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Isabel la Católica y los inmigrantes
Desde que en marzo del año pasado en Valladolid se pusiera en marcha una Comisión Regional para conmemorar el V centenario de la muerte de Isabel la Católica, son muchas las actividades que se vienen desarrollando en la comunidad castellanoleonesa en honor de la reina cuya gigantesca figura histórica jugó un papel trascendental en los acontecimientos de su época, y no sólo en España, sino también en América, en el Nuevo Mundo descubierto con el valioso y decidido apoyo que ella le prestó a Colón cuando éste le propuso la idea de embarcarse en busca de otras tierras.
Lo curioso del caso, y lo extraño también, es que estos homenajes, conmemoraciones, evocaciones, y los actos que llevan aparejados, no se estén haciendo a escala nacional e, incluso, internacional; con esa internacionalidad que constituyen todos los países iberoamericanos. Pues Isabel la Católica fue reina de todos, con tal manifestación de inquietudes por sus gentes que le quitaban el sueño las noticias con ecos de desastres, de calamidades o de simples infortunios menores que le llegaran de cualquier parte de sus reinos. Reinos de la Corona que no estaban exentos ni de conflictos bélicos ni de las dificultades propias de una época en transición desde la Edad Media a la Edad Moderna y el Renacimiento. En este sentido, sólo algunos medios informativos, generalmente las publicaciones especializadas en Historia —y éstas, por obvias razones de márketing — , están recordando como se merece a la reina más señera de nuestras dinastías regias y, conjuntamente con el Cid, de nuestra representatividad hispana. Pero, desde los organismos públicos nacionales, todavía se está a tiempo de homenajear, en este su V centenario, a la Reina Isabel.
Y, seguramente, en tiempos de la globalización, que afecta al mundo entero, y en tiempos en que la inmigración golpea incluso con dramatismo nuestras costas y fronteras, ella se hubiera congratulado con que se la recordara no con exposiciones, coloquios, programas educativos u otras actividades culturales que nos acercaran aspectos relevantes de su vida y su reinado; sino con una opción preferencial, en la acogida de inmigrantes, a favor de las gentes provenientes de los pueblos que pertenecieron a su Corona. Pues, como se recoge en las páginas de la Historia, Isabel sentía especiales desvelos a causa del respeto que le inspiraban los nativos de las tierras en su nombre conquistadas.
Nuestra población envejece y, por lo mismo, necesitamos mano de obra joven para que el desarrollo social que España presenta en la actualidad sea sostenido y garante de otros avances que también se están propiciando en provecho de la dignidad humana y del bienestar de todos. Y, ante esta necesidad, y ante el objetivo que, por ese mismo motivo, supone nuestra patria para los hombres y mujeres de los países subdesarrollados y empobrecidos, alguno incluso limítrofe con el nuestro, decenas de miles de inmigrantes llegan aquí en distintas condiciones; muchos de ellos, con el problema añadido de indocumentación, los ya comúnmente conocidos como los «sin papeles».
Es verdad que, en el Parlamento, se creó una Ley de Extranjería, que, después, ha ido modificándose a medida que nuestras seguridades y las necesidades de los inmigrantes lo demandaban. Pero con esa misma Ley y con sus posteriores retoques se ha buscado equiparar a todos los inmigrantes por igual cuando existe un considerable número de ellos, precisamente los venidos de más lejos, los hispanoamericanos, que se merecen, por nuestra parte, un trato especial; trato que, desde su alta instancia, la Reina Isabel demandaría que se observara en justicia.
Pero además, los hispanoamericanos no vienen de vacío a España: traen, como herencia espiritual, el concepto de Madre Patria y traen nuestra manera de hablar, de rezar —aunque aquí se esté perdiendo esa expresión del alma para acercarse a Dios — , de pensar y de compartir gustos y preferencias que para los árabes, por ejemplo, les son extrañísimos e incomprensibles. Y si vienen con ese patrimonio cultural y humano transmitido por antepasados nuestros, y si vienen con la esperanza de que se les acogerá como si fueran de los nuestros y de la misma manera que ellos han acogido siempre a los españoles en tiempos de dificultad para nosotros, ¿cómo es que se les frustra esa esperanza y muchos son repatriados con la misma frialdad burocrática que si fueran de otras culturas no identificadas en absoluto con la nuestra?
Un cambio de formulismo oficial en este sentido, por parte de nuestros representantes políticos, para facilitar un acogimiento preferencial a la mano de obra de los hispanos de fuera, con respecto de la de los otros pueblos, no extrañaría a la inmensa mayoría de los españoles; que verían una política así como la más lógica y coherente, y, desde luego, como las más idónea para celebrar el V centenario de la muerte de Isabel la Católica el próximo 26 de noviembre.
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