Victimismo
Entre los nacionalismos que amargan a las naciones europeas y el que ensombrece el futuro de España existe una diferencia fundamental. Irlanda, Córcega o Bretaña sufrieron siempre como regiones más pobres. En Cataluña y las Vascongadas ha sucedido durante siglos lo contrario. Históricamente, ambas regiones españolas han sido favorecidas de manera especial.
Fueron los empresarios catalanes los que troncharon el ritmo liberalizador de la Restauración canovista en favor de un proteccionismo económico que a ellos les benefició pero que perjudicó a toda España y también fueron ellos los primeros en aplaudir el golpe de Primo de Rivera que salvaría sus industrias del pistolerismo obrerista. Lo políticamente correcto exige afirmar que fueron regiones maltratadas pero lo cierto es que durante el franquismo resultaron especialmente favorecidas.
La represión fue mucho menor en Cataluña y Vascongadas; ninguna región pudo rivalizar en número de ministros con las Vascongadas y ninguna recibió tanto respaldo económico como ambas. Llegada la Transición, el trato de favor perduró. Para acallar las exigencias nacionalistas se creó un sistema de autonomías en que recibieron un grado de autogobierno impensable en Europa.
Sin embargo, el mensaje victimista ha continuado. Supuestamente, el resto de España sigue esquilmando a Cataluña y al País Vasco. El reciente estudio de Ezequiel Uriel, titulado «Las balanzas fiscales de las comunidades autónomas» y publicado por el BBVA, desmonta ese argumento. El País Vasco recibe mucho más de lo que da. Si puede mantener su sanidad, su sistema de pensiones, su gobierno autónomo es gracias al dinero de los demás españoles.
Por lo que se refiere a Cataluña, transfiere 391 euros por persona y año a otras comunidades. ¿Explotación? No, buena suerte. Las Baleares transfieren más del doble y Madrid —la primera en contribuir — llega a 1.286 euros por persona y año. La verdad es que le cuesta más ser español a un madrileño que a un catalán y no digamos a un vasco. Esa es la verdad y lo demás es un victimismo embustero, insolidario y, si me apuran, violento y hasta gorrón.
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