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Éxito de Europa

El atolondrado europeísmo ideológico dispuesto a cualquier cosa con tal que se haga cuanto antes dice que la reciente reunión, «cumbre», sobre la Constitución europea ha fracasado. En realidad, ha sido un éxito para Europa, que debiera agradecérselo a España y Polonia. Una Europa sometida a Francia —con Alemania de acólito — ansiosa de dirigir a Europa para enfrentarla a Norteamérica y recuperar la «grandeur» perdida, no iría a ninguna parte, salvo a un auténtico fracaso que podría ser verdaderamente grave. Además la libra, por lo menos de momento, de una Constitución antiliberal — antihistórica — , abstracta y socialburocrática según el modelo francés y el criterio del consenso que cloroformiza a Europa. Es alentador que los Sres. Aznar y Miller hayan roto descaradamente el consenso socialdemócrata que impregna y corrompe a toda Europa y condiciona la llamada «construcción» europea diciendo «niet» al grosero diktat franco-alemán, en realidad francés-chiraquiano. Es también una actitud estética que hace concebir esperanzas.

La Europa moderna se ha regido desde 1494 por la famosa «balance of power», la ley del equilibrio político entre los poderes europeos de manera que ninguno ostente la hegemonía, y no hay ninguna razón de peso para que no siga siendo así. El argumento demográfico, puramente cuantitativo, es una estupidez. Cualitativamente, Europa es todavía mucho más que un lugar geográfico, la suma millonaria de sus habitantes o su PIB. Francia, que siempre ha aspirado a ser hegemónica, está en su derecho y hace bien en intentarlo, pretende hábilmente conseguirla bajo cuerda aprovechando lo de la Unión Europea. Alemania, la Alemania de Schröder, la secunda ingenuamente. Sin embargo, afortunadamente España parece tener una política exterior más clara que en el interior, aunque hay que reconocer que en uno y otro caso siempre con la espada de Damocles de la ambigüedad del antipolítico partido socialista, aunque tal vez le falte habilidad diplomática para concitar una oposición mayor aparte de Polonia, temerosa ciertamente de Francia y aún más de Alemania y Rusia.

El suceso reciente puede hacer reflexionar a muchos. Por lo pronto, sobre si se quiere una Europa liberal conforme a su historia, la única civilización liberal que ha existido hasta ahora, o una Europa puro tinglado burocrático mediatizado por cualquiera de los poderes europeos. En realidad, la lucha política por la unidad europea acaba de empezar, una vez que ha quedado bien claro que Francia no consentirá que se haga nada que ella no quiera o le convenga, como ha venido sucediendo hasta ahora. Francia utilizará hábilmente para imponerse toda clase de medios, sutiles o burdos como el que acaba de fracasar, y conviene tenerlo en cuenta. Uno de los sutiles, que también se ha puesto de relieve en las pasadas negociaciones, aunque pueda parecer que no tiene nada que ver, es el del laicismo a la francesa incrustado en proyecto de Constitución europea.

Hay una tradición laica europea, más antigua y liberal, de origen eclesiástico, introducida por la llamada revolución laical del papa Gregorio VII con su famoso Dictatus papae de 1075 afirmando la separación de la autoridad espiritual y el poder espiritual, otra ley fundamental de la civilización europea. En contra de ella, el laicismo a la francesa, va más allá de la aconfesionalidad estatal que corresponde a su naturaleza neutral; laicismo de Estado, es una concepción militante contra ese dualismo, que se ha hecho consustancial al Estado francés. La introducción del laicismo en la Constitución le permitiría al menos tres cosas a Francia: formar una especie de internacional laica europea que actuaría en todas partes como un partido profrancés; un derecho de injerencia en muchas cuestiones de los asuntos internos de otras naciones invocando la Constitución; y, en tercer lugar, hacer prevalecer la concepción estatista francesa del Estado.

La oposición al laicismo a la francesa es tan importante a la larga aunque parezca una cuestión menor, como la oposición al privilegio en la representación que se arrogan Francia y Alemania.