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J. Stuart Mill y la Enseñanza de la Religión

La opinión del pensador británico del siglo XIX J. Stuart Mill sobre la enseñanza de la religión, bien podría servir para desmantelar en España las trincheras que se han excavado sobre este nuevo casus belli entre izquierdas y derechas. La relevancia de dicha opinión estriba en que J.S. Mill era -según se definía el mismo- un agnóstico, un liberal, un utilitarista y un socialista, y al mismo tiempo defendía la obligatoriedad de la enseñanza de la religión, tanto para creyentes como para no creyentes. ¿Cómo es esto posible?

La principal preocupación intelectual de Mill fue conciliar la libertad individual y la democracia. Para el pensador británico el despotismo de la mayoría podía ser tan peligroso o más que el despotismo de uno o unos pocos. En su ensayo «Sobre la Libertad», Mill se ocupa de esta cuestión y considera que hay un conjunto de libertades individuales (la libertad de pensamiento, acción y asociación) que correctamente ejercitadas no afectan para nada a los demás, y por este motivo la sociedad debe respetarlas de un modo absoluto.

Cuando Mill, en el último capítulo de su mencionado ensayo, aplica este principio de la libertad individual al problema de la educación, llega a varias conclusiones que merece la pena considerar.

Para Mill es un deber de los padres educar a sus hijos. Pueden enviarles a las escuelas de su preferencia o educarles personalmente, como hizo su padre con él, con resultados espectaculares. Pero al mismo tiempo, Mill piensa, en contra de la opinión dominante en su época, que el Estado está legitimado para exigir a sus ciudadanos un cierto grado de educación, e incluso puede crear y dirigir centros escolares si los ciudadanos no son capaces de hacerlo por sí mismos. Así se asegura que todos, con independencia de su condición social, puedan recibir una adecuada formación, requisito imprescindible para lograr la igualdad de oportunidades, una de las conquistas más anheladas por Mill.

Si el Gobierno se ve obligado a dirigir la educación -bien por la falta de iniciativa de sus ciudadanos o bien por tener que proporcionársela a los menos favorecidos- debe entonces garantizar el mayor grado de pluralismo ideológico. No sólo deben ser estudiadas materias científicas (como las matemáticas o la física), o materias instrumentales como la lengua), o materias sobre los hechos pasados (como la historia), sino también materias como la religión, la moral o la política. Pero estas materias, al versar sobre cuestiones discutibles, deben abordarse del modo más objetivo posible y no tratar «sobre la cuestión de la verdad o falsedad de las opiniones o creencias», sino «sobre la cuestión de hecho de que tal opinión está mantenida con tales fundamentos, por estos o los otros autores, escuelas o iglesias». Pero, además, señala Mill, considerando el legítimo derecho de los padres a proporcionar a sus hijos las ideas religiosas que sean de su agrado, «nada impediría que se enseñara religión, si sus padres lo deseaban, en las mismas escuelas en que se enseñaran las demás cosas».

De este modo cree Mill que se asegura el mayor grado de pluralismo y, al mismo tiempo, el mayor grado de instrucción. El resultado serán ciudadanos creyentes o no creyentes, pero instruidos. En ningún caso recomienda Mill tener miedo al conocimiento y a la libre discusión de ideas. Él mismo estudió, como cuenta en su Autobiografía, mucha religión, mucha historia sagrada y mucha filosofía de la religión. Así lo hizo por expresa recomendación de su padre, James Mill, a pesar de que éste consideraba sin paliativos que «la religión era el mayor enemigo de la moralidad...».

Mill, no obstante, evolucionó del ateísmo en el que fue educado hacia un refinado escepticismo religioso. Según él -como comenta Isaiah Berlin- es bastante improbable que Dios exista, pero no imposible. Este pequeño margen de posibilidad no debe desdeñarse. Dada nuestra ignorancia acerca de estos temas, dice, lo mejor es la tolerancia. Como buen liberal, Mill defendía el derecho a pensar o creer lo que cada cual quisiera, aunque no compartiera sus ideas y creencias. Como hombre ilustrado sabía que el conocimiento y la educación en todo tipo de cuestiones, también las religiosas, eran el mejor antídoto contra el fanatismo. Sólo ciudadanos educados serán capaces de vivir como hombres libres y conducir la democracia a buen puerto. El peor de los males está, para Mill, no en el conocimiento sino, más bien, en la ignorancia.

