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La sociedad deformada

«La sociedad deformada» es el título de un sugerente libro de Meinhard Miegel subtitulado «Como suplantan los alemanes su efectiva realidad». Centrado en el examen de la situación espiritual y material de Alemania, su método y sus conclusiones pueden aplicarse a la mayoría de las naciones del viejo continente que estuvieron del lado de acá del muro; aún a aquellas que parecen seguir progresando económicamente, pues el hecho decisivo es la devastadora «bomba demográfica» de espoleta retardada que ya ha comenzado su cuenta atrás, cuyos efectos acabarán alcanzando también inexorablemente a los países que estaban tras el muro, aunque tarden más en llegar. La cuestión es que mientras los políticos, que operan a corto plazo, no son capaces de imaginar el futuro ni se interesan por él en representación de sus respectivas sociedades, la sociedad europea, excesivamente dependiente de ellos, sigue sus mismos pasos. La falta de perspectivas es causa principal del sentimiento de debilidad de la política actual, reducida a temas menores, cotidianos, irrelevantes, históricamente intrascendentes, a tono con el pensamiento débil y la cultura tan debilitada por el pensamiento y la igualación de lo inferior con lo superior.

Lo que aqueja hoy a los europeos, el profundo cambio en las estructuras de la población, de la economía, del mercado laboral y del Estado Social, comenzó hace mucho tiempo y su problemática es sabida desde el primer momento. Pero la mayoría de los políticos no quiere reconocerlo: prefieren ponerse al frente de la suplantación sistemática de la realidad, y los pueblos les siguen la corriente pasando por alto las contradicciones evidentes, así, se proclama el humanitarismo y se fomentan el aborto y la eutanasia a la vez que se invocan para cualquier cosa los derechos humanos. Con este espíritu o mentalidad se parchea, sin mucho éxito, el hundimiento demográfico con más dinero para niños y se obstruyen, tanto la mejora de la compatibilidad de la actividad profesional con la familia como la inmigración que puede apoyarla, se fomenta la economía con un par de correcciones en los impuestos y las prestaciones sociales, se supera, o sublima, el paro laboral mediante unas tasas de crecimiento más elevadas y se pretende salvar el Estado Social con palabras de aliento. Cualquier cosa menos decisiones políticas, a pesar de que la distancia entre las metas propuestas y la realidad es la misma desde hace unos treinta años. La pérdida de la realidad observada hace tiempo por los filósofos, se ha convertido en el modo de vida de los europeos, cómodamente instalados en la no-realidad.

Como piel de todo lo demás, la política vive en el engaño y la sociedad se siente, si no a gusto —la incomodidad es perceptible por doquiera — , por lo menos tranquila en esta realidad engañosa cuyos taumaturgos son los políticos que, reacios a mirar de frente al porvenir, miran demasiado a menudo al pasado. No se trata de imputar toda la responsabilidad a los políticos: la responsabilidad atañe también, en un primer lugar, a los clérigos espirituales y temporales y a la clase dirigente en su conjunto, que es más que la clase política; pero, en la situación actual, sólo los políticos pueden sacar de su marasmo real a Europa, cuyos ciudadanos sueñan con un mundo mejor en el que se realice a la perfección lo que pertenece al pasado. Está muy bien lo de la unidad de Europa, asunto que entretiene mucho y contribuye grandemente a que no decaiga el espectáculo. ¿Pero qué Europa si los pueblos europeos carecen de perspectivas y de orientación? ¿Adónde va Europa? De momento a ninguna parte, como no sea a... enfrentarse a Estados Unidos, el enemigo político que se ha inventado a falta de otro mejor, del que, sin embargo, dado su anquilosamiento, necesita, y no precisamente como adversario. Todas las tendencias políticas, y las que más las que se presentan como más progresistas, miran hacia atrás.