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Ave al César francés

Lo sé, soy consciente. Me consta que si escribo de la constitución europea me arriesgo a aburrirles, pero si me empeño es porque sé que el asunto es grave. Tal y como está el texto elaborado a partir del borrador del señor Giscard, la nueva constitución tendrá un preámbulo con los valores que la definen. En este prólogo habrá una cita de Tucídides con una referencia a las raíces helénicas de nuestra civilización y, por el contrario, silencio sobre el cristianismo y resulta que esta no es la práctica europea tradicional. Hay países, como Francia, que no mencionan a Dios ni a la religión en su constitución; pero muchos otros los citan abiertamente. El pueblo alemán dice adoptar su Ley Fundamental «ante Dios y ante los hombres»; Irlanda lo hace «en nombre de la Santísima Trinidad, de la que proviene toda autoridad»; Grecia admite abiertamente la primacía de la Iglesia Ortodoxa; Malta proclama el catolicismo como religión nacional y Dinamarca y el Reino Unido, por ejemplo, tienen Iglesias de Estado. ¿Qué conviene en el caso europeo? Es claro que el Estado ha de ser aconfesional en lo referente al derecho positivo, en los artículos, pero en el preámbulo es injusto que se adopte una simbología exclusiva de la constitución francesa. Se trata de un gesto intolerante e imperialista. He encontrado esta tesis expuesta en un libro que les recomiendo, «Una Europa Cristiana», de J.H.H. Weiler, en la editorial Encuentro. Weiler es un catedrático judío practicante que enseña en la Universidad de New York y en el Colegio de Europa en Brujas, y afirma: «No se puede predicar el pluralismo y al mismo tiempo querer ejercer constitucionalmente el imperio cultural. Privilegiar la simbología laicista constituye un jacobinismo cultural inaceptable». No es casual que haya sido un judío quien recalque esto. Un judío que se siente más cómodo con un preámbulo realista con los orígenes y la historia de Europa, donde el hecho religioso ha sido definitivo, que con un preámbulo jacobino, donde la religión se censura y se excluye de la esfera pública. Como subraya Weiler: «Existe la ingenua convicción de que para que el Estado sea verdaderamente neutral hay que practicar el laicismo; pero excluir la sensibilidad religiosa no es una opción agnóstica. Significa, simplemente, anteponer una visión del mundo frente a otra, haciendo pasar todo esto por neutralidad.» La solución más equilibrada para unos y otros sería un preámbulo a la polaca: «Nosotros, la nación europea, los que creemos en Dios como fuente de verdad, justicia y belleza y los que no compartimos esta fe pero respetamos dichos valores universales » Semejante encabezamiento abrazaría a todos, garantizaría la libertad de pensamiento y evitaría el laicismo como dogma. No les aburro más, pero atención: nos están dando gato por liebre y, encima, gato francés.

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