La reforma del Gobierno sobre la enseñanza de la religión puede considerarse liberal -al menos en el sentido definido por Mill- en la medida en que contempla el estudio de la religión y deja entera libertad a los padres para que sus hijos estudien el hecho religioso, ya sea desde un punto de vista confesional o aconfesional. Difícilmente puede decirse que dicha reforma nos retrotrae a la época del franquismo cuando la religión era una asignatura obligatoria impartida de un modo confesional puro. Esta afirmación es sencillamente una deformación de los hechos. Con la actual reforma se pueden enseñar, no sólo la religión católica, sino el resto de las confesiones religiosas (que reúnan lógicamente un determinado número de alumnos), y, aquellos que no quieran ninguna instrucción por parte de ninguna iglesia pueden estudiar el hecho religioso desde un punto de vista no confesional. Nada, pues, que ver con el nacional-catolicismo franquista.

No parece, por otro lado, que en esta reforma haya ninguna agresión a la libertad de pensamiento, ni a la libertad religiosa. Más bien parece que hace compatible el derecho que tienen los padres de instruir a sus hijos en las creencias religiosas que quieran y el mismo derecho que les asiste de no hacerlo, con la necesidad de estudiar todos el hecho religioso. Obligar a quienes no quieran religión, desde un punto de vista confesional, a cursar una materia sobre el hecho religioso en su dimensión histórica, fenomenológica y filosófica, no puede entenderse como una vulneración de la libertad de creencias, ni de la aconfesionalidad del Estado que reconoce nuestra Constitución, pues dicha materia no reviste un carácter confesional, ni va a ser impartida por miembros de ninguna iglesia. ¿Qué daño puede hacer este tipo de conocimiento? En mi opinión -y creo que Mill lo suscribiría plenamente- ninguno.

La cuestión, pues, no resulta tan grave. Lo preocupante más bien han sido las proclamas que, como último argumento, se han lanzado en contra de cualquier tipo de enseñanza sobre la religión: ¡No queremos que enseñen a nuestros hijos religión, ni siquiera como el estudio de un fenómeno cultural e histórico! ¡No queremos, tampoco, que enseñen religión en las escuelas públicas a los hijos de los que sí quieren que se les enseñe religión! ¡No con nuestro dinero y de ninguna manera en la escuela pública de un Estado aconfesional! Estas dos soflamas sí que son preocupantes. La primera, porque es un alegato en favor del no conocimiento y la ignorancia, como si la religión no existiera, no hubiera existido nunca, y no tenga el tema ningún interés, al menos, histórico o cultural. Y la segunda, porque en el fondo es el reflejo de una actitud nada liberal que pretende censurar el conocimiento de la religión a los que sí quieren que se les enseñe religión en las escuelas públicas, olvidando que los españoles que son católicos, protestantes, judíos o musulmanes, también son ciudadanos que pagan sus impuestos y contribuyen al sostenimiento de la enseñanza pública y concertada.

En esta situación creo que la posición de J. Stuart Mill, uno de los grandes pensadores liberales del siglo XIX, bien visto incluso por muchos intelectuales de izquierdas, podría traer algo de cordura en este tema. Que un escéptico en materia religiosa defienda, tanto para creyentes como para no creyentes, el estudio de la religión en las escuelas públicas (y no su misteriosa ocultación) es en sí mismo un magnífico ejemplo de tolerancia, libertad de pensamiento e ilustración. Como le he escuchado en más de una ocasión a Esperanza Guisán, la izquierda española debería inspirarse más en Mill que en Marx. Estoy de acuerdo.

Que un escéptico en

materia religiosa

defienda el estudio de la

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