Heroísmo y responsabilidad
Este verano se cumple el sesenta aniversario de la muerte de Antoine de Saint-Exupéry. Me temo que para las jóvenes generaciones el autor francés e incluso su obra más conocida, «El principito», no signifique mucho, perdidas en el cultural televisivo y en una literatura infantil y juvenil que raya a menudo lo terrorífico.
Esta mañana he releído «El principito» y, como un fogonazo, me han vuelto a llamar la atención los valores contenidos en sus páginas, ilustradas con los cándidos dibujos del autor. Especialmente, la responsabilidad como motor de las acciones morales y el heroísmo como meta de la vida. Ambos no dejan de resultar chocantes si se tiene en cuenta que durante décadas en todos los medios se ha afirmado hasta la nausea que en esta vida disponemos de un inmenso conjunto de derechos (algunos absolutamente imposibles de garantizar) a la vez que se han ocultado las respectivas obligaciones. A los estudiantes se les habla de sus derechos (al preservativo o a pasar de curso sin estudiar, lo mismo da) más que de su obligación de devolver a la sociedad y a sus familias los recursos que en ellos se gastan. A los miembros de la pareja se les inculca su innegable derecho a ser felices (¿nada más y nada menos!) pero se orilla el tema de la contribución decisiva que deben realizar para acercarse a esa meta. Al pueblo llano se le canta su derecho al voto y a dar por buenas las propuestas más demagógicas pero se les oculta buena parte de la realidad y no se les explica el coste del populismo.
La responsabilidad ha sido negada, sepultada, olvidada, y no puede decirse menos del heroísmo. Temo que si en la actualidad lleváramos a cabo una encuesta para saber cuántos jóvenes desean ser no santos —esa podría ser para romper a llorar — si no simplemente héroes, un porcentaje no pequeño nos preguntaría cuánto dinero ganan los héroes y en qué programas de televisión aparecen. Y, sin embargo, a pesar de lo lamentable de la situación, no me atrevería yo a calificarla de desesperada. El propio principito vivía perdido en un planeta que no terminaba de entender y, no obstante, continuaba aprendiendo. Eso es lo que deberíamos hacer ahora. Mirar a nuestro alrededor y reaprender el valor de la responsabilidad y el heroísmo. Con corazón de niños. Ése sin el cual no se puede entrar en el Reino de los cielos.
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