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Nacionalsocialismo y progresismo

Es normal relacionar con el marxismo o el comunismo el progresismo del que hacen gala no sólo los socialistas sino buena parte de sus sedicentes y en muchos casos sólo aparentes adversarios. La relación es cada vez más discutible: el impacto del nacionalsocialismo, avalado por su afincamiento en la nación entonces más culta del mundo —eso se dice — ha sido mucho mayor y más decisivo. Así como el triunfo del marxismo en Rusia no dejó de ser una sorpresa, puesto que no encajaba con la estructura de Rusia ni con el nihilismo ruso, en cambio, el nacionalsocialismo concentraba casi de modo natural las ideas progresistas del mundo «civilizado».

La idea de la conexión entre el nacionalsocialismo y el progresismo vigente no es nueva. El nacionalsocialismo es esencialmente progresismo en contraste con el comunismo o bolchevismo, que es sustancialmente pasadismo; el pensamiento del propio Carlos Marx, teóricamente su «deus ex machina», pertenecía al siglo XIX aunque lo actualizaron algo Lenin con finalidades tácticas y Stalin al adaptarlo a su nacionalismo ruso.

La conexión entre el nacionalsocialismo y el progresismo ya la vio, entre otros, Karl Jaspers, y Heidegger la entrevió durante su ilusionada, y por eso breve, colaboración con el nacionalsocialismo —igual que otras grandes figuras alemanas — , de la que se sintió «avergonzado» el resto de su vida, según le confió precisamente a Jaspers, su mejor amigo intelectual. Es decir, en su conjunto, la brutalidad comunista, incluidos los Gulag, sobre todo antes de refinarse, pertenece al pasado, es puramente física; la brutalidad nacionalsocialista — Auschwitz, etc. — , refinada desde el principio, más científica, anuncia la del futuro, es una brutalidad biológica.

Viene esto a cuento del gran libro de John Lukacs «El Hitler de la historia», en el que pasando revista a las abundantes biografías sobre el Führer, desbroza y desmiente tópicos y deja caer verdades. Hitler no era un hombre ignorante, inculto, disparatado en sus decisiones militares, ateo e incluso, sugiere Lukacs, siquiera racista. Todo lo contrario: era un hombre inteligente, de excelente nivel cultural, con gran sentido de la estrategia, al parecer no descreído e incrédulo en lo que respecta a las etnias; y dotado de un gran sentido político. Mas era un progresista, adalid de una civilización nueva, y por cierto, por sus orígenes no por sus convicciones, de la especie del católico progresista (también se ha recordado muchas veces que Stalin fue seminarista y, al parecer creía en Dios).

En cierta manera, siempre según Lukacs, el destino de Hitler desde que decidió convertirse en político al descubrir sus dotes oratorias, lo determinaron las circunstancias. Su yo, como diría Ortega, estuvo siempre luchando para doblegarlas y, sin demasiados escrúpulos, utilizó todos los medios para ponerlas a su favor. Y esto hizo de él «el revolucionario más grande del siglo XX».

Entre muchas más cosas, Hitler descubrió «el formidable atractivo del nacionalismo populista en la edad de las masas», del que fue el representante más activo —no ciertamente Mussolini, a la verdad «el primer nacionalsocialista», pero desde la perspectiva actual otro hombre anticuado — y puso en marcha la visión de la democracia destinada a prevalecer después de su caída: «El socialismo internacional, escribe Lukacs, es un espejismo», pues, durante el siglo XX una mezcla de nacionalsocialismo y socialismo se ha convertido en la práctica casi universal de todos los Estados y «hoy en día todos somos nacionalsocialistas», aunque las proporciones de la mezcla varíen en cada país, según el «consenso». Por supuesto, el nacionalismo de Hitler era profundamente distinto del patriotismo tradicional, quedando en su socialismo pocos vestigios de la filantropía de los primeros socialistas.

Hitler defendió y fomentó el arte y la cultura, pero fue el gran enemigo de la civilización. Civilización en cuyo seno operan, singularmente en su forma europea, las ideas progresistas de Hitler, el campeón de una nueva civilización, presentadas o disfrazadas de diversas maneras.

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