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La Izquierda Atapuerca

La facción torva y resentida de la izquierda española, que, por fortuna, coexiste con otra izquierda ilustrada y veraz, acaba de renovar su predilección por el ejercicio de una especie de golpismo de salón con sucursal en las calles, especialmente en la madrileña de Génova. Ha sido una perfecta simbiosis de mentira y violenta acción directa, cuyos fines presumibles eran la búsqueda de rentabilidad electoral en el terror y la deslegitimación de una eventual victoria del Partido Popular en las urnas. Es su peculiar contribución a las virtudes de la democracia participativa y al diálogo. Insultar es también una forma de hablar. Apenas consumada la matanza de Madrid y una vez conocidos los poco creíbles, al menos entonces, indicios de una imputación islamista en los crímenes, conocidos por lo demás gracias a las informaciones del ministro del Interior, Ángel Acebes, el sector rabioso y resentido de la izquierda política y mediática española se aferró a la insidia. Naturalmente, sin prueba alguna. Que la realidad no te estropee un rentable argumento. Según ellos, el Gobierno ocultaba datos a los ciudadanos para obtener réditos electorales. Al parecer, en su cálculo perverso, una autoría de la ETA beneficiaba al Gobierno y arrojaba descrédito sobre los firmantes del tripartito catalán y, por ende, sobre Zapatero. Por el contrario, una autoría del terrorismo islámico podía convertirse en un magnífico argumento electoral: el Gobierno de Aznar pagaba en cadáveres inocentes el precio de su alianza con el imperio americano. Una macabra pero, al parecer, justa o justificada retribución. El último responsable de las matanzas era, pues, Aznar, quien, con su política sobre la guerra de Irak, nos situaba en el punto de mira de Al Qaida. En realidad, la mejor manera de eludir las amenazas del terrorismo es plegarse a ellas. Lo malo es el precio en indignidad que es preciso pagar. Al menos, podían haber precedido sus insidias de una detenida condena del terrorismo islámico. Lo que hecho por la ETA sería pura barbarie, se convierte en las manos de Al Qaida casi en airada reacción comprensible ante la agresión de Aznar. Pura basura. Pero incluso entre la náusea es posible realizar algunas puntualizaciones.

No sólo el Gobierno, sino también la inmensa mayoría de la sociedad, incluida la izquierda, atribuyó desde el primer momento la autoría de la masacre de Madrid a la ETA. No hay que acudir a las hemerotecas. Es suficiente hojear los periódicos de anteayer. Huelga abundar en los indicios. Baste recordar las operaciones policiales que impidieron una matanza semejante en Chamartín o la que preparaban los detenidos en un pueblo de Cuenca. Y estas sospechas de la autoría de la ETA aún no se han desvanecido aunque se hayan atenuado. No hay que olvidar, por lo demás, los lazos íntimos que se han ido anudando entre la banda y el terrorismo islámico, como analizaba Jon Juaristi ayer en estas páginas. Pero para la izquierda salvaje, la ETA nunca había llegado tan lejos y sólo mata «civiles». El ministro del Interior no sólo no mentía ni ocultaba datos, al menos no se ha aportado no ya la menor prueba, ni siquiera el menor indicio, sino que informaba a los ciudadanos sobre las noticias de la investigación policial. En menos de cuarenta y ocho horas, conocíamos el descubrimiento de la furgoneta con los textos coránicos, el mensaje remitido a un diario árabe londinense y la detención de cinco personas vinculadas al mundo islámico y, según todos los indicios, relacionadas con los crímenes, aunque no en calidad de autores directos. ¿Qué ha ocultado, pues, a la opinión pública el ministro Acebes, hombre honrado y honorable? Nada ha quedado, por lo visto, de la negativa a utilizar el terrorismo como argumento electoral. Al parecer, no se podía hablar de la ETA en la campaña, ni siquiera de las alianzas de poder del PSOE en Cataluña. Tabú. Pero la prohibición cesa si se trata de Al Qaida y de la oportunidad de arrojar un poco de basura sobre el Gobierno de Aznar, hombre honrado y honorable. En este caso, se abre la cacería política y el pim-pam-pum. Todo vale contra la derecha. Quizá no adviertan que, ante su actitud, alguien podría llegar a pensar que la eventual irrupción de Al Qaida en la campaña electoral española podría interpretarse como una preferencia por la victoria de Zapatero. Doble vara: silencio sobre la ETA y griterío sobre Al Qaida. Como escribía ayer en ABC César Alonso de los Ríos, la misma izquierda que negaba verosimilitud a la amenaza terrorista islámica se aferra ahora a su presunta evidencia. Y todo por pura conveniencia electoral. La sangre inocente cotiza en las urnas. El resentimiento y el odio suelen conducir al declive moral. No otra cosa cabía esperar de ese sector de la izquierda que, cuando el mundo democrático y liberal se declaraba berlinés, él seguía siendo devoto moscovita. Lo peor no es quizá el golpe bajo preelectoral, el juego sucio, sino la voluntad de enturbiar las horas limpias del dolor español.

Con estos barros ideológicos, sólo era posible desembocar en los lodos violentos de la algarada manifestante sobre la sede del PP en Madrid y en el insulto elevado a la categoría de bella arte electoral, en flagrante vulneración de la legislación electoral. Así lo ha reconocido la Junta Electoral Central que declaró ilegales las protestas y trasladó a la Fiscalía las denuncias de Rajoy. La estrategia no podía ser más clara. Si cuela, cabría arañar un puñado de votos indecisos, acaso decisivos. Si no cuela, queda abonado el terreno para una deslegitimación del triunfo popular en las urnas. O ganamos o perdemos injustamente. Sucio, demasiado sucio. Pero, acaso, también demasiado evidente para pasar inadvertido a la percepción ciudadana. El deslegitimador queda deslegitimado. Tampoco hay en esto nada nuevo. Los dos triunfos electorales de Aznar fueron saludados con el mismo «fair play», con pareja elegancia, con semejante saber perder. Por este camino, cierta izquierda española que embiste más que piensa retrocede en la historia no ya a los tristes días de la Revolución de Asturias sino a la lejana prehistoria de Atapuerca.

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