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Sonrisas o Lágrimas

El veredicto ha sido claro; no lo es tanto la determinación de sus causas. Sería muy triste que los responsables de la matanza hubieran obtenido un doble éxito, primero el jueves, después el domingo. Ojalá no haya sido así. Por fin, se reconoce una verdad políticamente incorrecta: en la democracia suelen ganar unos y perder otros. Luego, no necesariamente ganan todos. Hubo sonrisas tamizadas por el dolor y lágrimas por el dolor y por la derrota. Siempre las hay aunque a veces se acierte a ocultarlas. La estética de los vencidos suele ser siempre superior a la de los vencedores. Más humana. El primer poema épico escrito en tierra española fue un canto a los vencidos. En esta ocasión, las reacciones de Zapatero y de Rajoy, callaré sobre otras, han sido ejemplares. Buen síntoma. Del dirigente socialista depende ahora que casi diez millones de españoles se sientan o no derrotados y condenados al ostracismo. Sería un inmenso error que el «todo y todos contra el PP» se convirtiera ahora en un «todo sin el PP». Diez millones deben contar algo. Quizá más que los cinco escaños de IU. Sólo de Zapatero depende ser el presidente de todos los españoles o sólo de un poco más de la mitad.

Olvidemos, al menos de momento, las razones del indiscutible éxito del PSOE y de su secretario general y de la indisputable derrota del PP. Es una cuestión de hecho. Y miremos hacia el futuro, no para profetizar sino para prevenir. No faltan razones para la inquietud. Quizá haya más que para la esperanza. No es muy probable que sea bueno para España lo que alegra a quienes la odian y aspiran a destruirla. Ni siquiera garantiza el voto popular el bien de quienes votan a la opción ganadora. Gabriel Albiac escribía ayer que el domingo España decidió morir. «Ganó ayer la opción indigna de rendirse... Eso se votaba ayer. Renunciar a luchar; estar ya muerto. Ganó Al Qaida. Adiós, España». Ni confirmo ni refuto el fúnebre dictamen. Me limito a alertar sobre su posibilidad. Hay quien piensa que el pueblo nunca se equivoca. En cierto sentido, es verdad, porque no se trata de una cuestión de verdad o error. Por mi parte, no creo que haya algo así como una voluntad colectiva, sino la consecuencia de millones de voluntades individuales. Y, esta vez, el resultado ofrece un panorama inquietante. No es grave gobernar en minoría, pero sí lo es cuando nos encontramos ante el desafío del separatismo rampante. Sólo apoyándose en el PP, Zapatero puede ser fuerte para resistir la embestida. No sé si lo hará. Si se sigue el modelo catalán o se claudica ante el terror para evitarlo, el fracaso está servido y el dictamen de Albiac podría no ser sólo el fruto de un pesimismo razonable y pasajero.

La historia no está escrita. Nunca lo está. No sé si el veredicto de las urnas es el principio del fin de la España constitucional que alumbró la transición, o de España sin más, o simplemente un oportuno y necesario cambio de timón. El tiempo lo dirá. De momento, la mera posibilidad de la alternativa es inquietante. Mas no reconocer el riesgo es la manera mejor de sucumbir a él. En la madrugada del lunes hubo sonrisas y lágrimas, aunque la corrección política proclame que en democracia siempre ganan todos. Cuál de las dos posibilidades se convierta en realidad, aunque acaso exista alguna intermedia, es algo que podremos comprobar. Se notará en las sonrisas o en las lágrimas de España, de la mayoría de los españoles. Del éxito de Zapatero depende ahora principalmente el bien de España. No se trata de un ejercicio de pesimismo desolado. Se trata de no callar lo que se piensa.