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Mentiroso

Anasagasti ha respondido a Ibarra con una chulería llena de maldad. El presidente extremeño propuso, como saben, un mínimo del 5 por ciento de los votos nacionales como requisito para ingresar en el Parlamento, una cláusula que existe por ejemplo en Alemania y que excluiría al Partido Nacionalista Vasco de la Cámara. El portavoz del grupo parlamentario del PNV le ha contestado: «Que nos den de una vez por todas la independencia y dejaremos de ser un dolor de cabeza para Ibarra». No deja de asombrarme el que Anasagasti reduzca tan groseramente el problema vasco. Al margen de consideraciones constitucionales e históricas de sentido común (nunca ha existido Euskadi), el País Vasco no puede ser independiente porque sus habitantes no quieren serlo. Cada vez que viene un extranjero a mi casa tengo que explicarle el mismo «rollo»: «No es que nosotros impidamos nada, es que los vascos no quieren». «¿Cómo?, ¿que no quieren la independencia?», suele preguntar el visitante. —«Como lo oyes», repito yo. «La mitad de los vascos votan a partidos constitucionales y dos tercios se declaran en las encuestas contrarios a desvincularse de España». «Entonces», prosigue asombrado el interlocutor, «¿por qué el PNV dice que representa a todos los vascos?» En ese momento hay que aclararle al extranjero lo que pasa aquí. Señor Anasagasti, lo que usted pide no es la independencia para los vascos, sino para el Partido Nacionalista Vasco, que se consolidaría para siempre en el poder local. Tal y como están ahora las cosas, el partido de Sabino Arana es susceptible de perder las elecciones. En caso de ocurrir, la oligarquía dominante saldría del feudo. Se acabarían las subvenciones al entorno de Batasuna, la escuela racista y los nepotismos en la tele vasca, en las empresas y en las administraciones locales. Se terminaría el inmenso tinglado que mantiene vivo el espejismo de que los vascos son una nación maltratada y explotada. Naturalmente que al PNV le conviene la independencia, pero PNV y País Vasco no son sinónimos. Curiosamente, la tendencia a confundir e identificar las propias ideas e intereses con las de los otros parece un mal extendido entre los nacionalistas. No otra cosa hacía esta semana el señor Carod-Rovira cuando — desde su magro 16,47 por ciento de los votos — amenazaba a las multinacionales con no dejarles salir o entrar libremente en Cataluña. ¿Pero quién es este señor para hostigar a empresarios que tradicionalmente han encontrado estupenda acogida entre los catalanes? Qué ofuscación no padecerá para poner en peligro la economía de toda una comunidad. Concluyendo, cuando Anasagasti desafía a Ibarra hace dos cosas fundamentalmente. Por un lado, estimula el victimismo nacionalista y su tosco sentido de la hombría rural («¿qué machos somos, las cosas que les decimos!»). Por otro, sencillamente, proporciona una imagen de las cosas que no corresponde a la realidad. O sea, miente.

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