El exterminio olvidado
Estos días se cumple el aniversario de la hambruna ucraniana de 1932-33. Había sido precisamente Zinóviev el que antes de que los bolcheviques llegaran al poder había indicado que la dictadura comunista exigiría el exterminio de no menos de una décima parte de la población rusa. Se contaba con eliminar a diez millones de personas con la misma tranquilidad con que podría haberse ordenado el cambio de muebles en un ministerio. No extraña que el golpe bolchevique de octubre de 1917 fuera seguido por la creación de la Cheká y del GULAG, de la policía secreta y de la red de campos de concentración. En primer lugar, cayeron los liberales, los monárquicos, los clérigos, los capitalistas, los profesionales y fun- cionarios refractarios al nuevo régimen y luego vino el turno de los campesinos. Durante los años veinte, y con escasos paréntesis ocasionados por el hambre, el agro ruso fue sometido a una dura persecución del campesinado comprensiblemente reacio a la colectivización. Los bolcheviques, siguiendo órdenes de Tujachevsky y de Lenin, se anticiparon incluso a los nazis en la utilización del gas para causar matanzas masivas entre la población civil, mientras, la resistencia se mantenía firme en lugares como Ucrania.
El 12 de abril de 1930, el Sotsialitischesky Vestnik recogía, tras la peor guerra civil del siglo XX, la afirmación de varios dirigentes soviéticos de que aún era necesario exterminar a otros cinco millones de personas para asegurar la estabilidad del poder. No exageraban y Ucrania se convirtió en el blanco. El sistema de colectivización acarreó en 1932 una hambruna negada por la URSS con el concurso de los periodistas progres de todo el mundo, incluyendo al Pulitzer Walter Duranty. Privados de simiente, impedidos de buscar alimentos, reducidos al hambre por el sistema soviético, por el único delito de cultivar la tierra de manera distinta, más de siete millones de ucranianos perdieron así la vida. Era la misma época en que el PCE quería ser la esperanza de la república española y antes de que Largo Caballero se convirtiera en el Lenin español.
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