paraíso en la tierra. La Alemania nacionalsocialista, la Rusia soviética, la Camboya de Pol Pot, la grandiosa Serbia de Milosevic fueron caminos sangrientos hacia ninguna parte. La mitad de los vascos es constitucionalista y dos tercios de la población de Euskadi contraria a la independencia. Si, a pesar de todo, Ibarreche insiste en un plan que quiebra la Constitución que nos ha dado 25 años de paz, si pone en peligro el bienestar de todos, es porque tiene una fe inquebrantable en la bondad de sus fines. Cree de veras que un estado vasco libre asociado sería mejor, haría mejores, más felices, más justos y libres a los vascos. Por mucho sufrimiento que cueste. Pero, entonces, ¿qué vacío espiritual y qué falta de sentido común hay en los vascos como Ibarreche? ¿qué tipo de hombre puede darle fe, a estas alturas de la Historia, a otro espejismo ideológico? ¿otra vez correrá la sangre? Pobre amiga mía. Lo de Carmen no tiene remedio. Cuando suenan los tambores y brillan las antorchas, cuando el corazón del hombre se inflama con bailes étnicos, con la imagen magnífica de un pueblo engrandecido, con el sueño loco del paraíso terrenal, el bienestar de una familia importa un bledo. El dolor de un padre que oculta su profesión, su identidad o su raza a sus hijos resulta despreciable.